Saturday, July 09, 2016

Cuento: "MARIPOSAS NEGRAS". Autor: Jorge Adolfo Ramírez Quiroz. II Parte



Cuento: "MARIPOSAS NEGRAS". Autor: Jorge Adolfo Ramírez Quiroz

II Parte

SAN MIGUEL: Fotoarte Pis@diablo

Evidentemente, Serafín leyendo la segunda misiva tuvo un extraño comportamiento, muy inusual para su madre que lo conocía muy bien, creando en ella una  inseguridad y preocupación manifiesta. 

A partir de ese instante, Serafín, estuvo en la mira de mamá Concepción, quien la  interrogaba a cada momento del día.

Serafín a medida que pasaba el tiempo, se había exilado voluntariamente en su dormitorio, dando claras muestras de una sospecha real y que algo encubría a los ojos de su madre, solamente se presentaba en la mesa del comedor la hora de los alimentos y pasando desapercibido, porque no se comunicaba con nadie. Atrás quedaron las largas pláticas con su madre o con sus demás hermanos menores, volviendo luego del almuerzo o la cena a su reclusión voluntaria.

El, hacía creer que estaba estudiando por la proximidad de los exámenes finales del colegio.

Serafín agobiado por el acoso de su madre que no lo dejaba vivir en paz, decidió salir de su escondite voluntario.

El rostro que le puso a su madre esa mañana friolenta, fue de un semblante patrañero, hipócrita, poco creíble, avisando de modo inesperado, que el  postillón había dejado carta para Valentina, que nadie había visto solamente él.
El mismo, se encargó de leer la misiva ese instante, creando un falso clima de espontaneidad y bienestar. Anunciaba en la lectura de la falsa carta, que Dante y Daniel llegarían de vacaciones, el fin de semana próximo con sus respectivas esposas e hijos, a San Miguel de Pallaques.

Valentina se sorprendió y emocionó hasta las lágrimas, lloró ese instante. Desde ese momento  empezó a contar los pocos días que faltaban, para poder ver a sus hijos. Con mucha ilusión y felicidad, esperó ansiosa ese lindo fin de semana.
- Por fin voy a conocer a mis nietos, -dijo feliz.

Le daba mucha alegría y se ilusionaba pensando: ¿Cómo serán mis nietos?, ¿Se parecerán a mí?- Decía, y ese instante se disponía sonriente, o  tal vez se parecerán a su  madre.

Estaba anhelante y feliz que pronto toquen tierras sanmiguelinas para poder acariciarlos, y enseñarles buenos modales, como lo había hecho con sus herederos cuando aún eran pequeños.

-¿Por qué no mostrarles los viejos juguetes con los que habían jugado sus hijos cuando fueron críos? – Pensó, queriendo expresar a sus nietos lo siguiente:
- Miren mis niños, con estos juguetes jugaron sus papás cuando fueron pequeños; pero ahora todo esto es de ustedes.

El día que lleguen pensaba sacarlos de paseo por el pueblo bien futres, para que todos los paisanos los conozcan y, cuando pregunten.
- ¿Valentina son tus nietos? -Contestarles orgullosa – ¡Son mis nietos señora!, o ¡Son mis nietos señor!, o también diría son mis nietos joven.

Esa misma gente observándolos detenidamente, expresarían asombrados lo siguiente:

-¿Pero si son igualitos a la abuela? Entonces, feliz y presuntuosa seguiría caminando por las calles de la ciudad de San Miguel de Pallaques.
Valentina, desde ese instante se sintió muy orgullosa de sus hijos, de inmediato dejó de lado el resentimiento y el tiempo transcurrido de sufrimiento y olvido, tal vez cavilando expresaría:

– Naturalmente, si no han regresado por mí es por los estudios, que les habría quitaba el tiempo. Al instante pensó en abrazar y perdonar a sus hijos por la tardanza, cuando lleguen de regreso al pueblo por ella. Valentina desde ese instante, acelerada empezó el arreglo de su casa que era humilde, con nulas comodidades.

