AÑAÑAU MI CARNAVAL
Aníbal Idrogo
Barboza
LOS PALLAQUINOS, animando el carnaval sanmiguelino
Tantos hermosos
recuerdos llegan a la memoria en todos estos años, alejado de mi tierra por
circunstancias del destino. Como recuerdo aquellos inolvidables carnavales, tan
esperados por todo el mundo en especial para los muchachos, porque nos
agrupábamos en las esquinas formando las famosas colleras. Era ya de costumbre,
todos deberíamos llegar con nuestra
bolsa de globos marca payaso que por su puesto eran tan suaves y fáciles de inflar,
pero de preferencia era la gruesa de globos marca águila, eran los mejores y
ninguna venía fallada. Llenábamos con agua de 20 a 30 globos cada uno, lo metíamos a una bolsa
plástica y salimos al combate carnavalesco.
Se
imaginan éramos grupos con más 20 muchachos casi todos de la misma edad, en
mancha caminábamos por las calles, con esa alegría inmensa que se apoderaba de
nosotros, caminábamos hasta encontrar cualquier chica por esas calles aledañas
a la Av. Perú, era una guerra contra una sola víctima. En realidad había mucho
respeto tan solo buscábamos divertirnos eran tiempos de carnaval, así lo
entendíamos. Todas las muchachas que venían acompañadas por sus padres no nos
atrevíamos a mojarlos, porque bastaba la mirada de uno de ellos y mejor retrocedíamos.
Así ya por
las tardes bien mojaditos con el cuerpo tiriteando de frio y los dientes de
todos rechinaban al compás del carnaval, nuestra ropa pegada al cuerpo
imposible de sacarnos nos decían tómense una copita de cañazo para abrigar el
cuerpo unos vecinos junto a la casa de la señora Muquillaza. Nos divertíamos a
lo grande, el tiempo no pasaba el aguacero que arreciaba, esas calles que
parecían ríos caudalosos al filo de las veredas. Las pistas se unían al
carnaval provistas de agua del cielo, los techos retumbaban con el granizo, las
calaminas sonaban como derroblantes.
El
carnaval era como jugar con la vida con el alma con el corazón, con la alegría,
con las ganas, con las ansias, con el amor, con el sabor, con el gusto. Todos
unidos en el carnaval, el agua, los muchachos, la lluvia, las calles y las
hermosas mujeres que con solo verlos se nos escarapelaba el cuerpo el carnaval
era una buena sintonía para dar paso al enamoramiento había una razón para
hablar con ellas. No parábamos hasta dejarlas empapadas con la delicia del agua,
que por su puesto era limpia, tan limpia como el manantial de sus ojos bajo el
resplandor de su mirada.
Ya eran
como las 6 de la tarde, deberíamos dejar las calles momentáneamente para que
cada uno pueda llegar a su casa a
cambiarse de ropa. Nos despedíamos, no sin antes acordar en reunirnos
nuevamente a las 8 de la noche en la conocida esquina de doña Meshe, esa señora
nos odiaba tanto que no quería, pero ni toquemos su pared vivía sentada en su
puerta husmeando que hablamos si por desgracia nos referíamos a su hija que por
cierto era muy atractiva nos condenaba a muerte y nos corría a piedras.
Aun así,
nos reuníamos a la hora acordada esta vez ya para cantar y tocar los instrumentos
que cada uno se disponía a traer, que no eran muchas cualquiera podía cantar,
cualquiera podía rascar la guitarra era de lo más simple, dos o tres
enseñaditas y ya estaba uno tocando carnaval, su sonido profundo, su estilo
único, su mágica algarabía nos estremecía el cuerpo, nos llenaba de ilusión y
armonía. En carnaval todo vale, todo sirve, desde un balde viejo, un jarrón,
una lata, que pueda generar un sonido y rápido se adapta a la típica música.
Luego de
las 9 de la noche todos ya estábamos en la esquina entre la Av. Perú y Tarapacá
en esos tiempos no había alumbrado público, apenas nos veíamos, pero lo que
importaba era gozar, alegrarse, divertirse. En ese momento comenzaba las
primeras coplas, los primeros sonidos, lógicamente que se oía desarticulados, pero al rato ya sonaba
al gusto de buen carnavalero.
