Wednesday, November 14, 2018

ANTES LAS MUJERES NO ACOMPAÑABAN EL SEPELIO / Antonio Goicochea Cruzado


ANTES LAS MUJERES NO ACOMPAÑABAN EL SEPELIO
 Foto Pis@diablo
De niño, cuando vi un entierro de campesinos y al advertir que mujeres con llanto desgarrador, “yupacundo” le llamaban a esta manera de llorar, y por ratos en devoto silencio, con blancos sombreros de palma, portando coronas de blancas flores de papel y cirios encendidos, acompañaban el sepelio; y, al comparar con los de la ciudad en que ninguna mujer lo hacía, planteé mi interrogante a mi abuelita Hercilia*, ella con la mayor naturalidad me dijo: 
- “Esos” son del campo, las damas de la ciudad no acompañamos al cadáver al cementerio, nos quedamos en casa, en la sala doliente, elevando oraciones al cielo para que la almita llegue a la diestra de Dios Padre, además, como habrás visto, el cura párroco que preside la ceremonia, en cada esquina dice un responso en latín, y solo los varones acompañan el cortejo. 
No pregunté más, pero mi curiosidad aumentó, porque cuando murió un vecino nuestro, vi que en dos noches de velorio, una comitiva de varones, cada uno con una vela encendida, dirigida por el jefe de la casa, iba a la iglesia a invitar al cura a que oficiara la vigilia. Un joven iluminaba la ruta con una linterna de querosene. El cura los recibía en la parroquia, que ocupaba parte de la nave izquierda del templo. Los estaba esperando, con indumentaria apropiada para el servicio religioso, aceptaba la invitación y acompañado por el sacristán que portaba el humeante y fragancioso incenciario en pendular movimiento para mantener la brasa viva. Al llegar a la casa doliente, los esperaban las mujeres que se hincaban con reverencia para recibirlos. El cura iniciaba la vigilia con responsos en latín, el sacristán le respondía también en latín.
Pasaron los años y los sepelios se realizaban de esa manera, y siempre en los entierros de los campesinos, acompañaban varones y mujeres; pero, el año de mil novecientos sesenta, en que había fallecido el padre de una asociada de la Hermandad de la Virgen del Perpetuo Socorro, y en solidaridad las hermanas, con estandarte a la vanguardia y nívea mantilla a la cabeza y rezos casi inaudibles, acompañaron el cortejo, exponiéndose, claro está a la vindicta pública. “Sotto voce”, las encumbradas damas de la ciudad comentaban el irreverente gesto a las arraigadas costumbres católicas sanmiguelinas, sin embargo, las demás damas de pueblo lo tomaron como buen ejemplo; y, desde ese momento la mujer sanmiguelina, con blanca mantilla a la cabeza empezó a acompañar a los sepelios, portando coronas de flores de diversos colores. En la actualidad, siguen acompañando varones y mujeres, pero ellas ya no usan mantilla.
(*) Tuve tres abuelas: Antonia Oliva, la mamá de mi papá; Bertila Quispe, la mamá de mi mamá; y, Hercilia Cruzado, que crió a mi madre y le dio su apellido.

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