Su morada contaba con una sola habitación, era amplia, espaciosa, poco iluminada, pues allí estaba toda la casa completa. El comedor, por cierto, sin mesa ni sillas para sentarse, solamente había unos tronquitos de madera aliso, para descansar con mucha incomodidad. El dormitorio, con una sola cama de horcones de madera, del mismo árbol que de los tronquitos para sentarse en el comedor, la cocina, que como medio de combustión utilizaba leña húmeda del invierno serrano, humeaba totalmente la habitación, era el lugar preferido por donde acostumbraban escabullirse los cuyes, metiéndose por diferentes recovecos de la vieja estructura de adobes y paja de hualte, no había baño, pues las necesidades se hacían en el monte, y el aseo personal en el único pilancón de la esquina de su casa, que empalmaba a la acequia del pueblo, por donde discurría agua limpia cristalina en abundancia.                                                                                      
Valentina, cada día que pasaba sentía desazón por no poder brindar comodidad a sus hijos y sus respectivas familias, pero también sentimientos encontrados, por una parte alegre y feliz, porque finalmente iba poder ver a sus dos hijos que eran su adoración; pero también se sentía un poco amilanada, pues concebía un sentimiento muy particular a lo desconocido, se preguntaba en lo oscuro de sus noches de soledad.

-¿Cómo serían las esposas de mis hijos? ¿Me guardarían algo de afecto mis nietos?, por todo eso, a medida que pasaban los días, Valentina iba mostrando una profunda preocupación y angustia, se sentía mal porque una profunda depresión la iba consumiendo a medida que pasaban los días.

En el pueblo que era pequeño, si había casas bonitas de comerciantes o ganaderos acomodados, estas ostentaban todas las comodidades básicas de una vivienda; pero Valentina tenía una condición económica paupérrima y nunca pudo construir una casa de esas características, porque jamás tuvo ayuda de nadie, pues quedó viuda muy joven y al cuidado de sus dos hijos pequeños.

Pero finalmente, el día anunciado para el arribo de sus hijos llegó. Valentina se levantó con el alba del día, con los cantos cercanos y lejanos de los gallos mañaneros, tan temprano despertó que presenció el bello amanecer serrano.
Observó feliz como iba aclarando el día, las sombras de la noche quedaban de lado e iban apareciendo en el horizonte color gualda, los gigantescos cerros, todos pintados en color verde matizado, mostrando en primer plano a la vez, los hermosísimos sembríos de maíz postrero, trigo y cebada que también le añadían un color dorado rubio, dándole un aspecto muy bello a todo el panorama serrano.

Limpió apresurada toda la casa con su vieja escoba desgastada de hojas de eucalipto o yerba santa, prendió su fogón con leña húmeda de invierno que atiborró de humo todo el pequeño espacio, enseguida preparó el desayuno para los visitantes de lujo que esperaba ese día, se aseó y peinó con gran ligereza, untándose con unción una vieja brillantina perfumada por el pelo, que era para ocasiones especiales, que además fue de su difunto esposo y guardaba con profundo respeto como si fuera el tesoro más importante para ella, pues el perfume de la brillantina era el único olor que aún guardaba de él.

Después de todo esto, se marchó ágilmente a la estación de los viejos camiones que ese día llegaban de la costa. Esperó paciente en apariencia, pero las ansias la carcomían por dentro, pensar que en breves instantes por fin iba poder ver a sus hijos después de varios años de ausencia.

Desde la llegada del primer camión hasta el último, Valentina esperó animada.
– En el próximo camión llegan mis hijos – decía, contabilizándolos uno a uno conforme llegaban. Pero ese triste día de larga espera, nadie llegó.
 
Valentina esa desconsolada mañana lloró profusamente sin descanso, la tarde y  la noche hizo lo mismo, llorar y llorar sin cesar. Su vecina Concepción quien estuvo a su lado en todo momento, nuevamente empezó a consolarla afectuosamente diciéndole:

– ¿Valentina?, A lo mejor llegan el otro viaje del fin de semana.
Todos los camiones salpicados de lodo y con carpas de lona, estaban en San Miguel de Pallaques ese día, ahora habría que esperar nuevamente que todos los vehículos llenen sus pesadas estructuras de madera añeja con carga de papas, ganado, menestras de la zona y raudos partir con dirección a la costa, y esperarlos de regreso nuevamente el próximo fin de semana.

Valentina esperó pacientemente una semana más, hasta que los camiones retornen nuevamente a la sierra sanmiguelina. A medida que los días avanzaban, iba contándolos y se ilusionaba cada vez más y más.
 
El fin de semana esperado, por fin llegó con aires de optimismo y felicidad, las lluvias de la temporada invernal, justamente ese día habían calmado en intensidad.
Valentina casi ni durmió en la noche, pero se levantó muy temprano con el alba del día, estaba alegre y optimista nuevamente, siempre pensando en la hipótesis que su vecina Concepción le había hecho creer que el momento esperado recién era el de hoy día, que la espera del fin de semana pasado, solamente había sido una total confusión.