Es allí
donde acordamos los lugares que visitaríamos durante la noche y como ya era de suponerse
los más grandes que tenían enamorada, proponían que deberíamos comenzar por
allí, y al final llegaríamos a cantar las casas de los que éramos menores. Dispuestos
a enfrentar la oscura noche y con la intensa lluvia, no disponíamos a caminar
cantando:
Noche oscura tenebrosa,
préstame tu claridad,
para seguirle los pasos
a esa ingrata que se va.
Chicha quiero chicha busco
por chicha son mis paseos,
quien me diera un vaso de chica,
para apagar mis deseos.
Todos
cantábamos, tan solo una guitarra vieja nos acompañaba. Yo escuchaba
incasablemente me gustaba mucho el contrapunto y ese toquecito de las cuerdas.
Seguíamos el camino entre pencas, retamas y eucaliptos hasta llegar a la
primera casa, tal vez la enamorada de uno de ellos ya lo sabía o tal vez no,
pero cuando ya estábamos cerca a la puerta cantábamos:
Aquí estoy porque he venido
porque he venido aquí estoy
si me muestran mala cara
como he venido me voy,
A veces
demoraban en abrir su puerta que apenas lo divisábamos, porque todo era oscuro,
nuestras miradas siempre a las ventanas para ver si prenden la luz y nos den
una señal que nos atenderían eso siempre estaba en nuestras mentes esa era el
costumbre, éramos jóvenes había derroche de energía y nos dejábamos llevar por
nuestra algarabía, las inclemencias de la naturaleza no eran penas, sino parte
de lo que nos divertía.
Continuábamos
con las coplas:
Sino no fuera carnaval
cuando me han visto llegar,
si es que me han visto llegar
pero no con mi guitarra.
Cuando de
repente prendieron su lamparín, brotó una luz por la ventana de madera dividida
en cuatro partes al poco rato se disponían a abrir la puerta, entonces mi amigo
dueño de la enamorada se le apagaba la voz, porque sabía que vería al desvelo de
sus ojos, nosotros calladitos sin despertar sospechas, porque nos correrían a
palos si es que nos descubrían que entre nosotros estaba el galán de su hija,
entonces seguimos con las coplas:
Dame permiso batiente,
para entrar para adentro
a darles las buenas noches
a los señores de adentro.
Alegremos esta casa
no por su merecimiento,
sino por la gente honrada
que están de puertas adentro.
Pasen,
pasen, taititos, pasen, pasen papacitos, eran las palabras de la señora de la
casa, tan atenta por cierto que apenas se habría sus ojitos, luego bajaba por
la escalera de eucalipto un señor era el papá de la chica, se acercó con su
jarra de chicha nos servía a vaso lleno. Comenzó el baile con mucho tino y
pasos dobleteados haciendo vibrar el suelo de la sala, levantando las manos,
agitando las serpentinas que nos rodeaban el pescuezo, nuestras caras parecían
mascaras estaban pintadas de talco, nuestro pelo atascado de picapica.
Mientras
cantábamos:
Bailen, bailen pues señores
bailen que les pagaré,
sin no quieren plata blanca
oro puro les daré.
Despierta bella dormida
que dormida no estarás,
atiende a tus carnavales
que después te dormirás.
Al momento
bajó una hermosa jovencita, a mi amigo que era el enamorado se le fundió el
corazón y no era para menos ella disimuladamente clavó sus ojos en él. Ya no
podía ni rascar la guitarra de impresión y amor, se le desarmo el cuerpo, la
guitarra dejo de sonar por un instante, no sabía qué hacer, nosotros elevamos
la voz para darle una mejor entonación hasta superar el hecho el papá a todo
momento aguaitaba a su hija y nos miraba a todos nosotros. Yo sentía temor de
que los resultados fueran desastrosos, porque los padres en mis tiempos eran
muy estrictos y celosos. Es por eso que los encuentros amorosos eran a
escondidas y calladito aun en medio del carnaval.
Qué
tiempos aquellos, encontrar los labios de una musa encantadora era toda una
odisea y fuerte batalla que habría que librar con sus padres. Tal vez por eso
el amor era más encantador, porque larga era la espera desespera y corto el
tiempo que nos veíamos, eran citas de amor apasionadas. Eran mis tiempos,
tiempos de amor y carnaval.
