Tuesday, June 04, 2013

“MI LORITO PARLANCHÍN Y OTROS CUENTOS” / A OJOS DE MIGUEL GARNETT



“MI LORITO PARLANCHÍN Y OTROS CUENTOS”

A OJOS DE MIGUEL GARNETT



Cuando yo era niño, en mi casa había un hermoso baúl, tallado con escenas orientales y con una chapa curiosa de bronce; pero lo más fascinante de todo era lo que se escondía adentro.  Allí había tal variedad de cosas para estimular la imaginación que yo y mis amigos nos divertíamos mucho creando cuentos en torno a ellas.  Había un libro grande, forrado en cuero; era del siglo dieciséis y trataba de la medicina natural de aquel entonces. Había un fragmento del uniforme de gala de mi padre, un ceñidor amplio de seda escarlata que eventualmente fue usada para hacer una pantalla para la lámpara al lado de mi cama. Había unos platos de porcelana fina y un juego chino con las figuras pintadas sobre tabletas de marfil  ––nunca entendí cómo se jugaba ese juego que gozaba del nombre “Mah Jhong” ––. Y así, había un sinfín de objetos valiosos, más chucherías sin mayor valor monetario, pero con gran valor de provocar inquietudes y estimular el pensamiento creativo. Así es este libro de Antonio Goicochea Cruzado y creo que se podría darle un subtítulo: “Cuentos del baúl mágico”.

Aquí encontramos animales actuando como si fueran seres humanos. Hay cuentos que hacen al lector reír, cuentos que provocan las ganas de comer los ricos potajes descritos en ellos: panes sabrosos, chicharrones y cuy crocante. Encontramos a un niño vendedor, a las rivales para la elección de una reina de primavera, los conflictos y los celos de los mayores. Otro cuento trata de la tacañería extrema. Algunos cuentos están sazonados con cajamarquinismos, como este fragmento de diálogo:

  ––Pórtate bien, Finita. Nuagarres cosas de lus niñus sin quellus te den. Ubedeciatus patrones.

  ––Así cati será mamita.

Esto me hace pensar en los diálogos entre Scarlett O’Hara y Mammy en “Lo que el viento se llevó”; son diálogos que dan un sabor especial a la historia y se tiene que leerlos con bastante atención.

En este baúl mágico no faltan las mañas, sean de los cazadores, sean de los comerciantes, o de los hacendados que dominaban la vida de los campesinos antes de la Reforma Agraria. En un cuento hay una situación graciosa provocada por el miedo contagioso que sufrimos en los tiempos del terrorismo. En este caso, creo que es especialmente valioso encontrar una dimensión humorística en algo tan terrible y cruel como fue la guerra civil provocada por Sendero Luminoso. Lo digo porque el humor es un elemento en la vida humana que nos ayuda a afrontar los problemas, los desastres y los sufrimientos. Quizás uno de los ejemplos más interesantes de esta manera de ver la vida es la película “La vida es bella”, que logra crear comedia en el campo de concentración Auschwitz. ¿Reír en el contexto de tanto sufrimiento? Sí, si es la única manera de conservar la vida. Tanto Auschwitz como Sendero Luminoso eran diabólicos y una de las maneras más seguras de combatir el Diablo es con el humor. Lo ha dicho Martín Lutero y lo ha dicho su adversario, Santo Tomás Moro. Entonces, un libro con cuentos graciosos, como éste de Antonio Goicochea, nos ayuda a vivir la vida, vivirla en plenitud y afrontar las adversidades, de vencer el stress. Además, como es de esperar en una serie de cuentos y anécdotas sobre la vida andina, nos encontramos con las beatitas, el ambiente religioso, y hasta con el Diablo mismo  ––una fuente inagotable de chistes para contar en cualquier velorio––.

Hay paisajes campestres de sembríos, con sus alegrías y tristezas, la vida y la muerte, la abundancia y la escasez, la picardía y el humor. Un cuento sobre la sequía y la hambruna nos hace recordar a “Los Perros Hambrientos” de Ciro Alegría.  En este cuento también está presente una pincelada de la religión tradicional ancestral: “Los Ayachi subieron a Condorcaca, el cerro tutelar de Condorumi, llevaron coca, licor, cigarros y comida para en conjunto congraciarse con la naturaleza y pedir mejores tiempos”.

También están presentes la injusticia y el racismo, dos lacras que desfiguran este país de todas las sangres, y donde hay una reflexión breve al final muy pertinente en la actualidad: “Ya en casa pensaban en la inequidad de la justicia oficial y la compararon con la que impartía las rondas”. Una figura típica de los pueblos andinos de regular tamaño es el loco ––Cajamarca tiene varios––  y aquí en este libro encontramos a uno. El cuento de la “Rosa Negra” es una fábula digna de Esopo; mientras en una colección de cuentos serranos no pueden faltar los galleros.

Un cuento especial es el del “Concurso de Tejedoras”. Yo, que soy mal pensado, a veces, y sé algo de los líos que pueda haber en torno a un concurso organizado por cualquier municipio provincial  ––de los tramposos concursantes y los vendidos jueces––  me quedé muy gratamente sorprendido a leer este cuento, que es de verdad un tejido sanmiguelino en sí mismo, con su fineza y su sensibilidad. Aquí hay un concurso llevado a cabo con la máxima transparencia y seriedad y se siente la destreza de los dedos hábiles y ágiles confeccionando sus tejidos.

En la última parte del libro encontramos anécdotas y minicuentos que sirven para subrayar las idiosincrasias de la vida cajamarquina.

Todo el libro en conjunto es como un rico abono para cualquier persona que quiere plantar su propio árbol creativo: novela, poesía, o cuento. Aunque un autor quisiera crear algo contemporáneo, algo que refleja una realidad cajamarquina ahora marcada por los celulares, las laptops, los shopping-malls, los jeans y las gorras baseball norteamericanas, lo tiene que hacer consciente que detrás, o debajo, de todo esto hay las ricas vetas del humor, de la picardía y del sufrimiento que Antonio Goicochea presenta y que Johnny Becerra ilustra hábilmente.

                                                                       Miguel Garnett.
 Pis@diablo junto a escritores sanmiguelinos e invitados: Walter Llingán, Ricardo Ayllón (Chimbote), Antonio Goicochea, Jorge Medina y Elmer Rodas, en I Feria del Libro por "Bodas de Oro" del Colegio San Miguel.

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