ABRIL: "MES DE LAS LETRAS" / SAN MIGUEL
DEMETRIO QUIROZ-MALCA.
Antología breve (*)
(Selección de Víctor Hugo Alvitez Moncada)
8
Antología breve (*)
(Selección de Víctor Hugo Alvitez Moncada)
8
Y lo hago, no sin antes
echar una mirada a mi lejana infancia
cuando era yo
-me imagino por el color
de mi sueño-
el hermoso girasol que besaba
con pasión el viento
y alimentaba de inefables alas
el rocío.
Cuánta luz debí beber
de sus castas fuentes, allá en mi pueblo
donde mi madre se vestía
de rubias mañanitas para tejer
-con el candor de su inocencia
y adorable sencillez-
el mantel largo para la Fiesta Grande
o para el Pan del Pobre.
Cuánta luz debió colmar el Cielo
y las alegres farolas del amado mundo
que tengo en mi corazón:
San Miguel de Pallaques, donde
aprendí a escribir amor en la Cantora…
al tiempo que el destino empezaba
a arrancar, uno a uno, los pétalos
del entonces girasol que fui.
Cuánta luz, evidentemente debió
encandilar los despreocupados
y hasta inconscientes días de mi infancia,
en donde sí fulguran, perdurables
y grandiosos:
Mi Madre
Mi Pueblo
Mi Primer Amor:
“Dejo el mundo
paso a paso”
echar una mirada a mi lejana infancia
cuando era yo
-me imagino por el color
de mi sueño-
el hermoso girasol que besaba
con pasión el viento
y alimentaba de inefables alas
el rocío.
Cuánta luz debí beber
de sus castas fuentes, allá en mi pueblo
donde mi madre se vestía
de rubias mañanitas para tejer
-con el candor de su inocencia
y adorable sencillez-
el mantel largo para la Fiesta Grande
o para el Pan del Pobre.
Cuánta luz debió colmar el Cielo
y las alegres farolas del amado mundo
que tengo en mi corazón:
San Miguel de Pallaques, donde
aprendí a escribir amor en la Cantora…
al tiempo que el destino empezaba
a arrancar, uno a uno, los pétalos
del entonces girasol que fui.
Cuánta luz, evidentemente debió
encandilar los despreocupados
y hasta inconscientes días de mi infancia,
en donde sí fulguran, perdurables
y grandiosos:
Mi Madre
Mi Pueblo
Mi Primer Amor:
“Dejo el mundo
paso a paso”
En "Del mundoen que vivimos" 1990.
¿POR QUÉ, SEÑOR, LA NOTA EN MI COSTADO?
¿Por qué, Señor, la nota en mi costado,
espina florecida en blando leño,
ahoga los espejos, débil sueño
del casto gorgear embalsamado?
¡Por qué, Señor, si el vértigo ha bordado
con hilos de tu esencia y de tu ceño
el alba – flor del oro y verde empeño
que en gracia, en polvo y ala has deshojado?
En frente angelical, canto encendido
bañóse de altos soles tu pupila
dejando en su responso, lirio y nido.
Y ahora, en este vuelo que destila
un mar que, siendo mar, llévolo herido.
no sé si es rosa o muerte quien rutila.
En: “Mármoles y vuelos” (1946)
¿Por qué, Señor, la nota en mi costado,
espina florecida en blando leño,
ahoga los espejos, débil sueño
del casto gorgear embalsamado?
¡Por qué, Señor, si el vértigo ha bordado
con hilos de tu esencia y de tu ceño
el alba – flor del oro y verde empeño
que en gracia, en polvo y ala has deshojado?
En frente angelical, canto encendido
bañóse de altos soles tu pupila
dejando en su responso, lirio y nido.
Y ahora, en este vuelo que destila
un mar que, siendo mar, llévolo herido.
no sé si es rosa o muerte quien rutila.
En: “Mármoles y vuelos” (1946)
LA ESPIGA DE TUS MANOS
En mi sangre florecen las galaxias
y tus labios;
en mi sangre te encuentro a cada instante
dorada pupila,
Avecilla de paz y amor,
canción iluminada.
En mi sangre está eternamente la espiga
de tus prados,
oh, en mi sangre el fuego elemental
de tus ojos puros.
