Wednesday, December 01, 2021

Manchaytimpu, el tiempo del miedo / Walter Lingán. En: antología "Cuentos peruanos de la pandemia" de Ricardo González Vigil

 Manchaytimpu, el tiempo del miedo(*)

 

Walter Lingán

 

La imaginación es la mitad de la enfermedad. La

tranquilidad es la mitad del remedio.

Y la paciencia es el primer paso de la cura.

Avicena (980-1037), médico y filósofo persa.

 

Escritor sanmiguelino Walter Lingàn 

1.

Koko Shijam, El libro andante del Marañón, estaba sentado en la ribera derecha del río Utcubamba. Al otro lado de la corriente se extendía una inmensa planicie parchada de colores donde predominaba el verde en sus diversos tonos. Amarillaban los arrozales. El río discurría en solemne conversa con los sauces llorones y los alegres pájaro-bobos. Los calurosos rayos de Etsa/El sol se zambullían en el agua alborotando a los peces que saltaban a la superficie describiendo gráciles arcos. A lo lejos divisó la joroba de una palizada que cabalgaba en medio del río, a los pocos minutos descubrió el cadáver de un Kistian/colono prendido a un tronco o al lomo de un animal grande. Siguió la trayectoria imaginando que pronto se quedarían estancados en el próximo recodo del río.

Se levantó, colgó su Ichímpach/mochila al hombro y se encaminó río abajo recordando que nuestros antepasados no lloraban a sus familiares muertos. Cuando alguien fallecía en la mañana lo envolvían en una estera y lo guardaban en una Aák/choza pequeña, luego en la tarde resucitaba y en la noche regresaba a casa bien bañado. En aquel entonces el Éte/avispón era una persona muy curiosa y quiso saber por qué la gente resucitaba. Uno de esos días llegó a la choza donde habían depositado un muerto. Después de espiar un rato vio que el cadáver empezó a levantarse. Ah, eso hacen, por eso retornan. Entonces, con un flechazo por el sobaco lo mató para siempre.

La hojarasca crujía bajo sus pies, los pájaros salían volando al percatarse de su presencia. Al abandonar el bosque de Paú/zapotes y Bákau/cacao sus ágiles pies se hundieron en la quemante arena. Se acercó con cuidado y observó que los Bága/gusanos se paseaban entre la boca y la nariz de la joven mujer y del animal mancornados. Ambos tenían los cuerpos hinchados. Unas moscas azules volaban zumbando sobre sus cabezas. El ruido del motor de una lancha le hizo levantar la mirada. Era la Áents/gente que venía en busca de la ahogada. La precaria nave se detuvo a pocos metros de la orilla y saltaron dos hombres decididos que tenían la cara embozada con pañuelos sucios. Llamaron a sus acompañantes y con mucho esfuerzo lograron depositar el cadáver semidesnudo de la joven en la lancha y a toda velocidad desaparecieron.

Mientras tanto la gente esperaba el regreso del muerto. Ya debería estar aquí, conversaban entre ellos. Esperaron todo el día y no se apareció. Al día siguiente fueron a ver por qué no había regresado y encontraron al cadáver sangrante. Al levantarle el brazo vieron que estaba atravesado por una flecha en el sobaco. Con razón se ha tardado tanto, dijeron. Entonces Etsa sentenció, Desde ahora nunca más van a resucitar, si alguien muere, morirá para siempre. Con cierta parsimonia Koko Shijam se introdujo por un estrecho Jínta/sendero que desembocaba en una plantación de café. Más allá descubrió una choza de Kistian/colonos cajamarquinos que al verlo llegar lo invitaron a sentarse y le alcanzaron una limonada de cebada. Todos tenían Wene/bocas y Nuji/narices ocultas tras unas chalinas desgastadas, salvo los Úchi/niños que saltaban bulliciosos tras una pareja de Ñawá/perros en plena copulación. Los viejos miraban divertidos la escena. Una de las mujeres le invitó un plato de Ségka/cashcas con Máma/yuca, que Koko Shijam devoró en un santiamén.

Oiga, paisano, ¿qué noticias nos trae de ese “coronita” del que tanto hablan? Dizque han muerto dos Ampijantin/matasanos en Iquitos.

