TANIA,
LA MANOLA
Antonio Goicochea Cruzado
Imagen Educarte
-Con toda seguridad
que será mía, amigos, con sonrisitas y requiebros me ha dado a entender que
está dispuesta a estar conmigo y siguió argumentando, con unas frases bonitas y
una cartita le diré de mis amores, decía Beto, Betino, como le decían sus
amigos, parecía haber sido el elegido a ser correspondido en sus deseos y
quereres por Tania.
Con su propina de
fiesta consultó a una gitanilla, que había venido a la feria del pueblo, sobre
su futuro amoroso. El presagio no era bueno, un hombre moreno, mayor que él,
con capa y espada se interpondría, así lo decían las barajas.
Betino no le creyó
y copiándose de un librito de cartas de amor comprado de uno de los vendedores
llegados a la feria, le escribió una cartita en la que después de declararle su
amor le decía: “El perfume de mi vida perdería la fragancia que anduvo en su
existir”, que ni él ni los muchachos comprendían nada, pero les parecía una
frase de impacto para decirla a una enamorada.
Fueron testigos de
la entrega de la cartita que la hizo una amiguita de ambos. Tania temblaba de
emoción al romper el sobre. Una
sonrisa
cómplice esbozó en el rostro cuando silenciosa leía.
Con espera
solidaria la miraban escondidos entre la gente y vieron que a Janeth le
susurraba al oído. Tania guardó la cartita en su brasier, anidándola junto a su
corazón.
-¿Qué dice?, le
preguntó Betino.
-Dice que sí, que
deberán verse a la salida de la primera corrida de toros.
La alegría no sólo
fue de Betino, sino también de la muchachada, porque a pesar de los
requerimientos de todos había preferido a uno de los suyos, aunque no con poca
envidia al elegido.
Tania era la niña
que les robaba el sueño, los muchachos del pueblo la veían tan bella, tanto
como las gitanillas llegadas a la feria, eso sí, impecablemente limpia. Lucía
vaporosos vestidos, aretes, gargantilla y pulsera siempre en juego con su
atuendo. Tenía una voz suave, suavecita, cual arrullo de una tórtola. Era la
niña, repito, más deseada, recibía serenatas, incluso de los jóvenes
universitarios que para la fiesta patronal retornaban a gozar de la festividad.
Cuando acompañaba las procesiones con sahumerio en las manecitas enguantadas y
mantilla de blanco brocado en la cabeza, parecía en éxtasis, que solo estaba
para la imagen en veneración.
Los ojos de los
muchachos se posaban en ella, queriéndola, deseándola.
Pero aquella noche,
en la retreta de la Banda de Músicos, paseando por el parque se la vio en
compañía del torero El Chato Arrué. Coqueta, le sonreía con deferente atención.
El cartel en las
esquinas del pueblo decía: 8 toros de casta 8 de la ganadería La Viña. En el
coso taurino de San Miguel, se lidiarán y matarán 8 bravísimos toros de casta.
Mano a mano El Chato Arrué (cajamarquino) y Hugo Bustamante (Trujillano)
-Quiero ir de
vestida de española a la corrida de toros, esa misma noche dijo Tania a sus
padres. Nunca habían opuesto a sus deseos, de tal manera que fueron a la
modista del pueblo a que le hicieran un vestido a su gusto de la tela de seda
que mamá tenía guardada en su baúl. La modista a pesar de tener confecciones
que entregar, asumió el encargo de confeccionarlo dado que pagaban el doble de
lo que comúnmente cobraba.
-Señora María, un
poco más ceñido en la cintura para que resalte el busto, el escote tiene que
ser más profundo como de una verdadera española, el resto está perfecto. Mañana
debe estar listo para antes de la corrida de toros. Quiero lucirme, le dijo
convincente Tania.
Antes de dirigirse
al coso taurino, cortó la más hermosa de las rosas rojas de su jardín y la
llevó oculta en su cartera.
Después del
paseíllo, los toreros entregaron sus capas de paseo a distinguidas damas
locales, Chato Arrué le entregó a Tania.
Estaba radiante,
con su vestido de manola, un vestido rojo escarlata, lleno de volantes,
guantes, peineta, pañoleta, aretes y gargantilla de oro y botines de charol
completaban su atuendo; con algarabía celebraba que haya sido escogida para
mostrar en barrera la capa de su torero. Se pavoneaba mirando a un lado y a
otro para cerciorarse de todas las miradas que en ella se posaban. Ella, la
dama escogida. En reciprocidad le regaló al torero la rosa que llevaba
escondida.
-No, no puede, ser
decía Beto a los amigos al observar a su Tania. -No, no pude ser y su rostro
adquirió unos rasgos de profunda tristeza.
El primer toro le
tocó a Bustamante, como que era el más antiguo de los dos toreros. Su actuación
fue premiada con una oreja.
El segundo le
tocaba lidiar al Chato Arrué, el que luego del permiso del Juez de Plaza se
dirigió al palco en que estaba Tania y le entregó la montera en señal de
dedicarle el toro.
La faena fue un
éxito, al torero lo premiaron con dos orejas. Tania le dio la montera,
lanzándole un beso “volao”, se pavoneaba y volvió a mirar a su alrededor para
ver quienes la admiraban.
Aquella noche ya no
se los vio en la retreta pero Janet dijo al grupo de amigos que había visto a
la pareja en cuestión ingresar al hotel donde los matadores estaban alojados.
Apartándose del
grupo, Beto, que ahora sufría sus primeros dolores de amor, sacó lápiz y
libreta y en sus renglones escribió estos pareados en cuartetas.
Bien dijo la gitanilla
al auscultar mi estrella:
No alcanzaría tu amor,
sí, sentiría dolor,
sin sujetarse a razón,
en mi tierno corazón,
porque sería un torero,
por el designio agorero,
tu querer conquistaría
y que a mí me dejarías.
No sé qué harás ¡oh! Tania
cuando el torero se vaya
a conquistar corazones
allá por otras regiones.
Ya que de mí te has burlado
con el que hiere al astado
no vuelvas a coquetearme
porque jamás has de amarme.
No volveré a mirarte
con intenciones de amarte,
yo enjugaré mis dolores
al lado de otros amores.
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