En: “Jardín de invierno” (1952)
ELEGÍAS
El aire, cómplices del hombre,
llevó en su sueño
la muerte.
Fue una muerte dulce.
alada
la que rodó apacible
por la hierba.
¡ Cuán bella parecía
en su mudez anclada,
en su ebria mudez de altura,
la paloma !
Fue una muerte dulce,
alba
la que cayó del cielo
como un beso.
No había herida en el eco,
no había herida en los ojos,
sólo un corazón
que sangraba sin protestas
en la hierba
De: La voz elemental, 1955.
ZONA DE ANGUSTIA
III
Con los huesos astillados, enmohecidos
por el odio,
los fantasmas del insomnio,
las fatigas,
freno mis pasos –zagal del tedio-
y pero mientes en el abra familiar
de las palomas
y los mayos
¡tan amados!,
¡tan distantes!.
Busco gacho, alucinado girasol,
el beso de la escarcha
(cuando mi madre alfombraba
sus pupilas en el canto)
y ¡oh!, verdad de los pájaros
silvestres,
de los trigos en sazón,
de la risa esmeralda de los puquios
sola,
jadeante,
yace mi humildad en el exilio.
¡Oh, lacerado de mí!:
¡Qué de la bondad del padre,
del amado padre de las trillas,
los luceros.
Las luciérnagas,
La exaltación del día en el follaje?
¿Qué de la serena biografía
de los trinos;
qué de la celeste paz en el tunal,
la madreselva,
el hermano entrañable y su vihuela?
¿Qué de la misteriosa y alta voz
de los oteros,
dulcificando el aire,
las actinias,
los desvelos,
las catarsis
del amor?
Podré decir algún día, acerbamente,
a la flor y sus aromas:
- “Amo tu seno,
sorpresa de Invierno y Primavera,
porque en ti el rocío}canta como un ruiseñor a la vida”.
Vedme rocas, alimañas, hombres
vedme
vedme,
mientras mi verso con sus ojos
de mar
naufraga en el plúmbeo
estertor
de la nostalgia.
En “Judas” (1965)
I
Llega la época del sembrío; yo seguiré sembrando en los hondos surcos de mi rostro. Vosotros los alegres, sembraréis de doradas espigas; vosotros los tristes, que tenéis llagas, sembraréis vuestra sangre. Mi llanto, las doradas espigas, la sangre, germinarán:
¡Todos cosecharemos!...
sólo que, desde los surcos de mi rostro, ahogado, os veré. A vosotros que cosecharéis estrellas, ciegos; a vosotros sembradores de la sangre, inflamados en la llaga.
¡Todos cosecharemos!
¡Estrellas!
¡Lágrimas!
¡Fuego! ...
II
La noche me llamó: “Sembrador de lágrimas, ¡ven!... “no tuve tiempo ni de sacar mi pañuelo del fondo de mi pecho. Su red envolvió mi estertor. Éramos amigos. Llorábamos en el invierno. Pero sentí miedo: ya no creía en el fuego. Vime pez. El pez en la red; el pez y la red en la noche; el pez, la red y la noche en la Nada. Ya no lloraba ni aleteaba: dormía. Si dormía soñando en mi sepulcro. Digo, en la del pez, de la red y de la noche. Sólo la nada bebía mis ruidos. Y los ruidos de la Nada, ¿quién? No sé. Por el mar rodaba una estrella: me besó la frente y siguió rodando. El pez había muerto en la red de la noche.
III
Era la sombra – bienamada serpiente – un brazo en mi garganta y un juguete deseado entre mis manos de hiedra. Alta sombra, recuerdo, que tragó, sin embargo, al navío malva. Mi navío alucinado y pertinaz. Mi primera virtud de vuelo: hijo del silencio y la esmeralda. Hijo mío, triste. Desde entonces mis ojos vagan insomnes por los acantilados o, rendidos por el sueño, rueden como baratijas olvidadas.
¡ Vedlos todas las mañanas despertar con la espuma en la encrucijada de dudas.! Védlos huérfanos, envueltos en el charco de sombra –esa sombra bienamada – hoy, tan sólo un recuerdo amargo.
