Víctor Hugo
Alvítez Moncada
CULTORES,
DIABLOS, VIUDAS Y OTROS RECUERDOS
DEL CARNAVAL
SANMIGUELINO
Franco Augusto Romero Cruzado, principal gestor del Carnaval Sanmiguelino en plena celebración, rodeado de multitud de carnavaleros. Años '70. Foto cortesía: Jéssica Romero.
“Que bonito es
San Miguel
con sus calles y
avenidas,
con sus
muchachas bonitas
y sus viejas
juzga vidas”.
I
El Carnaval es una fiesta tradicional esperada con mucha
expectativa en nuestra ciudad y territorio sanmiguelino, planificándolo
merecidamente con participación de nuestros distritos y caseríos podríamos
proponer incorporar en calendario
turístico de Cajamarca o nacional. Carnaval goza de muchos adeptos
constituyendo una verdadera fiesta popular. En esta crónica, real e imaginaria
a la vez, tratando de recrear y/o acercar recuerdos de décadas ’70 y ’80 del
siglo pasado, perennizando costumbres y personas de este tiempo y nuestra
tierra, especialmente en un recorrido carnavalero por calles sanmiguelinas.
Cada tiempo, cada época, cada uno de nosotros hemos
vivido a cabalidad y fervientemente esta celebración de la ‘carne’, trayéndonos
a la memoria muchos recuerdos. San Miguel se viste de alegría para recibir a su
majestad el “Rey Momo” o “Ño Carnavalón” y así dar rienda suelta a algarabía y
diversión durante largos días.
“¡Carnaval, carnaval!
es el grito general;
¡carnaval, carnaval!
de alegría sin igual”.
Siempre fue costumbre designar una Comisión encargada de
impulsar la fiesta carnestolendas con apoyo de la municipalidad, a cargo de
entusiastas parroquianos dispuestos al juego, sátira, humor y alegría general,
o cuando arreciaba la indiferencia, igual se formaba, designaba o hasta auto
denominaba dicha comisión con ánimo de continuar la festividad. Por eso será la
entonación de aquella antigua, pegajosa e inolvidable canción de ésta y
anterior estrofa de Filomeno Ormeño del carnaval limeño inspirada por la década
’40 identificándonos plenamente, sonaba a cuatro vientos y danzaban sin parar:
“Todos a reír y a gozar
todos a gozar del carnaval;
mascarita, vamos a danzar
con ritmo triunfal”.
El Sábado de Carnaval, día principal, llegaba Ño
Carnavalón –como hasta ahora- acompañado de séquito o comitiva de disfrazados,
conformado de: diablo, mujeres, bailarinas, policías, beodos, chalanes a
caballo, cura, waripoleras, parejas de novios, payasos, enanos, ancianos, etc. aludiendo
autoridades, políticos u otra laya de conocidos personajes caricaturizándolos o
ridiculizándolos por malas acciones o falta de valores generalmente. Estos últimos
años se han incorporado comparsas, patrullas, concurso de coplas al puro estilo
Carnaval de Cajamarca, postergando nuestra innata manifestación. Inolvidables
son los carnavalones con máscaras gigantescas representativas de dicho
personaje portadas delante del séquito por don Julio Soberón o Manuel
Carrascal, entro otros fornidos personajes. Las máscaras eran preparadas por
los mismos muchachos en base a moldes de barro o arcilla, luego papel
periódico, engrupo y luego pintado; aquí recordamos a don Amaximandro, un
anciano artista que confeccionaba máscaras pintadas de acuerdo a la ocasión.
Para entonces, los muchachos con nuestros ahorros de real en real, juntábamos
para comprar nuestra ‘gruesa de globos’ marca ‘Payaso’ en principales tiendas
del pueblo y pasar felices el carnaval.
La comitiva ingresaba triunfalmente acompañada de antigua
banda de músicos municipal de los recordados Maestros Juan Montenegro, Adriano Alcántara,
Ángel Cotrina, Pedro Quiroz, Napoleón Becerra y otros; cohetes y multitud de
curiosos. Iniciaba desde la casa del señor Próspero Gálvez, a la que nombraban “infiernillo”
porque curiosa y amicalmente al conocido propietario y entusiasta maestro de
sastrería mal llamaban “Don Sata”, contrariamente desde allí también inicia la
fiesta patronal, primera novena, velación y procesión del Arcángel San Miguel,
patrono del pueblo rumbo a la iglesia matriz, con devoción de toda la familia
Gálvez Quiroz; de cuya imagen pisando un diablo proviene nuestra consabido y
sonado apelativo de ‘Pisadiablos’. Otras veces prestaba su domicilio doña
Mavila Goicochea y hasta el patio del Colegio San Miguel, sirvieron para
disfrazarse y prepararse para la ‘llegada’ del esperado acompañamiento. Tras
ella, la banda musical con su animado:
“Mañana mato mi
coche silulo
no te he dar mi
copocho silulo
porque tengo un
desafío silulo
el martes de
carnaval silulo”.
