Melacio
Castro Mendoza
EL CÓNDOR Y UNA CITA(*)
En 1758 Carlos Lineo describió nuestro Kuntur –el Cóndor andino– como un vultur gryphus: un
buitre con pico en forma de gancho. Parte de la familia de los cóndores de
nuestra selva amazónica, nuestro vultur gryphus es, asimismo, familia de
los cóndores de California. Ave negra gigantesca con un collar de pequeñas
plumas blancas en torno a su cuello desnudo, sus alas albergan, de igual
manera, algunas grandes plumas blancas. En estado de ánimo normal, su cabeza de
pelusas negras es roja; si se irrita, puede lucir amarilla.
La primera vez que vi una cantidad numerosa de
cóndores fue en un escampado de los espesos bosques de los campos cercanos al
Yerbasanto (Sierra de Carahuasi, distrito de Nanchoc, provincia de San Miguel).
Rodeados por unos gallinazos que desafiaban su presencia, los unos y los otros
competían por el consumo del cadáver de un toro negro. Había oído sostener que,
majestuosos en sus movimientos, después de satisfacer su apetito los cóndores
cedían su presa a los gallinazos y a otras aves carnívoras más pequeñas.
Necesitaba verlos practicar semejante regla. Los que tenía ante mis ojos,
expresaban firmeza y seguridad. Los machos, diferencié, son más grandes que las
hembras. Los adultos, lo supe más tarde, miden hasta tres metros con treinta
centímetros. Su talla sobrepasa la de cualquier ave: un metro con cuarentaidós
centímetros. Los machos suelen pesar entre once y quince kilos, y las hembras,
entre ocho y once kilos. Buenos consumidores de carroña, en una jornada son
capaces de tragar hasta cinco kilos. Si no encuentran alimento, pueden soportar
el hambre durante cinco semanas. ¡Todo un record! Después de ver a aquellos
ejemplares de Cóndores, por su capacidad de cruzar montañas y cielos y por su
esplendor, empecé a soñar con domesticarlos para montar en sus lomos. ¿Me
acercarían ellos alguna vez a la luna?
Nuestros cóndores habitan en las rocas situadas
entre los mil y los cinco mil metros de altura. Allí anidan. Sus huevos y sus
polluelos son inaccesibles a los animales depredadores, y a los humanos. Viven
constituyendo parejas monógamas. Desde el cortejo del macho hasta acceder al
apareamiento, las hembras se toman su tiempo, el cual puede ser largo. Después,
ponen un huevo cada dos años. La incubación de este la asumen hembra y macho,
por turnos. Entre el cortejo, el apareamiento, la puesta del huevo por la
hembra en el nido; la incubación, el nacimiento y el alza en vuelo del
polluelo, acto con el cual suele emanciparse, suelen pasar de dos a tres años.
Mientras no sea capaz de alimentarse por sí solo, el polluelo es alimentado por
la madre y por el padre, con carne regurgitada. El proceso puede prolongarse
hasta por nueve meses. Aun jóvenes, la hembra y el macho ostentan un plumaje
marrón. Adultos, cambian a negro azabache. Los inaccesibles riscos en que viven
los protegen, además de los animales depredadores y de la gente, de las
lluvias, de los fuertes vientos y de otros fenómenos dañinos. En las rocas en
que habitan, su población puede alcanzar entre los cien y los ciento veinticuatro
individuos. Inconfundibles, los machos tienen una carúncula, llamada cresta en
el lenguaje popular, ajeno a las hembras. Los machos tienen ojos color café y
las hembras, rojizos. Con el paso de los años, las caras y los cuellos de ambos
se llenan de arrugas.
En su concepción del mundo, los Inkas los creían
inmortales. Cada Cóndor les era motivo de exaltación y simbolizaba para ellos
la fuerza y la inteligencia. En su imaginación, los Cóndores eran los autores
de la salida del Sol de cada día. Con su inconmensurable fuerza, creían, desde
las oscuridades alzaban al cielo al astro, padre de la luz, por entre las
montañas, posibilitándole expandir su lumbre a la tierra. Además, para los
Inkas el Kuntur era uno de los animales esenciales míticos, dueños de un poder
que aportaba mensajes y presagios que podían ser buenos o malos para la gente.