Se engalanó muy de mañana cantando una canción alegre, típica del folklore sanmiguelino, estuvo bien emperifollada nuevamente para la espera, en su ser no había espacio para la tristeza, al contrario estaba alborozada, se perfumó y humedeció el pelo con la vieja brillantina que todavía le duraba, enseguida se marchó rauda al andén de entrada a la ciudad, a esperar a sus hijos.

A Valentina se le notaba muy ansiosa como la semana anterior, pensaba que por fin iba a poder ver a sus hijos, después de mucha ingratitud. Observaba con atención la curva que da acceso a la ciudad, estaba casi como paralizada, sacada de la realidad, cualquier rumor de bulla por más insignificante que fuese, lo asociaba al sonido de motor de camión, entonces ágilmente estaba de pie, e intentando correr en toda dirección como un ser sin rumbo. De pronto, los viejos camiones de rodar cansino, iban apareciendo lentamente como temerosos de algo, y haciendo sonar sus roncas bocinas anunciando su llegada.

Valentina, con ojos extraviados iba escrutándolos uno a uno conforme llegaban; pero sus hijos tampoco llegaron este día; ese instante alcanzó un grado máximo de desilusión y desconcierto total. A partir de ese fin de semana, no dejó una semana sin ir a la entrada del pueblo a esperar el arribo de los viejos camiones para ver si habían llegado sus hijos; pero siempre sin resultado alguno.

A medida que pasaba el tiempo se iba deteriorando en su aspecto, ya no había la vieja brillantina con la cual se engalanaba para ir a esperarlos, su físico relleno completo perdió peso, su piel lozana,  blanca como la leche, se iba oscureciendo y marchitando, por descuido de permanecer horas sobre horas expuesta al sol.
El altar de sus recuerdos, al que le tenía un cariño especial y construido con los viejos juguetes e historias de sus hijos, una fatal mañana de crisis, de una sola bofetada lo echó a tierra riendo a carcajadas.

Pasaron muchos años desde la primera semana de espera, y Valentina seguía en esa loca obsesión ya sin razón, de ir a esperarlos a la entrada del pueblo a sus dos hijos, pues se había convertido en algo patológico trastornado. La buena  gente del pueblo, de la preocupación extrema de los primeros años por aliviar a Valentina, pasó a ignorarla, ya se habían acostumbrado de verla deambular por las calles sanmiguelinas sin rumbo, día y noche.

Su vecina Conshe y toda la  gente del lugar que la consideraban, trataban de darle mil explicaciones por la no llegada de sus hijos, unas más inverosímiles que las otras, que Valentina no se las creyó.

Valentina siempre les contestaba que el que quiere visitar a su madre, solamente coge su valija y se enrumba al lugar más distante de la tierra. -Todo es cuestión de voluntad -decía. 

Valentina, a medida que pasaron los años, su desgracia la había asumido como algo natural, y empezó a despreocuparse por todo lo que le había ocurrido, tomaba actitudes distintas, muy lejos a las normales, cuando recordaba a sus hijos empezaba a reír escandalosamente, gritando a todo pulmón que eran unos mentirosos.
- ¡No quiero que me hablen de los mentirosos! – Decía, y nuevamente reía a carcajadas. Se le notaba fuera de sí, pues poco a poco había perdido la razón de las cosas y las ganas de vivir, nadie en el pueblo pudo hacer nada por ella, aun ni el único médico que residía en la pequeña ciudad pudo hacer mucho por ella.

- ¿No es mi especialidad? – Dijo, en una ocasión en que Conshe la llevó a la consulta.

Pasaron muchos años, pero ella, en una actitud embrollada y demencial seguía visitando el andén por donde en forma ineludible llegaban los viejos camiones, expresando a carcajadas:

- ¡Voy a esperar a los mentirosos!, - Decía frenética, con mirada de espanto y  locura.

Entonces, cuando hacían su aparición los veteranos camioneros con sus rústicos camiones, hacían sonar sus bocinas en advertencia de buena llegada. Valentina se interponía peligrosamente en el camino, e iba toreando al vehículo para que se detenga, los viejos choferes que ya la conocían se inmovilizaban observándola con mucha ternura y sin poder hacer nada por ella.

La pobre Valentina corría agitada tras los camiones hasta la plaza principal del pueblo, preguntando.