Sábado de Carnaval. Llegada de Ño Carnavalón. Fot Pisadiablo
Continuaba la bulliciosa llegada de “Ño Carnavalón” por
jirones: Nicolás Saravia, Alfonso Ugarte, Dos de Mayo, Plaza de Armas, Simón
Bolívar, etc, hasta instalarse en balcones del palacio municipal desde donde se
leía el acostumbrado ‘Mensaje’, que era muy humorístico y ello convocaba a la
población escucharlo apostada alrededor de plaza de armas:
Sábadode Carnaval. "Bella damisela". Foto Pisadiablo
“A mi Carmelo ‘gato
revolca’o en ceniza’,
a mi Chalaco ‘poncho plancha’o; a mi
patito Lingán ‘cabeza de mango injerto’, a
mi Pascual ‘cabeza de alverjón reventao’…,
les traigo tales cosas…, y así por el estilo, arrancando risas de asistentes, siempre
con respeto y nunca llegando al insulto. Aunque un año de éstos, el mensaje de
Ño Carnavalón tan solo por declarar “Guardias Civiles del año” de seguro por
sus ‘altos méritos’ a los conocidos guardias Gil y Carrión, éstos montaron en
cólera, esperaron concluya la lectura del mismo, deteniendo y llevando preso
hasta el ‘calabozo’ al presidente de la fiesta, nuestro querido Franco Romero
Cruzado; indignando al pueblo, fue tras él protestando fuertemente frente a la
comisaría hasta su inmediata liberación.
El sábado de carnaval siempre fue un día movido,
divertido juego con agua y alegría desbordante. La gente, los músicos iban preparados con ropa vieja o usada para participar
de la diversión, ser mojados íntegramente, talqueados y pintados o embetunados
rostros y cuerpo. Todos portaban baldes y globos inflados con agua y largas
jeringas de lata confeccionadas por don Ananías Huerta, que a su paso lanzaban a
damitas dispuestas apostadas en balcones y puertas de sus casas –muchas veces
tras sus madres o abuelas, a quienes había que respetarlas- y al menor descuido
dejarlas escurriendo e invitarlas a darse una buena ‘baldeada’ al canto de la
acequia, en caños, tinas o peroles llenos de agua en patios de sus casas o
citarlas al río para un buen fin de carnaval, luego ‘negrearlas’ con hollín de
ollas mezclado con manteca de chancho que nunca faltaban en cocinas, o betún,
dejando notar solamente la blancura de dientes y ojos de ambos contrincantes.
II
El principal e inolvidable promotor de esta celebración
durante las décadas ‘70 y ‘80, fue sin duda alguna don Franco Augusto Romero Cruzado, hombre joven de contagiante alegría,
insuperable empeño y pura exaltación para con esta fiesta. Era él quien iba
anunciando la proximidad del carnaval; acercábase al municipio buscando el
apoyo económico y designación de una comisión;
guardaba año a año el costal repleto de disfraces, ropa usada, máscaras,
zapatos viejos y torcidos, carteras; maquillaje, etc., para vestir a comitiva
de carnavaleros; era quien convocaba y convencía a disfrazarse previa invitación
de una botella de aguardiente; hablaba con vecinos presten sus casas para
alistarse. Era él, quien daba el ejemplo disfrazándose de bailarina o
waripolera de breves trajes dando risa sus piernas completamente blancas,
labios pintados de rojo y otros detalles en la llegada de Ño Carnavalón, o
reaparecer de ‘cura’ con similar atuendo y sendos responsos el día del
entierro. Era él quien coordinaba la comisión para escribir los jocosos textos
del mensaje y testamente llenos de bromas y carente de insultos; elegía reinas convenciendo a padres de guapas
muchachas, preparaba carros y corsos alegóricos y bailes infantil y central de
carnaval. Su imperecedera obstinación continúa iluminando la feliz realización
de esta larga tradición sanmiguelina. Desde el espacio celestial, seguramente
ha de gozar plenamente, reviviendo su vida terrenal, alborozada de interminable
fe, regocijo, ejemplo, amistad, esperanza y fraternidad.
