EN LA TRANQUILIDAD DEL BOSQUE, EN UNA
NOCHE ESTIVAL
Antonio Goicochea
Cruzado
Plateado de luna, como el resto de
los árboles del bosque; mecido a la suave brisa de la noche estival,
contemplaba la planicie límite del bosque que, antes preñado de verdes y de
flores, cantaba a la vida, y hoy de sienas y de abrojos parecía que en silencio
decía sus lamentos.
Veía nuestro
protagonista cómo había cambiado el paisaje.
-Así cambia
el entorno, se decía.
Desde hacía
no muchas lunas que observaba cómo los habitantes de los prados y bosques
soportaban una sequía que les remilgaba alimentos.
Sus
cavilaciones fueron interrumpidas por unos alaridos que desde lejos empezaban a
inundar prados y bosques y a medida que se acercaban cubrieron de pavor el
ambiente. Tembló de hojas a raíces, de los pelos a los calcañares, dirían los
hombres.
Pronto se dio cuenta del origen de
tremendo barullo, una jauría de lobos hambrientos perseguía a un cervatillo que
por más que corría y saltaba como una gacela, en su intento vano de esquivar
las fauces de sus perseguidores, cayó.
A
dentelladas y jaloneos, presa de los hambrientos cánidos que soltaron riendas a
sus hambres contenidas, quedó convertido en óseo despojo desperdigado en las
hierbas secas, los que como todo, también se bañaron de luna.
Otra vez el
silencio y la brisa estival acariciaron los bosques. En sus cavilaciones de
sempiterno observador, se dijo:
-Así es la
vida pues.
No comments:
Post a Comment