De Parábolas, (1969)
CORAZON DE FUEGO
Estás allí, poema luminoso de la tarde.
como un casto violín derramado.
Estás allí, como una columna de fuego
Entre mis ojos y el olvido,
entre la estrella que se escapa de mis manos
y la extraña mirada del Señor;
estás allí, en ascensión de frutas,
único latido en el desierto sin eco,
total, abismada, cofre de lirios,
pecado y camino blanco, estás allí.
Sí, amor mío, coronado de labios
y de ríos profundos,
tan sólo soy un lirio donde escribes
tu nombre y lo devoras.
POEMA
AMOR: dos manos como surcos de nieve
iluminan tu rostro en el silencio.
Amor: rió de amapolas encendidas
a través de tus ojos y mis ojos.
Amor: camino largo, ola solitaria.
¡He de mirar tu llegada desde azules
copos o bajo el pie diminuto, triste
de una hormiga de oro? ¿Habrá de beber
paraíso marino – los cristales de luz
que tiemblan en tu torso de lunas
o sorprender en la escarcha la verdad
absoluta que invada mi sangre igual
que la muerte? ¿Habrá de morir, juguete de
nácar, en tu seno puro, desnudo
al mar? Dios ciego que rechazas, flecha
que me hieres, deja que mis pupilas
vaguen errantes entra la yerba, tal vez
como un sueño, predestinado, niño.
PEQUEÑA ELEGÍA A UNA PALOMA
El aire, cómplice del hombre
llevó en su seno
la muerte.
Fue una muerte dulce,
alada
la que rodó apacible
por la hierba.
¡Cuán bella parecía
en su mudez anclada,
en su ebria mudes de altura,
la paloma!
Fue una muerte dulce,
alba
la que cayó del cielo
como un beso.
No había herida en el eco,
no había herida en los ojos,
sólo un corazón que sangraba
sin protesta en la hierba.
En: “Antología General de la Poesía”, Romualdo, Alejandro y Salazar Bondy. Buenos Aires, Librería Internacional del Perú, 1957.
Estás allí, poema luminoso de la tarde.
como un casto violín derramado.
Estás allí, como una columna de fuego
Entre mis ojos y el olvido,
entre la estrella que se escapa de mis manos
y la extraña mirada del Señor;
estás allí, en ascensión de frutas,
único latido en el desierto sin eco,
total, abismada, cofre de lirios,
pecado y camino blanco, estás allí.
Sí, amor mío, coronado de labios
y de ríos profundos,
tan sólo soy un lirio donde escribes
tu nombre y lo devoras.
POEMA
AMOR: dos manos como surcos de nieve
iluminan tu rostro en el silencio.
Amor: rió de amapolas encendidas
a través de tus ojos y mis ojos.
Amor: camino largo, ola solitaria.
¡He de mirar tu llegada desde azules
copos o bajo el pie diminuto, triste
de una hormiga de oro? ¿Habrá de beber
paraíso marino – los cristales de luz
que tiemblan en tu torso de lunas
o sorprender en la escarcha la verdad
absoluta que invada mi sangre igual
que la muerte? ¿Habrá de morir, juguete de
nácar, en tu seno puro, desnudo
al mar? Dios ciego que rechazas, flecha
que me hieres, deja que mis pupilas
vaguen errantes entra la yerba, tal vez
como un sueño, predestinado, niño.
PEQUEÑA ELEGÍA A UNA PALOMA
El aire, cómplice del hombre
llevó en su seno
la muerte.
Fue una muerte dulce,
alada
la que rodó apacible
por la hierba.
¡Cuán bella parecía
en su mudez anclada,
en su ebria mudes de altura,
la paloma!
Fue una muerte dulce,
alba
la que cayó del cielo
como un beso.
No había herida en el eco,
no había herida en los ojos,
sólo un corazón que sangraba
sin protesta en la hierba.
En: “Antología General de la Poesía”, Romualdo, Alejandro y Salazar Bondy. Buenos Aires, Librería Internacional del Perú, 1957.
(*) Del libro inédito: SAN MIGUEL: Historia y Cultura / Víctor Hugo Alvítez Moncada.
(Colección de libros: Víctor Hugo Alvítez)
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