III
Uno de los ‘diablos’ que caracterizó la década ’70, fue
sin duda Martín Rojas Díaz o Chueco Martín, llamado así por tener
piernas torcidas o arqueadas fácilmente reconocible dentro de aquel disfraz
rojo candela de diablo que portaba cubriéndolo de cabeza a pies, con larga cola
y máscara de dos grandes cachos, es decir todo el atuendo de verdadero demonio.
Era el más temido por la muchachada, porque los correteaba hasta alcanzarlos y
propinarles buena latigueadera con rebenque o trenzado de tres puntas que
portaba en alto. No había nadie que podía escapar de recibir su merecida tanda
–esa era su labor y atracción festiva- imprimía velocidad en caza de
ocasionales víctimas; incansable, entonces con todas las energías de su
juventud y deportista a la par. Pasado ese día, Chueco Martín dejaba colgado en un cacho del balcón de su casa, la
máscara que portaba, llenándoles de temor a algunos niños de entonces del jirón
Bolívar y otros, impidiéndolos salir, sino pregúntenles al Agucho, al Guicha, al Alfonso Cachito y demás asustadizos. Al parecer, ya no han surgido
‘diablos’ de esta estirpe: correlones, incansables, fieles cumplidores de su
función desaparecidos en brasas del tiempo, ejemplo y ponderación.
Diablos, dizfras que correspondió a Chueco Martín, Foto Pisadiablo
IV
Entre las ‘Viudas’ más populares de estos tiempos
destacamos la representación de dicho personaje por Manuel Carrascal Herrera, en especial el Miércoles de Ceniza,
cuando muere Ño Carnavalón y es velado en puerta principal de municipalidad en
plena plaza de armas, hasta cuyo féretro llegaban sin número de ‘ofrendas
florales’ de geranios rojos, hortensias y otras ramas y flores silvestres con ‘tarjetas
de pésame’ incluidas, enviadas supuestamente por sus mujeres, concubinas,
viudas, hijos; entenados, amigos, etc. del difunto Rey Momo.
En el velatorio la ‘viuda, viudas –hombres disfrazados de
mujer, hijastros’ presentes, rigurosamente vestidos de negro, daban fuertes
lloriqueos, montaban sobre el féretro resistiéndose quedar en orfandad, se
desmayan escandalosamente una y otra vez tiradas al suelo con piernas temblando
en alto, se disputaban a golpes y jaloneos de pelo el cadáver del otrora esposo
mujeriego, poderoso y potentado personaje.
Cuando el cortejo fúnebre iba en hombros de sus deudos
rumbo al cementerio –semejando un entierro real- delante iban viudas en
desconsolantes llantos, hablando lisura y media sobre el mal comportamiento del
finado ‘marido’ que fuera en vida, impidiendo las máscaras colocadas descifrar
claramente los textos, pero imaginamos floridos lenguajes de estas afligidas
‘esposas, madres o concubinas’ hoy viudas desamparadas a su suerte, luciendo
algunas incluso avanzados estados de gestación, que al paso del cortejo no
dejaban de gimotear y desahogarse implorando por sus múltiples criaturas y
abandono en el que quedaban; desfalleciendo mil veces, en brazos de fornidos
muchachos, borrachitos, o en especial bajo las faldas y piernas de damitas
acompañantes que al ver tan desesperantes escenas de ‘dolor’, huían
despavoridas de esas ‘viejas viudas’ malcriadas, chismosas, juzga vidas, a
protegerse dentro los chales y pañolones de sus madres. Seguramente a esta ‘viuda’
hasta ahora le han de doler sus costillas cuando al desmayarse en tienda de
doña Aurora Malca, ésta le propinó merecida golpiza agarrándolo a punta de sillazos
hasta desarmarse el mueble, huyendo la pobre viuda sobándose los golpes y no
desmayarse jamás en casa de la aludida señora, ni siquiera frente a su puerta.
“Silulito,siluló
ya llegó el
carnavalón,
y en la puerta
del panteón
se cayó su
pantalón”.
