Thursday, September 29, 2011

LA FERIA DE SAN MIGUEL EN LOS 50’s / Pepe Gálvez

Pepe Gálvez

LA FERIA DE SAN MIGUEL EN LOS 50’s

Por lo general las Fiestas empezaban el 18 de Setiembre y junto con las Novenas, se instalaban en la Plaza los kioscos de juego que eran de varios tipos. Estaban, la quina, los dados, el tumba los tarros, la tómbola, el tiro al blanco y otros, pero el que más impactaba era el de "LA MEDIA LIBRA".


Llegaban los "Costeños" con sus fardos de mercaderías y los zañeros con sus confites, dátiles y cajetas.


En el día los toldos protegían a los comerciantes del sol o de la lluvia y en las noches las lámparas de gasolina eran las que hacían lucir los kioscos de los juegos y los confites en la plaza.

No había altavoces y los pregones que se escuchaban de rato en rato eran de lo más atractivos como sugerentes.

Había uno que decía:

"Llora, llora niño... para que te compre tu madre"

Otro gritaba:

"Se acaba y no se vende no hay manos pa' tanta gente"

y este más atrevido decía:

"Bienhecho que no se han dao cuenta, que aquí se vende todo más barato"

y este tan deportivo que decía:

Bon Bon Coronado se va mañana y si usted no compra... se quedara con la gana"

y estos tan conocidos, como:

"Formen cola, formen cola… que para todos hay... no se apuren, no se apuren..."

"Entre pedir y ofrecer no hay ofensa, ofrezca y no se arrepentirá".

Por las noches, en alguna esquina se instalaba algún vecino que vendía chocolate caliente o café, con una cafetera que al hervir hacía sonar un pito, más allá, en otros lugares se instalaban las que vendían buñuelos.

Nuestro recorrido era por los Kioscos del centro de la plaza y el que más nos llamó la atención, como dije antes, fue el que instalaba Armando Ramírez "El Cashe Petate"
Armando era un jovencito que tenía aproximadamente 15 ó 16 años muy atento y cordial; pero principalmente muy trabajador, su Kiosco era el de LA MEDIA LIBRA, pero siempre se le llamó el "Kiosco del CASHE".

El kiosco había sido construido por él mismo y era un cuadrilátero de 3 metros por lado, las esquinas eran unos postes de madera que estaban unidos por dos travesaños, el primero, a unos treinta centímetros del piso y el segundo, a un metro y diez centímetros. Encima de éste estaba clavada una tabla a manera de repisa donde Armando, entregaba las argollas de metal cuyo diámetro era, cuatro milímetros más grande que el diámetro de la moneda de a sol.

En el centro había una mesita de madera de treinta centímetros de altura, cubierta con un paño verde, encima del cual ubicaba monedas de diferente valor y así, había 10 monedas de 5 centavos; 8 de 10; 6 de 20; 4 de 50 centavos y 4 de un sol. Al centro de la mesa había un billete de 5 soles ("Media Libra") y en medio de este estaba una moneda de a sol.

El juego consistía en que por el valor de 50 centavos, Armando te entregaba 3 argollas y tú lanzándolas una a una, desde el pedestal, deberías lograr que la argolla circunde a la moneda que estaba sobre la Media Libra, obviamente se podía escoger y/o por suerte podía caer, circundando alguna moneda de menor valor, pero el gran premio era para el que circundaba el Sol que estaba sobre la media libra y a él se le entregaba los cinco soles o sea, la Media Libra.

Ilusionados con tamaño premio, lanzábamos nuestras argollas y Armando nos animaba diciendo Cashe, Cashe la media Libra.

La gran cantidad de veces la argolla circundaba monedas de menor valor y esto hacia que el Cashe emocionado nos entregue como premio el valor de la moneda circundada por la argolla y nosotros alegres comentábamos la equidad o justicia con que el Cashe nos trataba, ya que como veíamos "no todo era perdida"...

Unos dicen que el sobrenombre de "El Cashe" se debe a este juego y a su voz de aliento que nos daba en el momento de revisar donde quedaban las argollas; pero otros dicen que se debía a que cuando era niño, sus compañeritos le preguntaron si se había caído de la cama a lo que Armandito contestó que no tenía cama y que dormía "casi en un petate"... "Cashe Petate".

Los días de vísperas para los niños eran de caminar por el campo, de esperar los camiones y de ver cómo se construían los palcos para la plaza de toros que se improvisaba en el campo deportivo o en un terreno que ahora ocupa el mercado de abastos de nuestro pueblo. Veíamos como se hacían los adobes pisando el barro y agregando la paja, prudentemente esperábamos que sequen y luego veíamos como se hacían las graderías de lo que constituiría la plaza de toros de ese año.

Nos dábamos tiempo para jugar con un carnero que pastaba por uno de esos lares o para hacer que uno de los nuestros funja de toro y nosotros con nuestra camisa o nuestro saco capeábamos al elemento que para entonces ya era nuestro toro.

La llegada de la banda de músicos siempre fue un acontecimiento y los niños no podíamos faltar para "el recibimiento". En ese tiempo era muy cotizada la BANDA DE REQUE y como ustedes podrán imaginar el camión que los traía era el de don Vitalicio Yeckle, si, por que para estos casos de Fiesta, don Vitalicio era el más entusiasta y el que se ofrecía para traer los toros, para transportar la Banda de músicos y a veces también los toreros.

Al camión que traía "La Banda" lo esperábamos en un lugar llamado LOS DOS CAMINOS y desde allí corriendo tras él, "pichoneando" (colgados de la reja posterior), o en la tolva, llegábamos exhaustos hasta Zaña, donde se apeaban los músicos, tomaban sus instrumentos y en una formación impecable, iniciaban su recorrido hasta llegar a la plaza de armas.

Cada niño tenía su preferencia por algún instrumento; pero casi todos seguíamos dando vueltas alrededor de la Banda, tratando de escuchar los finos acordes de los clarinetes o el acompañamiento sordo de los bajos o el estruendoso y alegre sonido de los trombones de vara, que arrastraba sus notas y realzaban la sonoridad de las trompetas.

Lo cierto es que los días y las noches de vísperas de fiesta, eran animadas por estos sucesos y estos personajes... y que los recuerdos tan lejanos en el tiempo surgen maravillosos hoy en la memoria de quienes tuvimos estas vivencias y nos hacen permanecer cálidos, tiernos, libres... en el amniótico aire de nuestro cósmico vientre llamado San Miguel.

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