En nuestros tiempos, es un ave que continúa siendo parte de nuestra mitología,
de nuestro folklore y de nuestro patrimonio cultural.
Los Cóndores, para emprender sus vuelos, usan de
las corrientes térmicas verticales del aire cálido. Protegidos por sus densos
plumajes, pueden alcanzar una altura de hasta siete mil metros. Siempre
extendidas sus alas, en sus vuelos, nunca las mueven. Cuando localizan sus
carroñas, las observan circulando en torno a ellas y solo cuando se convencen
de que no corren peligro ni riesgo alguno, bajan hacia sus cercanías,
posándose, primero, en algún lugar favorable desde donde, si fuera necesario,
hasta por dos días continuados, siguen observándolas. Seguros de la libre
disposición de las mismas, se les acercan con mucho cuidado para, con una
indiscutible elegancia, romper el cuero por las partes más blandas.
En América Latina, el poder político usa al Cóndor
como símbolo que a veces nada tiene que ver con su condición de animal fuerte e
inteligente, siempre capaz de exaltarnos. En el escudo nacional de Chile se le
representa de perfil frente a un guanaco, con las alas desplegadas y coronado
como un rey. El fascista Augusto Pinochet Ugarte, de la mano con sus colegas de
Brasil, lo convirtió en símbolo de un plan siniestro que articuló sus
dictaduras con las dictaduras de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. La
maldita red era dueña de una tecnología de punta, puesta a su disposición por la
Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América. En
coordinación con el Departamento de Estado estadounidense, montó un secreto
intercambio de informaciones y de operaciones de secuestros, torturas,
ejecuciones y desapariciones forzadas de opositores, sospechosos de militancia
comunista, y exiliados en uno o en otro de aquellos países. A nombre del
Cóndor, con aquel propósito la dictadura de Brasil contaba con oficinas
operativas propias en Asunción, Montevideo, Santiago de Chile, París, Lisboa,
Praga, Moscú, Varsovia y Berlín, y mantenía, asimismo, indicios de filiales de
oficinas en Caracas, La Paz y Lima.
Augusto Pinochet Ugarte y sus colegas dictadores,
egresados casi todos de la Escuela de las Américas dirigida por el Pentágono de
los Estados Unidos de América, a través de su común y siniestro Plan Cóndor,
dieron caza impune a quienes dentro y más allá de sus fronteras constituían una
amenaza, por sus críticas a sus medidas gubernamentales neoliberales. La corona
de un rey decorando la cabeza de un Cóndor no concuerda con nuestras ambiciones
democráticas y menos con el carácter noble de nuestro Kuntur, al cual el escudo
nacional chileno le agrega el lema de: “Por la razón o por la fuerza”.
En
nuestros campos andinos, los ganaderos y sus pastores suelen ver en los
Cóndores maldades ajenas a la realidad: la caza y el sacrificio de sus ganados
vivos. En actitud criminal, les disparan y asesinan. A su vez, los curanderos
populares llamados brujos, creen que algunas partes del cuerpo de un Cóndor
concentran poderes mágicoscurativos y, como aquellos, les dan caza. Luego
desmenuzan al animal para, con las supuestas partes orgánicas mágicocurativas
del mismo, devolver la salud a sus pacientes.
Entre el bosque y los pastizales de la sierra de Carahuasi,
en uno de los ejercicios del rodeo de nuestra humilde cantidad de ganado
familiar, sorprendí a un pastor de ganado en una actitud inesperada: la caza de
un Cóndor. Apeado de mi caballo a considerable distancia de un toro negro
muerto, rampé con mucho tacto y me acerqué hasta un montículo que me permitió
observar cómo los Cóndores se aprestaban a iniciar la rotura de aquel cadáver.