Las coplas
tenían que estar de acorde con las circunstancias por eso en ese momento
cantábamos:
Ven acá vidita mía
siéntate a lado de mí,
te contare mis trabajos
lo que he pasado por ti.
Qué bonita señorita
quien será su enamorau,
yo quisiera conocerlo
pa matarlo al maldiciau.
Blanca flor del alelí
que te ha contado de mí,
será lo que me aborrecen
por separarme de ti.
separarme no podrán
quitarme la vida sí.
Tan luego
nos daban la chichita, vaso tras vaso, y el baile continuaba, para eso ya
estaba en la mesa cubierta como mantel
un plástico floreado a un costado de la salita. Un mate de papas y un plato de ají
con pepa de culantro más que suficiente tendríamos que guardar barriga para el
resto de visitas.
Piquen,
piquen jóvenes nos decía la señora. Las miraditas se entrecruzaban entre mi
amigo y esa bella china, que tenía una carita como para sacarse el sombrero. No
deberíamos despertar ninguna sospecha estábamos en el máximo peligro, eran
aquellos tiempos respetábamos la casa, así estábamos formados, así fueron
nuestros costumbres.
Una miradita
de ilusión en un escape al tiempo era como alcanzar el cielo. Salimos
agradeciendo la atención al carnaval, no importa en pleno aguaceral era parte
de la alegría, los pasos de estos muchachos errantes era de alegría sinigual.
Llegado el
momento tendríamos que retirarnos cantando:
Chicha tengo yo en mi casa
por chicha no tengo pena,
vaya corazón mañoso
quiere tomar chicha ajena.
Vámonos compañeritos
vámonos que vengan otros,
que les hagan el cariño
como ha hecho con nosotros.
Así, nos
despedimos de la casa, misión cumplida y salíamos guiados por los impulsos del
camino, que nos llevaría a otro lugar, el carnaval es una continuidad sin
límites, el tiempo duraba mucho la alegría era contagiante, en el camino nos
encontrábamos con otros grupos unos de ida otros de vuelta. El barro era
terrible, recuerdo que el trayecto yo perdí mi llanque en medio de un potrero,
más arriba boté el otro y caminé a pie, sólo me quedaba reírme qué sentido
tendría enojarme con quien y contra quien.
Ya
muchachos sigan cantando les dije: en tono muy alto.
Para que mi dios haría
carnavales en febrero,
para andar en tanto barro
y en tantísimo aguacero.
Esta guitarra que tengo
no lo quisiera vender,
ni por oro ni por plata
solo por una mujer.
Pero no
todo es perfecto siempre prima la palomillada. Recuerdo que esa noche llegamos
a una casa cerca al cementerio habíamos caminado tanto para llegar hasta esa
familia, casi todos teníamos heridas de las púas de las pencas de los caminos
estrechos.
Yo tenía
los pies destrozados por las piedras y el barro, entonces estuvimos cantando
buen rato y no nos atendieron estábamos de cólera por la actitud de los dueños
de casa, uno de los del grupo el más arrancado dijo: entremos al corral y
saquemos una gallina y lo llevamos pal caldo, me puse al frene y les dije que no, pero el
resto dijo si, entonces nos abalanzamos por sobre la barda cubierta con paja,
nos dirigimos a donde estaban los gallineros y en primera chapamos una.
Uno de
ellos dijo: apriétale de una vez el cogote paque no grite, pero no había tiempo
para tal decisión ya estaba en nuestras manos y salimos corriendo. Nos
olvidamos de cantar por unos minutos.
Las horas
estaban pasando levantamos la mirada hacia las filas y al fin la aurora nos
estaba sonriendo dando inicio a un nuevo día.
Estábamos
ya por el barrio la Esperanza, atrás de Santa Apolonia. Allí recién nos damos
cuenta que no era una gallina, sino una china linda. Yo me dije: pucha madre, que
risa para unos y que decepción para otros. En fin son consecuencias del
carnaval, nos llevamos un buen chasco, pero fue divertido, aunque no era
correcto, que se lo cobren al carnaval y que a la china linda le dejen libre
volar.
