Víctor Hugo Alvítez / “Pisadiablo”
TODOS SANTOS EN SAN MIGUEL(*)
Cementerio "San Juan". Foto: Elmer Rodas
“Cera, cera,
capotera
para la viuda y la
soltera”
El sol sobre el Cerro Negro y La Banda, apareció muy temprano a pintar
con su luz el pueblo y con él llegaron mucha gente de los distintos caseríos y
alrededores, de sombreros nuevos, trajes negros y oscuros, portando en sus
manos ramos de hortensias, cartuchos y rosas de todos los colores.
Es Todos Santos o Día de Difuntos en San Miguel, las campanas antes de
las ocho de la mañana inician a llamar a la misa, la gente se congrega, se
persigna y con agua bendita rosean sus flores. Luego de la celebración de
recuerdo a familiares, amigos y antepasados; se dirigen rumbo al Panteón a
rezarle a sus difuntos y entregarles todo su cariño y recuerdos a través de
algunas lágrimas, oraciones y flores frescas, reclinándose sobre las tumbas y
cruces de sus seres queridos, retirándose o haciendo a un lado sus sombreros en
señal de respeto; riegan el agua bendecida en la iglesia. Como es 1 de
noviembre o primer día de celebración a los muertos, es costumbre acudan en su
mayoría gente que llega desde las verdes campiñas o simplemente del “campo”.
Algunos con palana en mano retiran la mala hierba, el picuyo dejando la tumba
como si recién el difunto se hubiese enterrado. Pintan las cruces de negro que
corona la tierra y colocan sus nombres o iniciales del fallecido en blanco para
identificarlos, más el clásico Q.E.P.D. Le prenden algunas velas y los
acompañan un buen rato sentados alrededor de las tumbas. Si hay suerte le
ofrecerán un responso por el descanso eterno.
En San Miguel el Panteón está dividido en dos partes. Al fondo la gente
del campo generalmente sepultan sus difuntos bajo tierra. Esta parte de nuestro
antiguo cementerio ha sufrido una falla geológica y cada vez va hundiéndose más
afectando toda la construcción. Adelante, solamente existen varios pabellones
de nichos donde son sepultados la gente de la ciudad. Parece que las desigualdades
sociales también está presente hasta en la muerte. Por eso alguna vez en Poesía
pisadiablesca, versamos:
Caminando
Una sepultura cóncava gigante
guarda en manos hoyadas
calaveras y huesos
de otras sepulturas
en el panteón de mi pueblo
solamente una cruz grande
de madera parece hombre
o sacristán guardián sepulturero
quien enciende luces
quien enciende luces
por las noches
cuando el cementerio es jardín
horizonte
triste descampado
hundiéndose en la vastedad
guardando tumbas
en útero y matriz de tierra verde
florecida en pikuyo
hortensias
cruces
tapiales
canto de lechuzas
olvidos
vida fecunda
donde cada fémur
es árbol
cada cráneo
corazón
y cada sombra
nuestro cuerpo encontrado
resucitado
vivo
caminando
San Miguel vive una fiesta de reflexión y reencuentro. En casas y hornos
se han preparado con la tradición de Todos Santos. Los hornos han estado
trabajando duro y parejo alistando ofrendas, bollos y toros o yuntas de bueyes.
Otras familias cosiendo las ropitas elegantes que ya lucen colgadas de sus
puertas para los ojos de las niñas que vestirán a los bollos preparados por sus
madres muy especialmente o lo han adquirido de alguna conocida panadería;
juegan tal preciada muñeca y hasta simulan bautizarlos entablando perpetuos
compadrazgos con vecinos y amigos cercanos. Los niños relucen alegría mostrando
sus buenas “yuntas de bueyes” o toros de bizcocho con bastante yema de huevo y
adornos trenzados de la misma masa sobre el cuerpo del preciado dulce, cuyo
tamaño de una lata o más pequeños oscila según la edad de los hijos, esperando
con ansiedad pasen las fiestas y apenados partirlos y saborear alegres. Por
ello la nostalgia enardece al poeta Tito Pérez para cantar al recuerdo:
“Si llego en noviembre tengo toro,
Pan dulce de sabor inmejorable,
Un bollo trabajado con decoro,
Obtiene la mujer de fe loable”.
Bollos y toros que van desapareciendo
progresivamente de nuestra larga tradición sanmiguelina. Impulsemos su
conservación a través de concursos y otros. Foto: Elmer Rodas
"Toros o yunta de bueyes" con mis iniciales, ofrecidos todos
los años por mi hermana Sara
Los bollos son preparados al estilo pan de agua, un trozo de masa es estirado
por un rodillo dándola forma de cuerpo humano y la parte superior se moldea la
cara con moldes de arcilla cosida extraídos del rostro de bellas muñecas, luego
las propias niñas pintan hilos de masa y pegan sobre la cabeza del bollo
simulando ruleros de colores negro, marrón, amarillo o rojo, de acuerdo al color
de anilina. Adornan los ojos, colocan aretes y luego hornean; especialidad de
mi hermana Elina. El bollo sale como una muñeca a los que las niñas pegarán sus
brazos con hilo pabilo, colocarán elegantes vestidos y gorritas adquiridos en
doña Teodolinda, jugarán y compartirán durante los días de fiestas y siguientes
hasta verlos resecar. Arte aprendidos de las bisabuelas Manuela; abuela Sarita;
tías abuelas Encarnita y Rosita, y la mamá Gloria.
