“MI
LORITO PARLANCHÍN Y OTROS CUENTOS”
A OJOS DE MIGUEL GARNETT
Cuando yo
era niño, en mi casa había un hermoso baúl, tallado con escenas orientales y
con una chapa curiosa de bronce; pero lo más fascinante de todo era lo que se
escondía adentro. Allí había tal
variedad de cosas para estimular la imaginación que yo y mis amigos nos
divertíamos mucho creando cuentos en torno a ellas. Había un libro grande, forrado en cuero; era
del siglo dieciséis y trataba de la medicina natural de aquel entonces. Había
un fragmento del uniforme de gala de mi padre, un ceñidor amplio de seda
escarlata que eventualmente fue usada para hacer una pantalla para la lámpara
al lado de mi cama. Había unos platos de porcelana fina y un juego chino con
las figuras pintadas sobre tabletas de marfil
––nunca entendí cómo se jugaba ese juego que gozaba del nombre “Mah Jhong” ––. Y así, había un sinfín
de objetos valiosos, más chucherías sin mayor valor monetario, pero con gran
valor de provocar inquietudes y estimular el pensamiento creativo. Así es este
libro de Antonio Goicochea Cruzado y creo que se podría darle un subtítulo: “Cuentos del baúl mágico”.
Aquí
encontramos animales actuando como si fueran seres humanos. Hay cuentos que
hacen al lector reír, cuentos que provocan las ganas de comer los ricos potajes
descritos en ellos: panes sabrosos, chicharrones y cuy crocante. Encontramos a
un niño vendedor, a las rivales para la elección de una reina de primavera, los
conflictos y los celos de los mayores. Otro cuento trata de la tacañería
extrema. Algunos cuentos están sazonados con cajamarquinismos, como este
fragmento de diálogo:
––Pórtate
bien, Finita. Nuagarres cosas de lus niñus sin quellus te den. Ubedeciatus
patrones.
––Así cati será mamita.
Esto me hace
pensar en los diálogos entre Scarlett O’Hara y Mammy en “Lo que el viento se llevó”; son diálogos que dan un sabor especial
a la historia y se tiene que leerlos con bastante atención.
En este baúl
mágico no faltan las mañas, sean de los cazadores, sean de los comerciantes, o
de los hacendados que dominaban la vida de los campesinos antes de la Reforma
Agraria. En un cuento hay una situación graciosa provocada por el miedo
contagioso que sufrimos en los tiempos del terrorismo. En este caso, creo que
es especialmente valioso encontrar una dimensión humorística en algo tan
terrible y cruel como fue la guerra civil provocada por Sendero Luminoso. Lo
digo porque el humor es un elemento en la vida humana que nos ayuda a afrontar
los problemas, los desastres y los sufrimientos. Quizás uno de los ejemplos más
interesantes de esta manera de ver la vida es la película “La vida es bella”, que logra crear comedia en el campo de
concentración Auschwitz. ¿Reír en el contexto
de tanto sufrimiento? Sí, si es la única manera de conservar la vida. Tanto Auschwitz como Sendero Luminoso eran
diabólicos y una de las maneras más seguras de combatir el Diablo es con el
humor. Lo ha dicho Martín Lutero y lo ha dicho su adversario, Santo Tomás Moro.
Entonces, un libro con cuentos graciosos, como éste de Antonio Goicochea, nos
ayuda a vivir la vida, vivirla en plenitud y afrontar las adversidades, de
vencer el stress. Además, como es de esperar en una serie de cuentos y
anécdotas sobre la vida andina, nos encontramos con las beatitas, el ambiente
religioso, y hasta con el Diablo mismo
––una fuente inagotable de chistes para contar en cualquier velorio––.
Hay paisajes
campestres de sembríos, con sus alegrías y tristezas, la vida y la muerte, la
abundancia y la escasez, la picardía y el humor. Un cuento sobre la sequía y la
hambruna nos hace recordar a “Los Perros
Hambrientos” de Ciro Alegría. En
este cuento también está presente una pincelada de la religión tradicional
ancestral: “Los Ayachi subieron a
Condorcaca, el cerro tutelar de Condorumi, llevaron coca, licor, cigarros y
comida para en conjunto congraciarse con la naturaleza y pedir mejores
tiempos”.
También
están presentes la injusticia y el racismo, dos lacras que desfiguran este país
de todas las sangres, y donde hay una
reflexión breve al final muy pertinente en la actualidad: “Ya en casa pensaban en la inequidad de la justicia oficial y la
compararon con la que impartía las rondas”. Una figura típica de los
pueblos andinos de regular tamaño es el loco ––Cajamarca tiene varios–– y aquí en este libro encontramos a uno. El
cuento de la “Rosa Negra” es una
fábula digna de Esopo; mientras en una colección de cuentos serranos no pueden
faltar los galleros.
Un cuento
especial es el del “Concurso de
Tejedoras”. Yo, que soy mal pensado, a veces, y sé algo de los líos que
pueda haber en torno a un concurso organizado por cualquier municipio
provincial ––de los tramposos
concursantes y los vendidos jueces–– me
quedé muy gratamente sorprendido a leer este cuento, que es de verdad un tejido
sanmiguelino en sí mismo, con su fineza y su sensibilidad. Aquí hay un concurso
llevado a cabo con la máxima transparencia y seriedad y se siente la destreza
de los dedos hábiles y ágiles confeccionando sus tejidos.
En la última
parte del libro encontramos anécdotas y minicuentos que sirven para subrayar
las idiosincrasias de la vida cajamarquina.
Todo el
libro en conjunto es como un rico abono para cualquier persona que quiere
plantar su propio árbol creativo: novela, poesía, o cuento. Aunque un autor
quisiera crear algo contemporáneo, algo que refleja una realidad cajamarquina
ahora marcada por los celulares, las laptops,
los shopping-malls, los jeans y las
gorras baseball norteamericanas, lo tiene que hacer consciente que detrás, o
debajo, de todo esto hay las ricas vetas del humor, de la picardía y del
sufrimiento que Antonio Goicochea presenta y que Johnny Becerra ilustra
hábilmente.
Miguel
Garnett.
Pis@diablo junto a escritores sanmiguelinos e invitados: Walter Llingán, Ricardo Ayllón (Chimbote), Antonio Goicochea, Jorge Medina y Elmer Rodas, en I Feria del Libro por "Bodas de Oro" del Colegio San Miguel.
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