Saturday, March 12, 2016

HIMNO ES VOLVER. EL ALMA DE LA CASA / Danilo Sánchez Lihón



CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina

2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES

MARZO, MES DEL AGUA, DE LA MUJER,
LA POESÍA, EL TEATRO Y EL NACIMIENTO
DEL POETA UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO

11 DE MARZO

HIMNO ES  VOLVER

 

FOLIOS DE LA UTOPÍA

EL ALMA DE LA CASA

Danilo Sánchez Lihón


Dios ama la luz
de las lamparitas de los hombres
más que sus grandes estrellas.
Tagore

 

1. Que tú llegues

Cuando se vuelve a la casa de la infancia después de mucho tiempo de haberla dejado se siente que ella gime con llanto conmovido.
Llora de sí misma, de saber cuánto ha esperado extrañando noche y día. De reconocer ¡cuánto ha sufrido!
Porque siente que este es un día que justifica tanto abandono. Porque nunca olvidó el día que te fuiste.
Siente que con el regreso se completa el círculo con el día que te fuiste y que nunca olvida porque desde entonces ha permanecido insomne y desvelada.
¡Gracias a Dios que tú has regresado!
Que este día lo compensa todo y explica entonces que ahora ella esté alegre y se enternezca. Justifica que se queje. ¡Has demorado tanto en volver después de la despedida, y cuando ella quedó afligida!
Sosteniéndose en pie y sin dejarse derrumbar hasta ahora ni por las tempestades ni por los vientos huracanados que aúllan y azotan desolados.
Pero más por los recuerdos y la nostalgia que socavan más que el techo el cimiento y estrujan el alma, esperando que tú llegues. 


2. La mirada con que nos acogen

La casa es la madre que todo lo sabe o lo presiente, solo con la mirada. De allí que sus aleros y muros se tuerzan e inclinen.
De allí que se cubran de huellas, cicatrices y agujeros. Y de hierbajos que brotan en las rendijas, como entre las piedras o en el resquicio que queda entre baldosa y baldosa.
Somos hijos de las casas igual que de una tierra. Y tanto como de nuestros padres biológicos, nos amamantamos de lo que una casa nos brinda y prodiga.
Las casas son nodrizas, ángeles guardianes que van detrás de nuestros pasos. Son las que nos crían, nos protegen, nos cobijan y defienden de los hechizos.
Saben de nuestros sueños, como de los pequeños temores y grandes anhelos que llevamos incrustados en el alma.
Las casas cuando volvemos la mirada con que nos acogen siempre es enamorada y gloriosa. Y nos encuentran sutiles, refinados, distinguidos.


3. Y también llorado

He aquí por ejemplo cómo te mira y está orgullosa de ti. Y piensa en silencio: Has regresado más hombre, más fuerte, más erguido.
Has regresado sabio, íntegro y generoso. Has regresado límpido, transparente y egregio.
– ¡Es él! ¡Es él que ha vuelto! –Dice, musitando y sollozando en silencio con las dos manos se cubre la cara.
Y se dice a sí misma: ¡Pero se ve también que él ha sufrido, tal vez extrañando todo lo que aquí se dejó y quedara!
Porque ahora tocas reverente la grada y posas tu mano en la piedra del pozo. Porque ahora pones tus dos palmas en el estoque y hundes tu frente hacia el muro y oras.
– ¡Lo veo un poco envejecido pero también vasto y frondoso! –Se dice asimismo.
– Él ha crecido en todo. ¡Sin duda ha extrañado tanto! Pero ahora se lo siente hondo, vasto e inmenso, aunque un poco callado.
¡Cuando de niño era un castañuelas que todo lo alborotaba!, por el patio, el corredor y entrando por todos los rincones de los cuartos.
¿Qué sitio no guarda el recuerdo de su presencia por donde ha jugado, reído y también llorado?