Delante del cortejo fúnebre iba el ‘cura’, recordando en
este papel la acertada presencia y entusiasmo de Franco Augusto Romero Cruzado,
ofreciendo responsos en todas las esquinas a antigua usanza sanmiguelina. En
dichos responsos ‘oraba’ por el alma del ‘desgraciado pidiendo vaya directo al
purgatorio’, junto a la de vecinos mayores apostados en puertas o esquinas
cercanos a este acto, quienes sorprendidos escuchaban requiriendo sus nombres
los ‘recoja y lleve’ junto a Ño Carnavalón, al ‘descanso eterno’. Napoleón
Becerra, al bombo de la banda municipal, no pudo resistir la carcajada cuando
el ‘cura’ brindaba responso frente a Santitos Chimbalcao, quien parado en su puerta atento y risueño escuchaba el
comprometedor y sugerente responsorio. Napito, distraído se metió a acequia
cayendo sobre el bombo, al percatarse los demás músicos que no avanzaba pero sí
le daba con mayor fuerza al instrumento, tuvieron que retroceder en su auxilio
y levantarlo, tenían que cumplir hasta el final del entierro como establecía el
contrato, continuando riéndose a carcajadas y expresando: “lo jodió, lo jodió,
a Santitos Chimba”. Jajajajjajajayyy…
El cortejo fúnebre concluyó tras el panteón quemando el
muñeco relleno de viruta, dentro de últimos ahogamientos y desvanecimientos de
infinitos deudos, concubinas, viudas y
entenados, quienes luego procedieron a ‘secar sus lágrimas’, cambiarse de ropas
y volver a la realidad reflexionando sobre bondades del carnaval, la vida y la
muerte; entre tanto, la banda de músicos ofreció alegre marinera, concluyendo
el acto. Dolientes y no dolientes retornaron entristecidos y pensativos en
grupos, los últimos, de paso dejaron el ataúd a medio pintar y sin tapa en
carpintería de don Artidoro Quiroz, frente a antiguo camal donde vivía, prestado
sin autorización por el menor de sus hijos Efraín Shequihue. Todos se aprestaron seguir bailando, tomar copas y
tumbar unshas por esquinas de los barrios bullangueros sanmiguelinos.
“Todas las
mujeres tienen
en su pecho dos
limones,
dos cuartitas
más abajo
fábrica de hacer
muchachos”
V
El día domingo destinado al paseo o corso de reina o
reinas por principales calles y ante el asombro de su belleza, algunos no
resistían la tentación de ‘globearla’ malogrando su elegante vestimenta ante
protesta de otros que pedían respeto
para su majestad e incluso estaban listos a liarse a golpes. Allí estaban rodeando
y protegiendo la alegoría, miembros natos de vehemente comisión: Franco Romero
y tras él Manuel Díaz Villate, al hombro varias docenas de cohetes de golpe
haciendo reventar por los aires durante el recorrido, acompañado de la banda de
músicos. El juego con agua campeaba por las calles. Después vendrían los
bailongos y agasajos en sus casas por parte de la familia de nuestras bellezas
representantes del carnaval sanmiguelino, hecho que merecerá capítulo especial.
Desde parte alta de esquina formada por calles Grau y
Bolívar, se lanzaba una ‘globeada feroz’ a toda la gente que subía y bajaba del
mercado, en su mayoría hombres y mujeres campesinos de ponchos y sombreros.
Aquel domingo, no pudo escaparse ‘un canchito’ –como llamábamos a personas distraídas o expuestas al juego-
una chica buenamoza que había retornado de la costa bien a la moda y a pesar
intentar esconderse bajo el poncho de celoso padre, la rodeamos y con progenitor
y todo empapamos su esbelto cuerpo. Mientras amenazaba y sacudía el grueso
poncho su taita, en estampida desaparecimos de la escena con nuestros baldes
vacíos. Las señoras Elisa Rojas Caballero y Gloria Moncada, quienes
presenciaron el acto, recomendaban no mojar a la gente del campo -pobrecitos,
sus ropas se secarán sobre sus cuerpos- dijeron. ¡No los mojen! Por las noches,
Jorge Pichuta, recorría calles
provisto de una media de mujer llena de harina de pan y restos de caliche que
rascaba con una chapa en blanqueadas paredes, formando un bulto duro en la
punta, lanzando golpes tirados de la otra punta a lo lejos, haciéndolos pujar de dolor a muchachas o muchachos que
cruzaban su camino.
VI
El martes de carnaval, se llamaba ‘Carnaval macho’, es
decir, todos contra todos los hombres a baldazo
limpio se daban buena remojada, previa llenada del pozo de pileta en plaza de
armas. Nadie quedaba seco, las baldeadas continuaban con vecinas y amistades,
jugándose todo el día.
