Carlos Reyes
EROS Y TÁNATOS
Un cuento para Ruth Castro, mi Eros que me impide
sucumbir al terrible Tánatos aquí, en Lima.
Es una noche grávida y sopla el viento en Lima. Caminamos a la par que
vamos tiritando y pensando en el incierto destino. Sus ojos se posan sobre los
míos como una alada paloma. Me mira con una terrible nostalgia, con una
increíble ternura. Yo sé que quiere un abrazo y le doy el abrazo más fuerte. En
ese momento el frío acecha con más premura, con más ahínco, y nos obliga a
juntarnos más todavía para soportar los látigos del invierno. Es una noche de
luna, partida por la mitad como un queso.
Tenemos que recorrer muchas cuadras de esta ciudad.
El olor hediondo de las calles mata toda ternura. Espanta el amor. Nos mira la
gente con una psicología distinta. Son los carros como máquinas veloces que
cargan con toda la tranquilidad de las calles, o con la poca tranquilidad que
nos queda. Un muerto se asoma en ese preciso instante y unos cuantos heridos.
Un aire más friolento todavía llega como una
vorágine. Un hombre de características lúgubres se acerca con cierto
tartamudeo. Ofrece algo. Tiene los pelos hirsutos y las manos sucias. Camina
más rápido. Nos mira, nos golpea con los ojos. Un niño aparece de la nada y nos
pide lo mismo. En eso, una sombra veloz pasa por nuestro corto horizonte y va
hacia un edificio antiguo y pensamos que es una mala reacción de la mente o un
dilatado espejismo.
Seguimos juntos. Mientras caminamos tratamos de
reflexionar un poco y soñamos en ese incierto destino. ¿Podemos construirlo y
no dejar que el destino se imponga, cierto? - le digo -. No, me dice, esta
incontestable ciudad ya no puede golpearnos dándonos de bruces a cada instante,
en cada rincón y a cada hora. Sabemos que podemos ir a un lugar distinto.
Y sabemos que en unos años dejaremos todo aquí, lo
poco que tenemos acaso, para trasladarnos en búsqueda trashumante a una tierras
lejanas y bendecidas de las que tenemos plena sospecha de que son maravillosas.
Son unas tierras muy lejanas y muy serenas, y allí, como dos amantes de la
sierra, edificaremos una enorme casa con la madera más noble y con el tejado
más limpio. Dormitaremos en la anchura del paisaje, en la brevedad cercana del
río, anclando el espíritu en alguna estaca del campo. Contaremos las estrellas
al anochecer, como quien cuenta el infinito, y relumbraremos tanto como ellas
por el amor que abraza el alma con poderosa energía. Será el día de los dos y
del mundo que buscamos! Encontramos!
Un ruido tremendo relampaguea en los oídos. Estamos
subsumiéndonos poco a poco como en un agujero negro y desapareciendo aquí.
Volvemos a la sigilosa realidad. Caminamos con paso rápido para despojarnos de
la calle. Pero algo nos impide avanzar y son fantasmas de la noche. Son muchos
y rodean nuestros cuerpos. Danzan un baile con música como si fuese la orquesta
de la muerte. Son demasiados y distinguimos a unos y otros por el color de su
cabello nada más. Por sus largas faldas. Por sus terribles ojos. Están viajando
de un lugar a otro de esta ciudad y como en bandada de palomas, se juntan y
siguen su camino parando a cada instante para envolver a la gente con su danza
y su música. Un aire de pronto llega y se van. Es un aire divino.
Entramos a la casa. Prendemos la radio y la primera
noticia nos informa de la locura de una pareja que decidió suicidarse. Apagamos
la radio, el televisor nos dice lo mismo pero en imágenes. Estamos hartos del
televisor y de la radio. ¿Ruth, le pregunto, y por qué no nos vamos de una
buena vez de aquí? Nos miramos y apagamos la luz encontrándonos en la oscuridad.
13/04/14
Hermanos Elmer y Roger Rodas Cubas (con guitaras), Carlos Reyes (autor del cuento) y paisanos Moshengas sampablinos rodeando a Benjamín Malca, con ocasión de I Encuentro de Poetas, Escritores y Artistas Sanmiguelinos "Demetrio Quiroz-Malca" - 2013.
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