Hace unos días pasé por Iquitos, empezó hablando Koko Shijam, se acomodó un mechón de pelo que se le caía a la cara y se limpió la Wene/boca con el canto de su mano derecha, La cosa está muy feaza. Las calles andaban vacías, solo los Ñawá pataperrean en busca de sombra entre los platanales. El Jámu/mal que produce ese virus nos trae Béset/muerte, mucha muerte. Antiguamente había un hombre que vivía sano, pero de pronto enfermó. Su hermano decía, Quizás lo ha brujeado el brujeado el malero Ibisin/ brujo Bitan. A un Tsuwajatin/curandero le pidió Natém/ayahuasca para curar a su hermano, pero no mejoró nada. A su Nuwatkámu/esposa le rogó que lo llevara a esa casa bonita que tenían cerca del río Santiago. Ahí ella se dedicó a cuidar a su Aishji/esposo, recogía hongos, cocinaba yuca, le preparaba los remedios, pero el hombre seguía sufriendo. Se quejaba también por la comida. Lástima que no tenga carne, pero si no comes, te vas a morir de hambre, le decía su Nuwatkámu. Un día la mujer se ausentó dejándolo al cuidado de su hija mayor, al regresar, su Aishji estaba muriendo. Pasadas unas horas vio que su esposo salía con su Aagkeas/lanza en la mano y una Chagkín/canasta al hombro. La mujer quedó sorprendida y le preguntó: ¿Oye, hace poco te estabas muriendo? Amorcito, ya me voy a nuestro sitio, ahí los espero haciendo Ajamat/la chacra para tener que comer cuando ustedes lleguen.

Desde muy lejos vino volando el “coronita”, ese virus parecido a una corona de plumas. Cruzando mares y cielos, se asentó en las calles de las Yaákat/ciudades más avanzadas, durmió en los parques, entró a las casas sin respetar puertas ni ventanas. Pegándose en las manos de la Aénts/gente

buscó /ojos, Wene y Nuji, por ahí dizque se zampa a nuestro cuerpo. Luego se embarcó por las carreteras, subió y bajó montañas, ahora mismo ya está surcando nuestros ríos. Nadie, nadie estará a salvo. Cuando el hombre salió con sus cosas, su esposa, agarrando dos Máma/yucas frescas, lo siguió. Después de haber caminado algunas horas, le dijo a la mujer, Amorcito, a partir de ahora debes ir marcando la trocha con pedazos de arbustos para que no te pierdas a la hora de regresar. Llegaron a una laguna y el hombre tuvo el antojo de bañarse. Al salir del agua agarró su pampanilla y lo sacudió antes de ponérsela, por eso se dice que a la muerte de una persona, en vez de lluvia, cae garúa.

¡Achichín! ¡Qué miedo!, oigaste, ¡qué miedo!, exclamaron las mujeres.

Los hospitales ya no se dan abasto con tanto Achiémat/contagiado, están rebalsando, no hay medicina para este malnacido Jámu/mal. Los Ampijantin/médicos lloran pidiendo ayuda y desde el palacio del Mal Gobierno no les hacen caso, no escuchan sus llamados. Las enfermeras, afanadas en salvarse, abandonan los hospitales porque no tienen ninguna protección contra el “coronita”. Frente a las postas médicas y en los pasillos de los hospitales se amontonan los muertos, se han quedado mirando al cielo. La Aénts está presa en sus propias viviendas. El Jámu no tendrá compasión de nadie, sin miramientos nos hará mierda, nos destrozará, uno a uno nos irá destruyendo. Después de mucho caminar llegaron a unas chozas muy bonitas. El esposo mirando a Etsa le dijo a su mujer, Ya es muy tarde, vamos a dormir en estas casas donde descansan los muertos. Al día siguiente salieron muy temprano bajo la sombra de un bosque de árboles Wantsun. El camino se convirtió en una delgada y peligrosa trocha con profundos desfiladeros y al final se chocaron con dos piedras que se abrían y se cerraban. Amorcito, estamos donde las piedras movedizas y hay que saltar en el momento que se cierran. Antes de llegar a la casa de los muertos, se encontraron con dos Pabdú/hombres-tapir gigantes que mataban a la Aénts que intentaba pasar. Hay que asustarlos, le dijo a la mujer, a tu regreso tienes que hacer lo mismo. Luego avanzaron un poco más y se hallaron con un desvío del camino. Al fijarse en las huellas de la Aénts, el camino de la derecha era el más usado, y el hombre le dijo a su Nuwatkámu/esposa, El camino de la izquierda llega a la casa del diablo. Apurados tomaron el camino de la derecha y en pocos minutos alcanzaron la casa de los muertos. En la noche hubo fiesta con mucho baile. Entre las almas de los muertos también estaban las almas de los vivos y toda la noche bailaron entre ellos. A su regreso, la mujer que había visitado el sitio de los muertos dijo, No debemos llorar cuando alguien muere, porque los muertos son felices.