Un año de aquellos, por la tarde, apareció por el jirón
Bolívar una comparsa o delegación de amigos con rostros pintados de negro o
blanco, multicolores serpentinas enrolladas al cuello, con ropas semi mojadas a
punto de secar, botella de aguardiente en mano; tocando sus instrumentos
musicales y entonando clásicas coplas del cantar sanmiguelino:
“Que bonita
muchachita
quien será su
enamora’o,
yo quisiera
conocerlo
pa’ matalo al
desgracia’o”.
Habían estado libando unas copas por carnaval o tal vez ‘abriendo
apetito’ en tienda de don Leonidas Romero, muy alegremente; cuando al menor
descuido aparecieron por ambas puertas del negocio de la esquina: Delma Romero,
Susana Quiroz, Socorro Becerra, Anita y Milena Sánchez, Carmen Penas. entre
otras decididas vecinas, cogiéndolos desprevenidos a carnavaleros regalándoles una buena baldeada
con agua y negreada con hollín y manteca, de padre y señor mío. Allí estaban:
Manuel ‘Soco’ Díaz Villate, Arcelio Sánchez, Enrique Cruzado y Nilo Verástegui
con voces inconfundibles y gestos alegres; Julio Soberón Sánchez, al saxofón;
Manuel Cubas Quiroz ‘Cubitas’ al acordeón; Ángel Medina, Glober Sanjinés y
Emeldo Sánchez, con afinadas guitarras; Severo Suárez, al violín; Rafael Tello,
mandolina y Aladino Becerra, wiro; Armando Monsefú, Lucho Díaz, Gonzalo Sánchez
Célis, Eduardo Huangal, más otros acompañantes que se incorporaron como los
señores: Galvarino Hernández, Demetrio Ramírez, Mario y José Romero y Miguel
Lingán Castro, en iguales condiciones de mojados el cuerpo y pintados el
rostro.
El primer grupo de estos apasionados personajes decidieron
abordar las calles animando el carnaval sanmiguelino, cantando coplas,
visitando vecinos y tiendas comerciales, libando tragos por la amistad al son
del clásico son:
“Que bonito es
San Miguel
con sus calles y
avenidas,
con sus
muchachas bonitas
y sus viejas
juzga vidas”.
Y otras coplas del ingenio creador popular, ofreciendo
picarescos cantos de puerta en puerta, de tienda en tienda, donde eran acogidos
y atendidos con amistad y cariño, sendos tragos de cerveza, cinzano o
aguardiente. Hicieron su primera parada en casas de don Gonzalo Sánchez, Ismael
Cruzado y Martín Célis, saludaron a los señores Aurelio Alcántara, Javier
Lingán y Benjamín Bravo, quien junto a
su esposa Rosita, ordenaron a Filomena y Pola, brinden la mejor chicha preparada
especialmente para la ocasión. De allí, esperaban los señores Alipio Cruzado,
Miguel Murga y el Capitán Zamora –la esquina fue estremecida una y otra vez con
risotadas del contento militar al escuchar las irónicas canciones. El bullicio
iba en aumento, llegando a tienda de don Hermógenes Díaz, ofreció un buen
macerado de cascarilla en cañazo cruceño; con ellos juntaron a su hijo Jorge
César; siguieron frente a la cárcel
pública saludando al alcaide señor Vicente Sánchez y dos guardias civiles, con
quienes brindaron brevemente; ingresando a plaza de armas donde el Maestro Abdón
Saravia, salió al encuentro, con Jesús
Rabanal, Alberto Ríos y Juan Malca Cavero,
desde interior de tienda de don Alejandro Jayancano,
ofreciéndoles unas cervezas:
“Una vieja se
orinó
en la gorra de
un teniente,
el teniente lo
tomó
creyendo que era
aguardiente”.
Alargaron su rumbo cantando coplas a doña Aurora Malca,
quien sonriente lanzó serpentinas desde uno de sus balcones. Un poco más allá
las voces y guitarras de Benjamín y Rodrigo Malca, entonaban alegres canciones
en casa del anfitrión Eduardo Goicochea, junto a Luis Mendoza, Enrique Quispe y
Tomás Quiroz; desde donde apareció el cura Cabanillas con quienes coordinaba
parar una unsha al costado de la iglesia, invitándoles a departir la alegría:
“Manuel Prado
decretó
que no hubiera
carnaval,
San Miguel le
contestó
cállate viejo
animal”.