También se han fabricado ofrendas con la misma masa blanca en forma de
animales o almitas con ojitos negros de cebada quemada y con mucha resignación
se colocarán la noche del 1 de noviembre en una canastita, fuente o frutera en
el centro de la mesa del comedor o junto a los doseles y amitos. Esa noche se
cree que las almas de los familiares, llegarán hasta sus casas. Las ofrendas
tapadas con manteles blancos o servilletas se velan toda la noche, acompañadas
de apetitosas manillas de plátanos rojos en especial y otras frutas.Sin
embargo, no faltarán palomillas en casa que a media noche se levantarán
descalzos o en puntillas de pies dirigiéndose hasta el lugar de la ofrenda y se
servirán los mejores manjares, como alguna vez a cuántos de nosotros –siendo
niños- nos pudo suceder. Los familiares sorprendidos atinan a pensar y afirmar
que el alma de nuestros difuntos está viva en este mundo y ha llegado a
visitar, allí está la prueba; haciéndonos remover la conciencia y creencia del
más allá.
Los niños son los más felices porque aparte de jugar con sus toros,
harán su negocio vendiendo velas y fósforos. Entonces se inicia el recorrido
desde las Plaza de Armas hasta el interior del Panteón en un ir y venir por las
calles Cajamarca y Bolívar, buscando a los potenciales clientes que adquieren
no una sino varias velas o espelmas y mínimamente una cajita de fósforos para
encenderlas a pesar de la oposición del viento que anda apagándolas y
apagándolas.“Cera, cera capoterapara la viuda y la soltera”Es el estribillo que
se escucha apresuradamente por estos niños comerciantes que han acudido muy
temprano a las tiendas de don Alberto Quiroz, Carlos Reyes, Espiro Quispe,
Ramòn Gálvez, don Nieves, Oscar Alvítez y otras, quienes sin desconfianza
alguna han entregado uno o varios paquetes de velas y fósforos aprovechando la
gran ocasión.
“Cera, cera
capotera
para la viuda y la
soltera”
Es casi medio día, la gente resignada de visitar a quienes les
antecedieron en el camino de la eternidad, se retiran a buscar almorzar en
alguna cocinería de la calle Bolívar, sus ojos están hinchados de haber
derramado algunas lágrimas. Los niños van a entregar el producto de sus
suculentas ventas a los dueños de las tiendas y alegres cuentan las ganancias
que se invertirán en golosinas y otros requerimientos y alegres esperarán el
siguiente día para continuar cosechando en sus ventas:
“Cera, cera
capotera
para la viuda y la
soltera”
La gente del pueblo, ataviados de buenas prendas de vestir y grandes
coronas de ciprés adornadas de hortensias y ramos de flores adquiridas en don
Pancho Hernández, don Leocadio, don Benito o arrancadas de sus propios jardines
e incluso de la misma plaza de armas; bajarán acompañados de sus familiares al
Panteón a coronar a sus muertos. Congregados rezarán algunas oraciones, regaran
agua bendita, derramarán algunas lágrimas, encenderán algunas velas y se
retirarán con el deber cumplido. Algunas personas también se harán presentes
ante los nichos de sus mejores amigos con un ramito de flores y unas velas a recordarlos
con unción; y, en vez de agua bendita regarán en el suelo un poco de cañazo
aguardiente rememorando los buenos tiempos, ratificando la amistad y brindando
por la vida y la eternidad.
Otros mandarán limpiar los nichos y pintar las lápidas:“Cera, cera
capoterapara la viuda y la soltera”Algunos conocidos pintores con tarros y
pinceles en mano, ávidos recorren el Panteón, consiguen algunos contratos para
pintar o repintar lápidas; allí está el viejo Amaximandro, especialista en
Cristos dolientes y cruces con adornos alrededor que a pesar de haber fallecido
hace algunos años, aún perduran sus trabajos. También está Rafael Tello,
contratado por varios amigos para hacer obras de arte sobre los nichos de los
difuntos, como aquel artístico violín que acompaña hasta la fecha el nombre de
la tumba de Santos Malca “Chimbalcao”, reconocido bohemio sanmiguelino, aunque
Tello, tampoco esté con nosotros en este mundo de pecadores.
“Cera, cera capotera
para la viuda y la soltera”
Continúa escuchándose por todos los recovecos de nuestro viejo Panteón
“San Juan” y calles aledañas, los visitantes continúan adquiriendo el
infaltable producto.
“Cera, cera
capotera
para la viuda y la
soltera”
Aunque en estos tiempos, esta fecha se ha comercializado como todo
cambia, hoy acuden a dar serenata a los difuntos el 1 en la noche y los nichos
lucen iluminados cantando a los familiares hasta el amanecer y afuera del
Panteón se vende, se come, se cocina y se toma de todo durante dos días; los
orígenes en sí, no han variado e incluso a pesar del tiempo continuamos
recibiendo nuestra enorme yunta de bueyes esperada, con el mismo sabor de
siempre, hechas por las manos de nuestras hermanas en el mismo hornito heredado
que arde de ausencia allá arriba en San Miguel de Pallaques, como el cantar del
mismo “Pisadiablo”:
Ceniza de mi canto
En mi tumba
no habrán pishgos negros silbando
mala hierbas
tiernos gallinazos amarillos
ni cruces de lanche o fresno
olamente viento
arrasando cenizas
por caminos errantes
y ríos serpenteantes
ceniza de mis huesos
ceniza de mi risa
ceniza de mi canto…
En: Literatura de la Provincia de San Miguel. Encender Culturas sin apagar lecturas. Antonio Goicochea Cruzado / Compilador. Lima, OEI, 2010.
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