POETA Y MAESTRO ITINERANTE(*)
Por: Jorge Wilson Izquierdo
SIEMPRE serán interesantes germen y desenvolvimiento de todo literato en su travesía. Ello da ocasión de pergeñar hoy el rostro sereno de barba entrecana y de mirada precisa en Antonio Goicochea Cruzado, poeta de extracción sanmiguelina (Cajamarca, 1946), con ese clan de superación que involucra predios pedagógicos. Y porque ama pedagógica y artísticamente a nuestras comunidades, es que ofrezco estas líneas entre contacto de brisas, gualdas lejanías, pulso de corrientes y aves incesantes.
Dos producciones suyas obran en mi mesa, como tantos reconocimientos en su trayectoria. Su sonora “Cantata a San Miguel”, conmueve en todos sus tramos. Cómo esa versificación coloquial toma cuerpo forjando un señuelo de su tierra natal. Sus gentes intemporales, sus peculiaridades y gratos recuerdos, emergen del marco circundante de costumbres, del amor, y perviven. Policromías que absorbe cada ocaso y cada amanecer revitaliza: San Miguel, tierra, laboriosidad y esperanza, para la cual él representa su Hijo Ilustre.
Y, he aquí, a una niña lirio de melancolía, de átona mirada, dentro de una congelante serena palidez. Es la portada de “Paideia”, el último libro de Antonio Goicochea que nos inmersa en un mundo inefable, paralelamente a un encomiable proyecto de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), “Maestros itinerantes, apoyo a las escuelas rurales “, dentro del cual como gestor y su representante en Cajamarca, acaban de lanzar en tres tomos la Literatura de Cajamarca, San Miguel y Celendín para rescatar en la cantera educativa el presente y futuro social. El mensaje, como desde la época helénica, la formación humanística del hombre.
Obvio resulta distinguir cuánto corresponde a una literatura de niños, de otra para niños. En este caso, hay que descender hasta sentir y traducirse como ellos que son presentistas y animistas, ávidas y avecillas en su propio florecer, asimilando el entorno a su manera: la madre, los juegos creados por ellos como el molinito de penca, voladeras, sus animalitos de casa y del campo, vistos desde su propia fantasía.
Cómo “Paideia” da corporatura a todo esto, afuera con una sencillez a lo Machado o a lo Juan Ramón Jiménez en la ciudad. Cómo al par con Luis Valle de Goicochea, el poeta malogrado en su cuarta década, o Juana de Ibarbourou, logra ese efluvio de lo cotidiano, el gorjeo vespertino, chamiza, aguaceral, rondas lunadas, etc. Y todas esas narraciones con diálogo espontáneo, tocando la fabulación de lo tradicional. Todo como proviniendo de los niños, corolario al que debieran aspirar quienes hagan literatura infantil, como Antonio Goicochea acaba de lograrlo.
Pero él no estuvo solo. Contó con un dibujante virtuoso, Johnny Becerra Becerra, que aplaudimos igualmente. Cuando Arturo Corcuera en 1 791 publicó el zoo lírico poemario “Noé delirante”, se discutió la conveniencia o no de ilustrar poemas y narraciones porque se avasallarían mutuamente generando un corto circuito. Craso error. Un buen grabado también es vital como en El Quijote o La Divina Comedia, pues, redondea intuiciones, así como la música incentiva en la propia poesía, en el sétimo arte del cinema y en el teatro. Afortunadamente, “Paideia” es comunión de ambos astros, dados el talento, belleza y compromiso que irradian.
Con todo un suspiro, cierro este libro singular y vuelve la faz ecuménica y triste de la niña, tan cerca de nosotros o tan desde otra dimensión
(*) En: EL SHILICO. Quncenario. Por el cambio... y la grandeza de Celendín. Jue. May. 19
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