Los carnavaleros alcanzaron tienda de Alberto Quiroz,
donde esperaban con varias botellas de diferentes licores los señores: Abdón
Barrantes, Armando Cubas, Miguel Cubas, Abel Díaz, Gerardo Castañeda, Elmer
Rodas Tecito, entre otros; hasta
donde llegaron también Pedro Currito
Novoa y doctor José Urcia;
arremolinándose gran cantidad de muchachos que al menor descuido
arranchaban serpentinas del cuello de Soco
y demás integrantes de la comparsa, envolviéndolos cuidadosamente guardándolos
en bolsillos para sus ‘concertinas’. Aquí con gran algarabía cantaron
haciéndolos sonreír y sonrojar por picardía de coplas; despidiéndose felices a
saludar y brindar por Carnaval con vecinos de calle 2 de Mayo: Carmen Quiroz,
Carlos Oliva, Juan Gamarra y ex alcalde Luis Malca Alvarado. Entre tanto,
Arcelio Sánchez, tras la comitiva, reventaba cohetes de arranque proporcionados
por don Alberto. Desde la otra esquina apostada en puertas de tienda de don
Carlos Reyes Illescas, escuchaban y gozaban a plenitud las ocurrencias del
carnaval los señores: Enrique Alvarado, Antero y Miguel Yépez, César Esquerre,
César Linares y Casiano Castañeda; Marcos Guzmán; Arístides Ortega y César
Larrea observaban desde puertas de sus casas:
“Todas las
mujeres tienen
en su pecho dos
limones,
dos cuartitas
más abajo
la cueva de los
leones”
Al escuchar el bullicio, salieron al encuentro en plena
esquina los señores: Vitalicio Yeckle junto a sus hijos: Marcelo, Vitalicio y
Juan; más los señores Marcial Gutiérrez, Virgilio Cubas, Alfonso Goicochea,
Raúl Torres, Juan Alvites y Carlos Cruzado, para compartir unos tragos con
multitud de carnavaleros. Avanzaron saludando esmeradamente a las señoritas
Lingán, quienes retribuyeron con sonrisas y aplausos. Agradecidos llegaron al
estudio fotográfico del señor Carmelo Alcántara quien tenía destapadas botellas
de licor, brindaron por la amistad, cantaron coplas, uniéndolo a comitiva a su
acompañante el Cabo Lucho; adelantaron
hasta don Alberto Cubas, tomaron con él y sus vecinos Eusebio Vásquez y Marcial
Vásquez, saludaron a la señora Filomena Vera quien miraba sonriente sentada en puerta
de su casa, y luego visitaron tienda del señor Julio Vásquez Barrantes,
acercándose a saludar Alcides Cubas, Víctor Bardales, Juan Mendoza Rojas,
Aníbal Páucar, Héctor y Abraham Vásquez. Entre copla y trago, arribaron al barrio
Zaña visitando a José Bartolo, Alejandro Deza y alcalde Telmo Quiroz, donde
departieron buen momento junto al notario Luis Miranda. Pasaron a Nieves
Gálvez, Carlos Sánchez, Alejandro Gálvez: rumbo a Domingo Bardales, Julio
Quiroz; finalizando agotadora travesía en parte alta del populoso barrio en
tiendas de don Nelson Serrano y Zenón Lozano; con gargantas enronquecidas,
embriagados; decidiendo retornar abrazados entre ellos o apoyándose de paredes
o amigos en mejores condiciones ecuánimes, cuando la noche cubría con manto lúgubre
y bombillas de luz palidecían ante
ennegrecida noche. A lo lejos y entre cortado tenuemente dejábase escuchar:
“Una vieja se
orinó
en la gorra de
un teniente,
el teniente lo
tomó
creyendo que era
aguardiente”.
El jueves de Carnaval, se celebraba el ‘Día de Compadres’.
Es decir, las personas de común acuerdo sellaban o ratificaban su amistad
valedera dándose la mano y con solo palabra de aceptación el compadrazgo, desde
ese día y de manera perpetua se trataban de ‘compadres o comadres’ con afecto y
cariño que la seria ceremonia había conferido.
