LA VIRGEN DEL ARCO
Escribe: Antonio Goicochea
Cruzado
Imagen: Virgen de San Miguel
Blog de cuentos Asociación Educarte
Perú
Cuenta la leyenda que corrían las
postrimerías del siglo XVII y en San Miguel de Payaques, pequeña ciudad de la
Sierra Norte del Perú, antiguos dominios del Reino de Cuismanco; y, posterior
Cacicazgo de los Astopilco, un hecho trascendente en su religiosidad.
Cabe mencionar que San Miguel debió de ostentar un sitial de
preferencia en el concierto de los pequeños pueblos de lo que posteriormente
sería el Departamento de Cajamarca ya que contaba, entre otros signos
relevantes con un Convento de la Orden de los Mercedarios.
Aquella tarde de diciembre, coloridos celajes
pintaban el crepúsculo en el horizonte de El Pabellón, de repente las
campanas del convento tocaron a arrebato. Sus sones invadieron las calles y
casas del pueblo, por todos los rincones, y se esparcieron por los campos
aledaños, a Nihuilán, Cruspampa y Chulis, a Jangalá, La Banda y Sayamud. Como
las campanas solo eran así tocadas cuando acontecía un hecho extraordinario en
el pueblo, presurosos los señores citadinos, olvidando su habitual
acicalamiento se dirigieron al recinto religioso. Las señoras quedaron en casa
intrigadas, tenían que esperar el retorno de sus esposos ya que ellas, motu
proprio, no podían asistir. Los campesinos y sus mujeres, en cambio juntos,
como lo hacían cada vez que echaban a vuelo las campanas, con sus linternas de
regador tomaron camino del pueblo.
Con las puertas del convento abiertas de par en par eran recibidos los
intrigados sanmiguelinos que acudían al urgente llamado.
Los Mercedarios, hincados de rodillas, dirigidos
por el Prior, elevaban plegarias. Por momentos cánticos, por momentos oraciones
brotaban de boca de los religiosos.
Los pueblerinos se unieron a la plegaria, los campesinos que iban
llegando imitaron la religiosa actitud. El sacristán, recibió el encargo de
llamar a las mujeres del pueblo a que se apersonaran y presenciaran la buena
nueva. En efecto, con mantilla y reclinatorio iban llegando las damas.
Cuando le preguntaron al Prior por el motivo de
tan singular manifestación de alegría, éste díjoles, que estando la comunidad
religiosa en su diaria oración vespertina, súbitamente vieron
aparecer sobre el arco del portón de ingreso
al Convento, la imagen de la Inmaculada concepción de María, que incito a que
elevaran preces:
Reina de cielos y tierra
Virgen del Arco bendita,
foco de luz infinita,
fuente de amor y de fe.
Salvación de los mortales
lenitivo de mis penas,
fragantísima azucena,
del jardín azul de Dios.
Vuelve siempre tu mirada…
Imagen de singular belleza, bella María, bello
el Niño Jesús. Todo el conjunto, estéticamente proporcionado. No se
mentiría si se afirma que incluso la serpiente, bajo inmaculados y virginales pies,
adquiría extraña y bella prestancia.
Por haber aparecido sobre el arco de la
puerta de entrada, fue llamada “Virgen del Arco”. La actitud de los religiosos
fue imitada por los sanmiguelinos presentes, que no eran pocos y no sin
importancia social, eran los “notables” del pueblo los que ocuparon los
primeros lugares y también los que entablaron respetuoso diálogo al término
de las oraciones.
Los religiosos convidaron copas de un licor elaborado con aguardiente,
huevos, café, leche y canela; sirvieron queso, manjar blanco, rosquitas,
panecitos de maíz y bizcochuelo.
Fue al calor del “agasajo”, de los bocaditos y
del licor, que sin saber de dónde, surgió la idea de la realizacion de un
novenario en honor a la Virginal aparición. Y así fue, durante nueve
noches, se cantó y se rezó.
Era 28 de diciembre, desde esa fecha todos los 28 de diciembre se
festejaba en San Miguel de Payacques la aparición la LA VIRGEN DEL ARCO, hoy
sin embargo se realiza los 29.
Colofón
La fuente oral que sirvió de base al relato fue don Arístides Ortega
Cruzado, el refirió al que escribe, que en realidad los Mercedarios hicieron
venir desde España, a ocultas del pueblo, un eximio pintor, que premunido
de pinturas y pinceles con cuidado sumo pintó a la Inmaculada Concepción de María,
después de concluido su encargo, también oculto, dejo lares sanmiguelinos. Los
religiosos con la intención de generar una preferente devoción a su Patrona,
idearon tal ardid: el de la aparición. Los Mercedarios, conocedores que una
sociedad sin símbolos es poco unida, conocedores, también que los símbolos y
los actos de masas, como los ritos religiosos, integran, vieron la necesidad de
dar una “imagen símbolo” a San Miguel y el consiguiente rito.
LA VIRGEN DEL ARCO EN EL
TEMPLO ACTUAL
El convento de los Mercedarios, se ubicaba en el terreno que hoy ocupa
la Institución Educativa 82736 “Manuel Sánchez Díaz”, antes Escuela Pre-Vocacional
de Varones Nº 73; y, mucho antes, Centro Escolar de San Miguel, a espaldas del
actual templo.