Ahora ya más
resueltos de la mala noche, no pusimos a revisar los instrumentos la guitarra
sólo tenía dos cuerdas, así, estábamos tocando, pero mi amigo dijo: no se preocupen
mi papá me compra, su papá tenía plata trabajaba en PERULAC, ganaba bien.
Bueno pues
ha llegado el momento de descansar un rato más tarde nos veríamos para seguirle.
Llegué a
mi casa, mis padres y hermanos aun estaban durmiendo, era de madrugada. Dirigí
la mirada hacia la huerta de plantas de maíz que estaban hermosas, el rocío sobre sus largas y verdes hojas se
iluminaban como perlas ante los rayos del resplandeciente sol, las hojas de
higo se movían al compás del viento, daba la sensación que quisiera hablar
conmigo, como olvidar o dejar de mirar esa planta de manzana que yo mismo traje
una ramita para plantarlo en la chacra y era de la casa huerta de los Mas
Montoya ex hacendados de Cajamarca.
Pero me engrandecía
ver las flores rojas y rosadas de mi jardín, eran unos geranios de ramas
gigantes y hojas encartuchadas con su mirada tierna, esas flores que cultivé por tantos años, fue como la gracia divina de la naturaleza. Incluso para proteger su hermosura y encanto
tenía una fila de achiras que en cuyas
hojas escribía cada mañana o en un atardecer mis rabias y mis dolores.
Bueno me dirigí
a mi cuarto, me eché a dormir, escuchando los cantos de las calles aledañas a mi casa, se oía
cantar coplas de los otros vecinos que decían:
Diviértete corazón
no te des a la vejez,
mira que la juventud
no ha de volver otra vez.
Por esta calle derecha
dicen que me han de matar,
yo no le temo a la muerte
ni al cuchillo ni al puñal,
ni al hombre de vara y media,
ni al de dos varas cabal.
Dime si me has de querer
pa botarlo a mi mujer
y si no me has de querer
pa volverlo a recoger.
Pasaban
los días de carnaval, tan pronto llegaría a su fin, entonces ya todos nos
ponemos tristes, porque se acaba la alegría. Pero con la firme esperanza que el
próximo año lo tendríamos nuevamente resucitado y lo volveremos a ver ingresar por
las calles de la Cajamarca pintado de mil colores devolviendo la alegría a
todos sus sucesores.
Listos
para ponerle más entusiasmo y le cantamos:
Qué bonito es carnaval
pal que lo sabe gozar,
porque se come y se bebe
haciéndonos que cantar.
No te vayas carnaval
quédate un poquito más,
si de deberás ya te vas
yo te sigo por tu tras.
Nunca olvidaré
los corsos, las patrullas, las comparsas en el Hotel Turistas, los concursos de
coplas y el desfile de reinas del carnaval en el Coliseo del colegio San Ramón
en noches incansables.
La chicha
del urpito del rincón, si bien es cierto que ya para mí se acabado las llegadas
a tu casa es como reza el carnaval cajamarquino, aquellas tardes de invierno en
el barrio Cumbe Mayo, al Barrio San José de los valientes, para chicha y para
pan el Barrio San Sebastián. En si todos los barrios que rodeaban el centro de
la ciudad se adornaban de lúcidos colores por sus calles principales dando auge
y pleitesía a los dones que nos brinda el carnaval.
No quiero
caer en la tentación de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que fueron
los hechos vividos y adaptados a la realidad del momento. Ahora otros gozan y
mañana contarán sus alegrías o sus sufrimientos, porque el carnaval nos deja de
todo, amor y desamor, alegrías y penas.
Junto al
entierro de “ÑO CARNAVALON”, dejo en su tumba mis llantos, luego me dirijo a su
yunza cuelgo mis esperanzas en sus ramas, escribo mis versos en sus frutos,
lanzo un machetazo en el alma.
Así es el
carnaval, para el chico para el grande, para el pobre para el rico, para todos
hizo dios. Una copla es una vida, el verso es una inspiración, el contrapunto
es el espíritu de una humilde canción.
Donde late un corazón,
el carnaval está presente,
si juegas con mi ilusión,
te sigo hasta la muerte
Tus ojos son dos luceros
del carnaval su ilusión,
tus labios son traicioneros
quieren verme en el panteón.
Por eso termino
diciendo: “No te vayas carnaval quédate un poquito más”.
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