VII
Luego del entierro del Rey Momo, el carnaval continuaba
‘parada de unshas’ en grandes árboles de aliso, en esquinas de uno u otro
barrio, siendo aquellos tiempos la unsha más popular y conocida la que hacía
realidad Delma Romero y familia en
plena esquina de su casa. Atractivo árbol por la diversidad y seductores objetos
con la que estaba ‘vestido’. Luego de bailar en su casa, ‘baldearse’ con todos
los concurrentes generalmente familiares y amigos, a punto de cinco de la
tarde, con participación de banda de músicos y enorme gentío, se congregaban
alrededor del árbol, continuaban bailando y hacha en mano, cada quien daba un
corte al tronco, la rueda continuaba hasta que poco a poco iba debilitándose
tamaño aliso. La multitud iba alistándose para arrojarse sobre valiosos objetos
como baldes de plástico, canastas, abanicos, pañuelos, frutas, sorpresas, etc,
Hasta que la unsha cedía cayendo abruptamente, la gente desesperada cogían todo
lo que les era posible alrededor de las inmensas ramas; entre tanto, desde los
balcones de la indicada anfitriona llovían baldes de agua sobre los unsheros
resultando totalmente bañados de pies a cabeza, pero con la alegría de haber
conseguido algún presente. Las amistades continuaban bailando hasta las últimas
consecuencias. Unshas aquellas que no se han vuelto a repetir.
VIII
La ‘Octava de Carnaval’ o domingo posterior a la fiesta,
era conocido como ‘Día de las viejas’, cuya celebración a cargo del señor Víctor Bardales, quien contagiaba a
cercana vecindad del jirón Alfonso Ugarte, donde vivía. En esquina con la calle
2 de Mayo, paraban su unsha; una comparsa disfrazada de ‘viejos’ generalmente,
hacia un recorrido por dichas calles y plaza de armas, acompañada de reina,
concluyendo en gran baile popular. El recuerdo de este día ha continuado con
mayor fuerza y alegría convirtiendo al organizador en otro gran promotor del
carnaval sanmiguelino.
Aquel tiempo, el ingenio infantil volaba por los aires y
era suficiente dicha representación de la llegada, entierro de Ño Carnavalón o
Día de las Viejas, para por las noches, una comparsa de niños del barrio
imitara tal celebración encabezada por Jorge Pichuta, Álvaro Chita. Antuca Ramírez, Ney Reyes, Cachito Alfonso, Pescao Jhon, Mocho
Hermes, Tío Juan, Gracenianio Patito, Rafael Tolito, Cholo Ermis y
otros, desde la tienda de chicha de doña Encarnita –cuando ella se encontraba
en misa- aparecieran disfrazados con prendas de vestir, zapatos, sombreros,
cinturones, carteras hasta de la propia dueña de casa y otras que cada quien
traía como pañolones, ponchos, ternos usados, anteojos, quepís, bastones,
pelucas, etc. dando un recorrido por calles principales y vuelta por plaza de
armas; para volver al recinto plenos de alegría y satisfacción, bailando y
cantando, causando en vecinos sonrisas y felicidad; igual sucedía los días del
velorio y entierro, preparaban su difunto Carnavalón velando en puerta de la
misma casa, cargando igualmente hasta el panteón para finalmente quemarlo,
reapareciendo el grupo imitando el día de las ‘viejas’. Cómo olvidar estos
recuerdos guardados en el alma y sentimiento de cada uno de nosotros. Por ello
será que el carnaval pervive muy lejos de la nostalgia en todo sanmiguelino,
hoy y siempre.
IX
Con tristeza embargada en cada sanmiguelino, como es
natural por la finalización de la fiesta del carnaval y luego de tanto jugar
con agua, talco, serpentinas: bailar, comer, tomar, tumbar unshas:
disfrazarnos, fabricar máscaras, ser invitados por familiares de reinas a
departir suculentos almuerzos por ‘gratitud’, romances y otras aventuras
propias; con tristeza y resignación quedaba esperar los famosos ‘warcos’ que
siempre eran confeccionados en casa de don Santos Ramírez Malca ‘Chimbalcao’
por sus familiares Conshe y Gloria. Antigua
costumbre donde a manera de un altar exponían diversos objetos entre botellas
de vino, bizcochos, manillas de plátanos, etc. los invitados consumían sus
tragos y divertían bailando, llegado un momento pedían bajen del warco tal o
cual cosa de su preferencia, en especial licor para seguir divirtiéndose. Los
dueños de dicho arreglo, anotaban en un cuaderno el nombre del solicitante y el
objeto, con la finalidad que el año siguiente, éstos sean doblemente repuestos.