– ¿Han visto a mis hijos? –Decía con rostro horripilante.
Algunos perversos conductores le contestaban:

– ¡En el próximo camión llegan!

La pobre Valentina entonces se excitaba y se ahogaba llorando a gritos desesperados. Tomaba asiento al borde de la fría vereda agitada y perturbada, desde allí, observaba a las gentes que descendían demolidas del incómodo camión por tan largo viaje, no sin antes preguntar en actitud desesperada viajero por viajero, si no habían visto a Dante y Daniel, sus hijos.

Valentina estaba loca de remate, porque después de la negativa de los pasajeros de no haber visto a sus niños, cambiaba de actitud y se disponía a sonreír a carcajadas, gritando a voz en cuello:

- ¡Son unos mentirosos! ¡Son unos mentirosos!

Serafín, pensativo, cabizbajo, vivía un raro duelo, un resentimiento a sí mismo por no revelar una verdad oculta, que lo tenía perturbado. Guardaba una inconcebible disputa desesperada, entre él y su conciencia que le estaba haciendo mucho deterioro en lo profundo de su ser, y que no lo dejaba vivir en paz, todo esto redundaba negativamente en su entorno familiar, quienes sufrían al ver la tristeza y decaimiento de Serafín, quien siempre estaba como a la defensiva de las cosas, mentía siempre, tratando de dar una verdad tramposa.

Últimamente no dialogaba con nadie, se había atrincherado, ocultándose voluntariamente en su dormitorio, atrás había quedado el Serafín comunicativo, el niño alegre y gritón que siempre solía jugar al futbol con los amigos de su edad. Sino estaba durmiendo, decía que estudiando para los exámenes; pero nadie le creía, porque había bajado considerablemente en sus calificaciones del colegio, y en su contextura física.

Concepción con el dolor y la profecía de madre, lo asediaba todo el día, siempre andaba tocando su habitación para interrogarlo, decía reiteradamente que ese Serafín recóndito, secreto, soterrado no era su hijo, que ella había parido otro Serafín, el alegre, el divertido y comunicativo, como siempre había sido.
Por lo tanto todo el día le repetía, que algo maligno le estaba ocultando.
-Te conozco hijo – le dijo Conshe, esa mañana muy temprano, tratando definitivamente de saber toda la verdad oculta.

- ¿Qué te pasa, estás puro hueso muchacho?

Concepción una mañana triste de recordación, en un acto completamente desagradable para su memoria, se quedó impresionada del susto al ver a su hijo irreconocible en su aspecto anatómico, estaba completamente desmejorado y fuera de sí.

Esa mañana había cometido un terrible acto de locura, desequilibrándose y destrozando todo su humilde dormitorio, intentando prender fuego a su colchón, que si no fuera por la oportuna intervención de unos vecinos adultos, este momento Conshe estaría lamentando una desgracia. 

- ¿Algo me ocultas hijito?- Dijo Conshe, en tono de súplica y principiando a lloriquear frenéticamente.

Se lamentó infinitamente echándose la culpa, señalando valientemente que se había descuidado de su hijo, al no haber dialogado a tiempo con él al verlo solitario y poco comunicativo, pensó que nunca se perdonaría si a su Serafín le pasara algo malo con su salud.

Serafín un poco más calmado, pero todavía demacrado, con un aspecto casi cadavérico, abrió una pequeña ventana de oportunidad a la comunicación, sonriéndole disimuladamente a su madre.

-¿Porque no me cuentas de una vez por todas, Serafincito?- Dijo nuevamente Conshe, con ojos llorosos.

– ¡Desahógate muchacho!- finalizó
Serafín pidió un vaso con agua a su madre, bebió el líquido elemento con  desesperación de un solo tranco que casi se ahoga, la sed lo consumía porque no había bebido agua hacía varios días, de pronto se tranquilizó ese instante y con ganas desconocidas de diálogo, encaminó a su madre a un rincón de la habitación donde se encontraban ese momento.

Conshe entró en pánico ese instante, porque en el ambiente empezó a rondar una extraña sensación de miedo, un halo de susto inusual cubrió toda la habitación, Concepción en un solo instante se descompensó, estaba completamente aterrada y a la vez angustiada, observando detenidamente a su hijo, que resoluto se  disponía a la plática.

-¿Tú tienes que contarme algo hijo mío?, ¡Te conozco!- Dijo Conshe sacando impulsos de su ser y sin quitarle la mirada penetrante de encima.

