Sunday, July 07, 2013

Mi homenaje a los maestros del Perú... La escuela / Walter Lingan


Walter Lingan

Mi homenaje a los maestros del Perú...

La escuela

La portada y su empedrado. Lo unico que quedaba de esa nuestra vieja y desapaecida Escuelita Mixta 738 de San Miguel del Jiron 2 de Mayo. Foto: Pis@diablo

Mi escuela funcionaba en una casa vieja y tenía un patio pequeño. Por todo sitio las paredes se desmoronaban que a veces imaginaba que un día ¡pandangán! la casa se venía patas arriba. Tenía dos pisos y las escaleras de madera estaban pintadas de marrón. Cuando subíamos al segundo piso las escaleras se sacudían, crujían como si fueran a romperse. Por las barandas a veces bajaban las arañas que habían tendido sus telarañas en las esquinas bajo el techo.

Mi escuela no era una escuela reconocida ni por el gobierno ni por el ministerio de educación. Era una escuela, digamos, ilegalmente legal, o sea, el pueblo la reconocía como su escuela. Se fundó por iniciativa de un grupo de padres de familia y dos jóvenes maestras recién egresadas de la Escuela Normal de Cajamarca. En ese tiempo el gobierno no se fijaba si en los pueblos alejados de la capital había muchachos con ganas de estudiar. Al poco tiempo se hizo una fiesta para reunir dinero para la delegación que viajaría a Cajamarca, y si fuera necesario hasta Lima, así diciendo se decía, a solicitar el reconocimiento de nuestra escuela.

Es sabido que quienes gobiernan piensan que una caja de balas es más barata que una de tizas. Entonces, como el ministerio no daba nada de nada, cada alumno tenía que llevar su propia carpeta. Mi tío Absalón, conocido como El Bulecas, me hizo una linda carpeta con un cajoncito bajo el asiento para guardar los útiles escolares. Pero yo sólo tenía un cuaderno y un lápiz que los llevaba en una alforjita que la tejió mamá. En esta escuela sólo aprendíamos el abecedario y a multiplicar y por eso no teníamos una biblioteca. Entonces uno de mis tíos diciendo decía que “pa’ trabajar en el campo no se necesita ser letrado”. A mí no me gustaba trabajar en la chacra, yo quería ser poeta y por eso me apuraba en aprender a leer y escribir.

Mi escuela no tenía servicios higiénicos y había que aguantarnos de hacer pipí hasta llegar a casa. Esa era la razón por lo que mamá todas las mañanas antes de salir de casa diciendo decía: “Harás pis antes de ir a la escuela”. Una vez una chica se hizo pis en su carpeta y cuando sonó la campana anunciando el recreo, ella no quería moverse de su asiento. Al ver el pocito que la orina había formado entre sus pies, supe porque no quería salir a jugar, entonces diciendo le dije: “No importa, Rosita, yo tampoco tengo ganas de salir al patio, hace frío”. Y jugamos a los sueños. Soñamos que íbamos a la capital sentados en la parte alta de un camión del Champa Mario, el sol hiriendo nuestros ojos y el viento chicoteando los cabellos de Rosita.

Para el 28 de julio, las fiestas patrias, se organizaban actividades culturales para resaltar el heroísmo de quienes se sacrificaron para dejarnos una patria sin amos ni esclavos. Nos dieron la tarea de aprender poemas a la libertad y a los héroes de la independencia, hacer teatro, cantar o bailar. No sé de dónde diablos saqué la poesía que me puse a recitar: América, / no puedo escribir tu nombre sin morirme. / Aunque aprendí de niño, / no me salen derechos los renglones; / a cada sílaba tropiezo con cadáveres, / detrás de cada letra encuentro un hombre ardiendo, / y no puedo ni cerrar la a / porque alguien grita como si se quedara dentro...

Ante los primeros versos se produjo un silencio entre los “notables” que estaban sentados en primera fila. Mi maestra me miró inquieta, pero yo, orgulloso, levanté la voz y seguí: ¡Amargas tierras, / patrias de ceniza, / no me entra el corazón en traje de paloma! / ¡Cuando veo la cara de este pueblo / hasta la vida me queda grande!

Mi voz, convertida en ventarrón, en trueno estallando en el patio frío de la escuela, reventó huracanes y tempestades: ¡Pobre América! / En vano los poetas / deshojan ruiseñores. / No verán tu rostro mientras no se atrevan / a llamarte por tu nombre, / ¡América mendiga, / América de los encarcelados, / América de los perseguidos, / América de los parientes pobres! / ¡Nadie te verá si no deshacen /este nudo que tengo en la garganta!

De un salto el jefe de la policía me cogió de un brazo y me bajó del estrado, zarandeándome, casi por los aires, me llevó al aula donde, asustada, esperaba mi maestra.
—¡Tenga cuidado con lo que le enseña a sus alumnos, señorita, espero que no se vuelva a repetir!

La maestra sin decir nada me acarició el cabello.

Así aprendí que era muy peligroso ser poeta y decidí convertirme en chofer como El gordo Yeckle.

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