Con mi corazón acelerado en sus palpitaciones, mientras luchaba contra la
pestilencia y me preguntaba acerca del por qué los gallinazos que pugnaban por
hacerse de la carroña aún no habían iniciado el consumo de la misma, capté
atento el corte preciso y elegante que, en medio de sus concurrentes, con su
pico ganchudo hizo el primer Cóndor. Coincidiendo con aquel corte que aperturó
el anillo anal del toro negro, se armó un remolino en que se confundieron
plumas, chillidos, graznidos, viento y polvo. Desde el centro de aquel remolino
fue arrojado, hasta el borde de un abismo cercano, el cuerpo de un hombre. Al
ver a este hombre a punto de rodar abismo abajo, pese al súbito susto del que
fui víctima por el alboroto, me puse de pie y corrí a auxiliarlo. Ante él,
cundió la sorpresa: el hombre resultó siendo mi paisano, costeño de pura
cepa, Oscar Ramos Llontop, pastor del ganado de los terratenientes del
entorno de Caín, José y Miguel Leiva. El toro negro muerto había pertenecido a
ambos. Bajo el revoloteo de gallinazos, buitres y Cóndores, lo ayudé a ponerse
de pie. Sorprendido a su vez, me abrazó él, luego, y acortando mi nombre, como
era su costumbre, dijo:
- Mela, te vi acercarte adonde yo estaba camuflado
con mis ramas de roble y de palo santo y tuve miedo de que con tu aparición, mi
experimento volviera a acabar mal. Mira, en mis deseos de cazar un Cóndor para
cruzarlo en Caín con una gallina o con una pava, el buen olor de las ramas
del palosanto que me cubrían, me permitió soportar la pestilencia del toro
muerto. De lo contrario, su hedor me habría mata'o... Ja, ja, ja: ¿viste
al Cóndor que me arrastró y cómo, tirándose al abismo se quitó el lazo que yo
le había coloca'o como trampa en el culo del toro muerto? ¡Qué animal tan
fuerte; casi acabó tirándome al abismo! ¿Cómo hizo pa'soltarse y tirar, al
mismo tiempo, al fondo del abismo mi lazo? ¡Jijun'e su madre!
- Lo que importa, Oscar –atiné a decirle, temblando
de pies a cabeza– ¡es que tú sigues con vida!
Rió mi paisano y recurriendo a su costumbre de
celebrar a su modo las buenas noticias, soltó una retahíla de chascos que,
devolviéndome el alma, por fin, me hicieron reír.
Alejados de aquel lugar, mientras nos entregamos a
disfrutar de los restos de unos panes viejo y del contenido de una portola de
atún, me contó que, camuflado, había pasado el tiempo luchando por mantener
alejados a los gallinazos del cadáver del toro, procurando darle paso
preferencial a él, a los Cóndores. La tristeza de haber fracasado en la caza de
un ejemplar de Cóndor se compensaba –agregó– con el fresco recuerdo de haber
conocido en un acto festivo de una familia amiga que lo había hecho padrino de
uno de sus hijos en Carahuasi, a un hombre de apellido Pérez, el cual se hacía
llamar arqueólogo.
- ¡Vaya a saber uno, Mela, qué significa ser
arqueólogo! Lo cierto es que ese tal Pérez –afirmó– hablaba muy bonito. Con
mucho respeto –continuó– dijo que ustedes los serranos fueron gentes que, en el
pasado, construyeron una gran cultura que él llamaba Cuismango. ¡Me dio risa el
raro nombre: Cuismango! Recordé otros viejos intentos, también fracasados, de
cazar un Cóndor pa'cruzarlo con una gallina o con una pava y le pregunté si él
quería decirme que ustedes, los serranos, en el pasado habían mezclado el cuy
con el mango. ¡Ja, ja, ja, ja! Cuismango tenía que ser eso, ¿no? ¿Qué, me
equivoco? Al oír mi pregunta, el hombre se rió y, después, poniéndose muy
serio, repitió: “No, señor Ramos. ¡La cultura cuyos restos ando buscando por
acá, se llamaba Cuismango!”. ¡Qué locura: el arqueólogo Pérez andaba buscando
unas ruinas antiguas que alguien le contó existían por Miravalles, un lugar
cercano a Niepos! Como él hablaba tan bonito, pensé en ti y le pedí que me
escribiera en un papelito una de las complicadas cosas que trataba de
explicarme. Mira, de su puño y letra, aquí tengo su nota.
Tomé de las manos de Oscar Ramos Llontop el papel
que me mostró y leí algo que, como a él, me gustó y que más tarde, en mis
épocas de estudios de Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional
de Trujillo, comprobé que el autor de aquella nota, según apareció Oscar Ramos
Llontop, no era el arqueólogo Pérez sino el cronista Francisco de Xerez, autor
del libro Verdadera Relación de la Conquista del Perú. En su intento de
describir a los cajamarquinos, habitantes de las tierras de Cuismango, llamado
también Guzmango y bajo los Inkas Kashamarka, Francisco de Xerez
escribió: “La gente de todos estos pueblos hace ventaja a toda la otra que
queda atrás, porque es gente limpia y de mejor razón y las mujeres muy
honestas”.