Serafín ese instante  se puso a temblar de miedo, abrazó muy fuerte a su madre sin querer soltarla. Intentó muchas formas de comunicación, fallidas todas, porque le había entrado una rara tartamudez que no le dejaba comunicarse con su madre.

– ¿Habla de una vez hijito? – Dijo Conshe, intentando poner un rostro sereno.
-¡Vamos mi Serafín cuéntame! – Dijo nuevamente - ¿Cuál es ese secreto que tanto te perturba?

Serafín de una vez por todas, se envalentonó ese instante y decidido procedió a contarlo todo, absolutamente todo.

-¡Madre mía! – Dijo Serafín compendioso -Perdóname por lo que te voy a confesar. Comenzó con un mea culpa, exteriorizando que esta noticia aterradora debió haberla revelado hacía mucho tiempo atrás, en un inicio; pero no tuvo el valor, por miedo de hacer daño a Valentina a quien consideraba como a una tía.

– ¡Apura hijo por favor! –Prorrumpió al borde del colapso total. – ¡Apura hijo mío que estoy desesperada! Insistió nuevamente. 

-Mamacita linda –repitió Serafín– ¡El Dante y el Daniel están muertos!

Un silencio impresionante invadió la habitación, madre e hijo enmudecieron totalmente por unos segundos, todo quedó como estancado en el ambiente, no hubo más preguntas, ¿para qué más?, si la respuesta había llegado de golpe ese instante.

- ¿¡Cómo, están muertos!?- Repitió Conshe horrorizada, al escuchar por fin la horrible noticia por la cual su hijo no podía vivir en paz.

Serafín, respirando un poco más tranquilo por el desahogo de haberlo contado casi todo, refirió, que cuando Valentina le proporcionó la segunda carta para que se la leyera, en ésta llegó la mala noticia de que Dante y Daniel habían fallecido en unos hechos confusos.

Una fría mañana de cielo gris, como suelen ser las mañanas de invierno en la ciudad de Lima. En la universidad estatal donde estudiaban, los asesinaron confundiéndolos con terroristas. Hubo una intervención policial de rutina, ellos, llenos de pánico ese instante al ver el contingente policial, no supieron que hacer, no estaban acostumbrados a estos hechos, de pronto, huyendo despavoridos del lugar, la policía ese instante les disparó a matar porque no quisieron detenerse, pese al alto policial de reglamento.

– ¡Madre mía! –Dijo Serafín lleno de espanto– el Dante y el Daniel no han  terminado sus carreras profesionales, ni se  han casado, tampoco tienen hijos. Manifestó que las circunstancias lo habían obligado a mentir, todo fue pura invención, porque no tuvo el valor de dar la mala noticia a Valentina.

También reveló lo de la tercera carta, decía que Dante y Daniel pronto visitarían San Miguel de Pallaques, fue pura imaginación e invención suya, para seguir el juego de la mentira y no herir a Valentina nuevamente.

- ¡Santo cielo muchacho!, ahora, ¿Qué le vamos a decir a Valentina? - Prorrumpió Concepción al borde de la locura total, e ideando mil formas de comunicar la mala noticia a Valentina.

Una mañana lluviosa y fría de niebla total, como suelen ser los inviernos en el pueblo, Concepción y varios vecinos se unieron, pretendiendo dar la mala noticia a Valentina; pero ella, ya no entendía de buenas o malas noticias, estaba completamente desequilibrada, deambulando día y noche por las calles friolentas de San Miguel de Pallaques.

- ¿No han visto a mis hijos? – Repetía Valentina todo el día a los transeúntes que pasaban por el lugar.

Valentina fue conducida de urgencia  a la capital e internada en un sanatorio para esquizofrénicos de la ciudad, así tratando de aminorar su mal.
En un amanecer triste y grisáceo de la estación invernal, llegó una terrible noticia a San Miguel de Pallaques que dejó acongojada a toda la población: Valentina, en un descuido de sus vigilantes, había escapado del sanatorio para esquizofrénicos. Cuentan que por cruzar súbitamente una transitada avenida capitalina, finalmente murió arrollada por un bus de servicio público.
Valentina únicamente así, voló rauda a un encuentro seguro con sus hijos.

Autor: Jorge Adolfo Ramírez Quiroz.
Teléfono fijo: 074-237338
RPM:  980039288
E-mail: jorgearamirezquiroz@hotmail.com

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