 

4. Sombras y claridades

Pero, ¡cuánto mundo ha recorrido! ¡Cuántos caminos bajo sus pies fugitivos!
Cuántos días luminosos y otros inciertos por este y otro sendero. ¡Cuántos días anubarrados y sombríos no habrá vivido! ¡Cuántas noches de angustia y de agonía! ¡Y otros días radiantes de triunfos, tal como es la vida!
Algunas casas sollozan porque piensan que hemos regresado no a quedarnos sino a despedirnos.
Pero aun así hemos venido, hemos vuelto. ¡Estamos de regreso y aquí no importa si es como sombras titubeantes!
Porque ya no resistían en la espera, creían que no íbamos a llegar a tiempo para encontrarlas todavía de pie, y vernos a la cara entrar por sus portones y zaguanes, acto elemental y simple pero también sagrado.
Y es que ya no podían con tanta lluvia, con tanto silencio y tanto cierzo; con tanta luna extasiada bogando en el cielo que dejan descubierto la bóveda caída, y las tejas que se han roto por los vendavales.
Pero hemos vuelto y las casas se esconden a llorar cuando nos ven entrar, y miramos con ojos humedecidos cada rincón reviviendo cada instante de nuestra vida ocurrida entre estas sombras y claridades.


5. La faz y el alma

Esta de aquí era la cocina, más allá el patio. Aquí dormíamos.
Y rebuscas entre los despojos una huella. Allí aparece un madero. Es de la escalera en la cual te empinabas para ver la fiesta y el baile de la comparsa en la calle.
El despliegue del desfile, el paseo del Ño Carnavalón, el paso del inter del patrón Santiago, entre arcos y guirnaldas de flores.
Ahora te paseas callado por sus habitaciones pasmadas.
Abres una puerta y te quedas contemplando la luz del alba en la claraboya. Ya nadie vive aquí. Y tú, ¡cuánto has cambiado!
Se tamiza por las ventanas el amanecer igual que cuando aquí vivíamos y despertábamos todos de madrugada, indiferentes al misterio que atraviesa a la vida y al mundo.
Pero tú ya no eres el niño de entonces. Amarguras atroces y viejas te han estrujado la faz y el alma. 


6. Imágenes hundidas

Pero aquí está ella otra vez ofreciéndote su pared compasiva, la misma que escuchó de niño tus anhelos, tus agobios; que ha sido testigo en la habitación solitaria de tus largas convalecencias oyendo los ruidos lejanos y los pasos apurados de la gente.
Y ahora todavía está aquí temblando y pendiente de lo que tú digas.
Pero apenas modulas una voz te sale un quejido.
Y sollozas encogido con las manos cubriendo tu rostro, porque has recordado la sombra de cada uno quienes estuvieron contigo a esa hora. Y a tu padre enterrado ya en el cementerio.
Hay casas que no resisten esperar tanto. Y mueren antes de que tú hayas llegado. O mucho antes que hayas podido embarcarte.
Mientras tú veraneabas en algún país extranjero y lejano, o en cualquier playa lejana y en una ribera exótica.
O jugabas a la ruleta en cualquier casino o casa de juego.
Pero ahora visitas el sitio más importante en tu vida, cual es en donde fuiste niño, aunque hayas llegado tarde y camines sobre maderos rotos y restos de imágenes hundidas.


7. La hora en que tú vuelvas

Porque en esa calma arrebolada es cuando más se desmoronan los adobes y se sueltan carrizos y magueyes.
Y se hace polvillo y ceniza aquello que fue y se ha vivido.
Porque aquí se extraña todo, que es una ley de la vida.
Porque era nítida y confiada nuestra voz cuando éramos Infantes. Y le dolía pensar que tal vez ahora tu voz esté apagada, triste y compungida.
Pero tu voz aunque quebrada mantiene el timbre que lo hace firme.
Solo que la lluvia y las goteras de la casa han ido cada año erosionando estos muros, dejando caer una teja primero, pedazos de adobes después, una ventana que yace en el suelo con todas las ilusiones, promesas y hasta serenatas que se deslizaron por sus rejillas.
Quizá por eso la casa siente que ahora puede morir en paz. Y está gozosa y de fiesta porque hayas vuelto. Y ahora sí justifica morir. Por eso te mira con ternura infinita, de pies a cabeza. Y siente que no esperó en vano.
Pero ya no te responde el alma de la casa. Está yerta. Sólo esperó todo este tiempo la hora en que tú vuelvas.

 

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