La música estridente carnavalesca continuaba, los invitados uno a uno optaban
por retirarse mareados luego de consumir bastante licor y comer las delicias
del warco, dejando vacío el altar. Don Ángel Medina, Tirso Linares y Nilo
Verástegui, plan de media noche enrumbaron a casa de doña Margarita Cienfuegos
-era víspera de su cumpleaños-, nosotros los seguimos con Fernando Sanjinés y
Luis Vera Bedoya; ofreciéndole clásica
serenata:
“En el silencio
de esta noche
hermosa
desde muy lejos
vengo yo con mi
cantar
recordando tu
santo en mi memoria
de alegría y
felicidad.
Son tus amigos
que te cantan
que te cantan
serenatas y canciones
alegremos estos
nobles corazones
que hoy celebran
de dicha y felicidad…”
Cuando las puertas se abrieron de par en par invitándonos
a pasar, saludamos y felicitamos a la homenajeada quien lucía alegre por tan
importante fecha de su natal, además por la presencia de familiares y amistades
que como todos los años solían reunirse. Continuaron los músicos:
Estas son las
mañanitas
que cantaba el
rey David
a las muchachas
bonitas
que le cantamos
así…
A don Nilo lo hicieron bailar con la cumpleañera y todos
hicimos un ruedo y con palmas acompañamos el ritmo musical En eso que estábamos en todo el baile,
apareció doña Aurora Malca y la Jeshu con su mechero en alto, desprendiendo de
un cocacho a su Bedoya de la pareja
señorita Consuelo Vigo, retirándose en el acto un tanto avergonzado, sin
despedirse, anduvieron buscándolo todo la noche y por todas las calles sanmiguelinas, de
fiesta en fiesta hasta que dieron con su paradero. Nunca antes su Lucho había desaparecido hasta tan tarde
de la noche salió diciendo y amenazándolo castigar. Con Fernando Sanjinés
aprovechamos la lumbre del candil y de lejitos encaminamos a nuestras casas temblando
de la oscuridad, los chanchos con cadenas o mulas cojas que a esa hora
precisamente aparecían; escuchando el sermón que le seguía regalando: ni mi Panchito me había hecho esto, seguía
diciendo refiriéndose al hermano mayor. Ya verás cholo badulaque la buena tanda
que te va a caer…
El siguiente carnaval había llegado y no aparecían los
oferentes o donantes del warco, no se hacían presentes. Entonces había que
revisar el cuaderno y saber quiénes fueron aquellos ilustres visitantes que
gozaron y divirtieron a sus anchas
durante toda esa noche y hoy brillan por su ausencia. Allí estaban sus
nombres y firmas para el recuerdo leyendo en voz alta sus nombres y los pocos
presentes respondían luego: guardia civil fulano de tal…: ¡cambiado a Cajamarca!;
profesor zutano…: ¡cambiado a Celendín!, mengano especialista del núcleo
educativo comunal…: ¡cambiado a Bambamarca!, secretario de juzgado Mario
Castro… ¡cambiado a Chota!... Prof. Aladino Becerra, Rafa Tello, Glover
Sanjinés… ¡Presentes…, no recuerdan haber estado esa noche pero reconocen sus
firmas y deudas!, respondieron; y así sucesivamente iban apareciendo otros
honestos deudores. El warco tenía que levantarse de todas maneras, bailar,
gozar, tomar y despedir el carnaval hasta el siguiente año, como Dios manda;
con nuevos clientes que seguramente esta vez no fallarán y darán continuidad a
esta costumbre que al parecer así fue porque el warco siguió durando muchos
años más. Santitos Malca Chimbalcao,
ordenó prendan el tocadiscos y arranque la fiesta y el trago.
X
Esta larga tradición del Carnaval Sanmiguelino, la
debemos a estos y otros conocidos personajes comprometidos, de quienes el pueblo
tendrá que reconocer y agradecer siempre. Gracias a ellos, perdura y cada año es
obligación enriquecerlo y engrandecerlo porque en cada uno de los tiempos
vividos por nosotros o nuestros ancestros, queda parte de nuestra vida, juventud,
amor, alegría, inocencia, fe y esperanza; perennizándolos, revalorando y
conservando nuestro patrimonio y, en especial, fraternizando y acrecentando
nuestra identidad que deberá seguir imparable recorriendo calles, espíritus y
corazones de la gente de San Miguel. A un año de distancia, debe designarse nueva
comisión organizadora para una verdadera planificación, difusión y plena
participación:
“Mañana mato mi
coche silulo
no te he dar mi
copocho silulo
porque tengo un
desafío silulo
el martes de
carnaval silulo”.
Chimbote,
febrero del 2012
pisadiablo100@hotmail.com
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