Cuando los Mercedarios dejaron San Miguel, la capilla conventual fue
conocida como Capilla del Sagrario. Cuando se construyó el hermoso templo
que ahora conocemos, el señor Victoriano Saravia Ríos, al realizar el diseño
reservó en el ala izquierda del recinto religioso un espacio para ser ocupado
por la Imagen de la Virgen del Arco, planteamiento que respetó el arquitecto
señor Héctor Castro, esposo de doña Elisa Serrano.
Para el día del traslado fueron convocados los más fornidos
sanmiguelinos, quienes bajo la dirección del constructor el señor Castro, que
premunido de arneses, lazos y poleas, ideó un ingenioso aparato con el que
trasladaron, con extremos cuidados al trozo de pared de adobe que contenía la
venerada imagen.
Ya en el lugar, la primera década del siglo
pasado, se contrató los servicios de un pintor limeño, quien colocó en el
cielo, el sol y la luna; y, los ángeles que circundan a la Virgen. Se cuenta
que el pintor tomó como modelo angelical a un niñito, de ese entonces de nombre
Enrique Quiroz Quiroz, hermano menor del señor Artidoro Quiroz.
Por los setentas, el pintor y ebanista señor
Eduardo Huangal Castro “Paluyo”, confeccionó el marco de madera que guarda el
cuadro.
El año de 1984, el pintor sanmiguelino Don Juan
Villanueva Novoa “Pandoro”, restauró el cuadro, tal como ahora se ve. Los
gastos fueron subragados por su devota doña Adocinda Contreras de Torres.
LA FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DEL
ARCO
Hasta la década de los sesenta (1960), la feria
de “La Virgen del Arco”, se celebraba con acendrada devoción y con
presencia multitudinaria. Se congregaban en San Miguel de Payacques (del Ayllu
de los Payac, no de Pallaquear), devotos y comerciantes de Cutervo, Chota,
Santa Cruz, Hualgayoc, Cajamarca, Contumazá, San Pablo, Chepén, Reque, Saña y
Chiclayo. Los de Hualgayoc, Cajamarca y de la Costa lo hacían por medio de
camiones, pequeños, con llantas unitarias posteriores y con cadenas de hierro,
para salvar los charcos de nuestras carreteras en lluvias. Los restantes lo
hacían a lomo de acémila. Los Etenanos (de Eten), los “Dulceros de Saña” y
otros costeños, daban colorido y un sabor muy especial a la fiesta, al punto
que por varios años seguidos estos comerciantes reunidos, se devotaban la
celebración de las “Vísperas”, en las que había derroche de cohetes, bombardas,
fuegos artificiales y globos aerostáticos; y, música ejecutada por la Banda de
Música de Eten, Reque, Jayanca y de otras ciudades. A falta de hoteles
suficientes, las amas de casa preparaban habitaciones familiares para albergar,
a precios módicos, a los visitantes.
Todos ganaban con la festividad. Las cocinerías,
como se llama en San Miguel a los pequeños restaurantes, vendían sus mejores
viandas; las tiendas comerciales y bodegas aumentaban sus ventas; don César
Cruzado, conocido por sus amigos como Don Venadito, como lo hacía antes
su padre Don Miguel Cruzado, preparaba centenares de velas y cirios producto de
la fundición de arrobas de parafina; los bautizos y matrimonios de importancia
eran reservados para estas fechas. En no pocas festividades el obispo de la
Diócesis de Cajamarca, realizaba la confirmación de centenares de niños.
Destacaba la presencia de comerciantes
ecuatorianos que llegaban a comprar los siempre hermosos y nunca bien
ponderados tejidos sanmiguelinos.
Los potreros de Chulis y el Pabellón que
albergaban a las acémilas se llenaban de ellas tanto que a lo lejos se veían
como alfombras plenos de puntos negros. Los niños también ganaban de esta
festividad porque cobraban unos centavos por llevar los animales a los
potreros.
Esta festividad religioso-comercial era de mayor
prestancia que la del Arcángel San Miguel, Patrono del Pueblo, tanto que la
fiesta se extendía hasta el 6 de enero, día de los Reyes Magos. Los Mercedarios
y los religiosos que les sucedieron habían logrado en la población una
acendrada devoción a la Virgen del Arco. Muchas mujeres en San Miguel, se
llamaban y se llaman María o María del Arco.
En la primera década del siglo pasado llegó a
San Miguel una distinguida y pudiente señora, hacendada de Chongoyape
(Lambayeque), que viajaba acompañada de un esclavo negro, con la intención de
agradecer favores recibidos como consecuencia de una advocación a la Virgen del
Arco. Como muestra de su agradecimiento regaló al esclavo para servicio de la
Virgen. Hasta su muerte la sirvió con dedicación, limpiaba el altar, recogía
flores y las colocaba para la Virgen, barría el templo, limpiaba y conservaba
los ornamentos sacerdotales. El sacerdote y las “beatitas” del pueblo le
proporcionaban alimentación y cobijo. No se le conocía nombre, todos le
llamaban “El Negro de la Virgen del Arco”.
Hoy se sigue con esta celebración, pero ella, según calificación de los
mayores “no es ni la sombra de lo que fue”.
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1.
Motu proprio, expresión latina que quiere decir voluntariamente, por
propia voluntad.
2.
La referencia del niño modelo para la pintura de los ángeles, la proporcionó el
Sr. Ángel Rosalino Quiroz Huerta, hijo de don Artidoro Quiroz.
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