Etsa empezó a perderse entre los árboles más lejanos, su ardor mermó y refrescó el atardecer que se inició con el agudo bullicio de las Cháchias/chicharras encaramadas en los pan-de-árbol que sombreaban las chozas de los colonos. Dos Páki/huanganas flacas masticaban cáscaras crudas de Máma y los Ñawá retozaban de nuevo con los muchachitos. Agarrando una soga y una Chagkín/canasta una de las mujeres dijo que se iba a recoger a las vaquitas. Un grupo de los Kistian se dedicaba a la siembra de Ájus/arroz; otro al Bakdu/cacao, y la mayoría sembraba café y frutales. Sus cosechas las arrumaban a orillas del río a la espera de los compradores que llegaban con sus embarcaciones para llevarlas por Iquitos, Ucayali y otros destinos más lejanos. Los Kistian escucharon atentos a Koko Shijam, un miedo desconocido, envuelto en las palabras, les penetró por la piel y los dejó mudos. Hasta que una mujer que amamantaba a su criatura rompió el silencio.

Qué feasazas noticias nos cuenta, oigasté.

Como siempre, Koko Shijam tomó de nuevo la palabra, estamos abandonados a nuestra suerte. Nos dijeron que los nativos no éramos ciudadanos de primera clase. En Satipo don Martín Vizcarra, el que ahora es presidente, declaró, Todos los peruanos valen lo mismo. Ahora que los peregrinos se han echado a andar, nada hacen para darles un camino a los caminantes sin pan. Cientos, quizás miles, van a la deriva por las orillas de las carreteras. Los peregrinos duermen alumbrados por las estrellas y gozan con los idílicos paisajes de “áreas verdes, del agua cristalina de los ríos y el cielo despejado” de la Lima, como decía feliz un ministro del Mal gobierno. Koko Shijam volteó los ojos al pasado y presenció la muerte de dos Ibisin/brujos, uno humilde y bueno y el otro soberbio y malo. En una oportunidad enfermó un joven y cuando trajeron al brujo malo les dijo, Solo tiene fiebre, y se fue sin hacer nada. Entonces, fueron a buscar al brujo bueno, pero fue demasiado tarde. Los familiares se pusieron a llorar frente al cadáver del muchacho, y el brujo bueno, lamentando no haberlo curado, dijo, Entiérrenlo, y se marchó a casa. La gente estaba descontenta con el brujo malo y acordaron matarlo. Entraron en su domicilio y lo atravesaron con sus Áagkeas/lanzas. La familia juró vengar la muerte de su pariente y fueron a la casa del brujo bueno. Lo encontraron sentado frente a su choza, aprovechando que estaba de espaldas, le tiraron varios lanzazos y lo mataron. Después, ambos brujos fueron enterrados, de la tumba del brujo bueno creció una ortiga que aliviaba las partes adoloridas del cuerpo; en cambio, la ortiga que nació de la tumba del brujo malo producía en la piel granitos y pus, por eso actualmente nadie la usa.

Muy mal andan las cosas por la capital. ¡Quédate en casa!, repiten y repiten, y ordenan estados de emergencia. ¿Y cómo se quedan en casa los pobres de

las barriadas?, si no trabajan no tienen qué comer. Les dijeron que aguanten un poco, que ya el Jámu/mal se está rindiendo, ahora dicen que el Jámu se está yendo, pero la muerte sigue bailando sobre la cabeza de sus víctimas y los hospitales ya no se dan abasto para atender a tanto enfermo. El enemigo ingresó a una comunidad y mató a todos los hombres, las Nuwatkámu/mujeres tuvieron la suerte de escapar. Se refugiaron en otros lugares desde donde lloraron por sus Aishji/maridos, pero no pudieron volver para enterrarlos. Los muertos abandonados empezaron a pudrirse y a tener un olor muy feo. Los gallinazos, atraídos por la pestilencia de los cadáveres, vinieron a comérselos. De uno en uno los gallinazos fueron bajando. Defecaban y brincaban sobre los cadáveres. Cuando encontraban a uno bien podrido, decían, Aquí hay uno muy rico. El más horrible de los gallinazos, de cuello pelado y sucio, con el pico en forma de cuchillo, dijo, Voy a probar si ya están maduros. Metió su pico en uno de los cadáveres, sacó un pedazo y probó, ¡Qué rico! Ya está a nuestro gusto.

2.

