LAS ALMITAS TIENEN PIES COMO DE PALOMITAS
Texto de Antonio
Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny
Becerra Becerra
Asociación
Educarte Perú – Blog de cuentos
-Mi toro
será la envidia de toda la patota, decía Santiago pensando en el toro que haría
para celebrar el día de Todos los Santos.
-Apúrense
muchachas que se pasa el concho y ofrendas vinagres nadie compra, decía
doña Catita a Carmela, Juana y Jesús; -Y tú, Santiago, arma escobas para barrer
el horno.
Todo ha sido
dispuesto de antemano: el concho está fermentando desde ayer con la harina
primera, la leña seca está preparada en el horno, lista para arder, las latas
brillando de limpias, la mesa enjuagada, la ichirca [1],
los manteles, la sal, el azúcar y el chocolate esperan el momento en cumplir su
función.
Doña Catita
en el cuenco de su mano toma un poco de concho y masa primera, la acerca a la
nariz y sentencia:
-¡Está en su
punto, a preparar toda la masa!
Con
diligencia agrega harina a la batea, agua tibia con sal, y con diligentes manos
hace una masa homogénea. La cubre con un mantel y la deja reposar.
Con destreza
de vieja amasijera, ayudada por la chamiza recogida por Santiago en el Altimo,
en sus correrías de cazador de tórtolas y palomitas, prende la leña en el
horno. En la tronera han colocado el cántaro en el que se preparará el
chocolate espumoso que con las cachangas que
hicieron con la masa del amasijo se tomará para hacer más grata la madrugada.
Ña Catita,
extiende la masa sobre la mesa, la soba, persiste, agrega manteca y más harina
hasta lograr una masa homogénea; con manejo magistral de la ichirca corta la
masa en porciones pequeñas que las va colocando sobre un mantel para que luego
de darles forma se dejen fermentar lo suficiente como para ingresar al horno.
Se preparan
para las niñas del pueblo los bollos con los moldes que prestó doña Gringa
Emilia; para los niños en cambio, toros de masa de bizcocho abrillantados con
yema de huevo y azúcar y para los difuntos las ofrendas de las más diversas
formas: estrellitas, bollitos, toritos, caballitos y palomitas con ojitos de
trigo tostado hasta hacerlos negros.
Santiago se
esmera en adornar su toro, con lazo, con volutas; y, dorado con yema de huevo y
azúcar, tan grande quedó el toro que ocupó una lata. Estaba orgulloso de su
obra.
Ya con las
primeras luces del día un olor a pan recién salido del horno inunda el ambiente
y es momento de despachar a quienes vienen a comprar el pan para el desayuno,
las ofrendas se venderán después.
Doña Catita
decía a todos que las almitas que hoy recordemos vendrán, las que no las
tenemos en recuerdo, ni se molestarán en venir a nuestra mesa de ofrendas,
recemos por eso con devoción pensando en nuestros seres queridos que se fueron
al cielo antes que nosotros; pero también oremos por los difuntos que no
tienen quién les diga un recito siquiera, que a sus oídos lleguen nuestras
plegarias. Iremos al cementerio, llevaremos el agua que bendijo ayer el curita
Bartolini, compraremos coronas de flores de oropel que está vendiendo Ña Nelly,
y, en la Pampa de San Juan compraremos las velitas que vende el Santiago, y en
el Campo Santo pediremos a la mamita Úrsula que diga un responso buenazo, de
los bien pagaos, con canto y todo. Par´eso el Santiago ayer
limpió el nicho de mi mamita.
Dejemos
solitas a la ofrendas pa´que las coman las almitas. Santiago, no
obstante que es acólito de la parroquia, no cree que sean las almitas las que
se comían las ofrendas.
Doña Catita
tenía viva, en la mente, la homilía que el año pasado dijo el curita Bartolini:
“Señor Jesús, que cada uno de nosotros vayamos al cielo para amarte y alabarte
por los siglos de los siglos. Recemos para que Él nos acoja en su misericordia.
Recordemos a nuestros fieles difuntos. Amén”.
Y el
Santiago pensando en la venta que hará de las ceras y los fósforos que el
Gringo Aníbal le dará en consignación:
-¡Cera, cera
capotera pa´ la viuda y pa´ la soltera!, ¡Que esta cera no es del
gobierno, quien no lo compra se va al infierno! Y volverán a escuchar, en
el cementerio, el acordeón, el violín y los cantos:
Almas a la gloria,
vámonos allá
a gozar la ciencia
de la Trinidad.
En en la
mesa del oratorio de la casa, se luce el blanco mantel que hizo la Chabela.
Sobre él se han colocado los candelabros que don Ananías vendió para el efecto,
y las velitas arden atrayendo en derredor a las polillas; y muy cerca de la
imagen del Cristo, las ofrendas para las almitas que vendrán a media noche a
comerlas.
-Tocarán y
olerán las ofrendas y como si las comieran se llenan y satisfacen. Pero para
ver si las oraciones han alcanzado nuestros deseos cerniremos ceniza en el
suelo para que se vean sus huellas, decía convincente la mamá.
Amaneció
luminoso.
Todos en
casa se levantaron tarde. El rezo, el café y el comentario de sobremesa los
había agotado.
-Levántate,
Santiago, don Luchito se antojó de tu toro pa´ su hijito, y por no
venderlo dije que costaba cinco soles, carazo pué, y él muy orgulloso
sacó su billetera y me pagó. Levántate y con eso compra lo que quieras.
Aunque con
pena de no lucir su toro en la patota de La Matanza: el Vaquita, el Loba, el
Emigdio, el Meyengue, el Polo Cashpa, el Hugo Quispe y las siempre recelosas
miradas del Agustín, aceptó el billete verde.
Antes del
desayuno y de ir a realizar la venta del atado de velas y de los fósforos,
Santiago abrió la puerta del oratorio y fue a ver a las ofrendas.
-Las
ofrendas ya no tienen los ojitos de trigo y en el piso hay huellas de patitas
de palomas, dijo Santiago.
Como
adivinando sus pensamientos: -¡Si hijo!, dijo doña Catita, ¡las almitas tienen
pies como de palomitas!, contentémonos de que nuestras almitas nos visitaron
anoche.
[1] chirca, Pequeña herramienta de latón, similar a una espátula, para
cortar la masa en la elaboración del pan.
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