- Ajá –comenté a Oscar Ramos Llontop– los serranos
nunca fuimos gente sucia, come papas con gusanos, ni menos brutos y haraganes
como nos llaman los costeños de pura cepa.
- ¡No,
Mela, no! ¡Qué jodida que es nuestra gente! Oyéndola hablar mal de los serranos
apestosos, yo siempre les digo a mis costeños de pura cepa: “¡Ya
basta, carajo: dejen de joder a los serranos!”.
Los guzmanos o cuismangos, ahora
llamados cajamarquinos, eran gente que respetábamos y, en el pasado, como los
Inkas, adorábamos al Kuntur. En nuestra devoción, a dos kilómetros de lo
que hoy es San Pablo, en el cerro La Copa, nuestros antepasados levantaron el Kuntur
Wasi, un Templo dedicado al Cóndor, según el arqueólogo Julio César Tello,
para rendir a tan bella ave un ceremonial y puntual culto.
(*) Del libro
-título provisorio: “Mi(s) Pueblo(s) y mi Familia”.
Fotos@rte Pisadiablo:
1 y 2. Cañón del Colca - Arequipa
3, 4, 5 y 6. Kuntur Wasi - San Pablo - Cajamarca
MELACIO CASTRO MENDOZA:
Biografía:
Nació en Caín, una aldea ubicada cerca de Chepén. Sus padres, don Víctor Castro
Julca y doña Juana Mendoza Novoa, ambos de los campos de San Gregorio (San
Miguel /Cajamarca), cuando él nació, acababan de emigrar hacia Caín.
Su origen
familiar andino, ambiente en el que asimiló aspectos de la vida en el campo
peruano y su travesía de país en país por América, primero, y después por
Europa, se refleja en casi toda su obra.
ESTUDIOS:
Estudios
primarios: Escuelas de Caín y de Pacanga. Secundarios: los tres primeros años
en el colegio Instituto Nacional Agropecuario No. 19, de Chepén, y los dos
últimos, en la Gran Unidad Escolar “José Andrés Rázuri”, de San Pedro de Lloc.
Universitarios: Universidad Nacional de Trujillo (UNT), La Libertad, Perú, y en
la Universität Duisburg-Essen (UDE), Renania-Westfalia del Norte, Estado de la
República Federal de Alemania.
Docencia:
Docente en diversas instituciones, entre otras, el Arbeiter Wohlfahrt de Essen,
Alemania
BIBLIOGRAFÍA (Autoría):
I.- POESÍA:
1.- “La Agonía Súbita”.
2.- “La Montaña Errante” (2010).
3.- “Batallas y Sueños de Uchku Pedro” (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín, en 1885): 1969/1998/2010.
4.- “Malú: Tierra Adentro y Tierra Afuera”, segunda mitad 2012.
5.- “Mis Campos y mi Pueblo”, 2013.
I.- POESÍA:
1.- “La Agonía Súbita”.
2.- “La Montaña Errante” (2010).
3.- “Batallas y Sueños de Uchku Pedro” (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín, en 1885): 1969/1998/2010.
4.- “Malú: Tierra Adentro y Tierra Afuera”, segunda mitad 2012.
5.- “Mis Campos y mi Pueblo”, 2013.
II.- PROSA:
1.- “Mi República Ignorada. I Parte”, (Autobiografía, 2000- 2005).
1.- “Mi República Ignorada. I Parte”, (Autobiografía, 2000- 2005).
2.- “La Isla de las Furias y del
Amor: Memorias de M. Julca” (novela): 2011.
3.- “El Hombre de Rupak Tanta”
(novela), primera mitad 2012.
4.- “Crónicas de Amor y de Muerte” (cuentos, abril-septiembre 2014).
4.- “Crónicas de Amor y de Muerte” (cuentos, abril-septiembre 2014).
5.- “Mi(s) Pueblo(s) y mi
Familia” (octubre 2014-febrero 2015).
III.- INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS:
"Staat und Soziale Klassen in
Perú", Selbstverlag München,
Germany, 1986, único libro publicado en idioma alemán.
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