En Fiori, por la Panamericana Norte, me encontré con mi paisano awajún Timías Paati, reanudó la conversa Koko Shijam. Cerca de dos meses lo acompañé en los reclamos y en la presentación de papeleos para tener sitio en un bus para Jaén. Después de muchas peleas, llegó el día del viaje. Timías estaba nervioso, tenía miedo ser positivo y no lo dejaran embarcar. En los alrededores de la empresa de transportes, la cola de los “retornos” era larga, se guardaba la distancia indicada y una enfermera preguntaba sobre síntomas y otras dolencias. A la hora de entrar, nos desinfectaban y medían la temperatura con una pistola apuntando a la frente. Procedieron, de un canto, a sacarnos sangre de un dedo y nos hicieron esperar. En eso, llegó un tipo vestido como “astronauta”, como si fuera a viajar a Nántu/La Luna, bien protegido con plásticos, botas, guantes y mascarillas, acercándose a un paisano le dijo, La prueba rápida ha dado positivo, ¡acompáñeme! Por error se encaminaron por la trocha que iba a la casa del Iwanchi/diablo. El hombre abrazó a uno de sus pequeños hijos y se opuso a ir con el “astronauta”, mientras tanto su esposa abrazó también al otro chico. Entonces de la mano lo introdujeron por la puerta grande de la residencia donde el Iwanchi quemaba a los muertos. Se desató el llanto, pero no había nada que hacer, tenía que quedarse en Lima, mientras el resto de la familia podía seguír el viaje hasta Jaén. Entonces el Iwanchi ordenó al Nawá que trajera leña para quemar al hombre que fue su dueño en la otra vida. Me acerqué al buen hombre, le expliqué lo bueno y lo malo del asunto, entonces, cabizbajo, se desprendió de su pequeño y se fue con el

“astronauta”. No fue el único, un montón dieron positivo, por suerte nosotros fuimos negativos y nos llamaron para subir al bus. El Nawá obedeció, pero como su antiguo dueño lo había tratado muy bien, en sus orejas traía agua y le daba de beber para que no se queme. Cuando juntaron bastante leña, amontonaron a la Aénts para quemarla.

Habían dispuesto diez buses para los “retornos”. Durante el viaje también nos sentamos distanciados. Nadie hablaba. Desde mi ventanilla pude ver a hombres, mujeres y niños caminando a lo largo de la carretera, cargando mochilas, arrastrando maletas e, incluso, empujando coches de bebés. Al igual que nosotros intentaban retornar a sus lugares de origen. Cuando los Iwanchi prendieron el fuego, pero los muertos que habían tomado el agua de los perros, después de arder un breve momento se les apagó la candela. Volví un instante la mirada al pasado y vi que muchos de ellos llevaban varios días caminando sin haber casi comido. Abrí mi Ichímpach y saqué la bolsa con naranjas, el paquete de tamales, luego, por la ventanilla, alcancé la bolsa a una de las señoras más cercanas. Yo estaba acostumbrado al crujido de mis tripas, ellos lo necesitaban más que yo. Luego me quedé dormido y un Ikamyawa/tigre apareció devorando la inmensa línea negra de asfalto, escupía arena y más arena hasta formar inmensos desiertos donde desaparecían los caminantes. Mientras el Mono Martín conversaba con el chofer, Etsa observaba la discusión entre sus esposas Takásh/la mujer-rana parda y pintas negras y Yámpan/la mujer-paloma, sobre el hambre que una de las esposas de Etsa sufría. Me despertó la voz ronca del río Chamaya.

Casi al etsa tajimtai/mediodía llegamos a la estación de Jaén. Ya sabía que no éramos bienvenidos en nuestra propia tierra, la tierra de los aguerridos Bracamoros. Un numeroso grupo de Kistian y Apách/mestizos, apostados frente al hotel, golpeaban cucharones y cacerolas. Apenas vieron bajar a los primeros “retornos” principiaron a gritar, rabiosos, enfurecidos, ¡No van a dormir! ¡No van a dormir! Creí que habíamos llegado al mundo de los Iwanchi y los Chulla-chaqui que bailaban y cantaban listos para prendernos fuego y luego devorarnos. Al verme salir, se detuvieron los gritos, el estruendo de los mototaxis opacaron al silencio, el canto lúgubre del ayaymama asustó a la gente y de uno en uno fueron desapareciendo de la calle.

Nos designaron una habitación doble y con un televisor colgado a la pared. Hacía calor. Timías hubiera preferido pasar la cuarentena con su esposa, pero a los pocos días ya estábamos felices conversando o comentando las noticias de la televisión. Después de ver todas las películas y la serie sobre los narcos colombianos, hablábamos de política, también de fútbol, aunque yo nunca jugué a la pelota. Tratamos de todo lo que habíamos escuchado sobre el “coronita”. En cambio, cuando la candela alcanzaba a quienes no

habían tomado el agua de los Ñawá ardían con ganas, no se apagaban, entonces, desde la tierra veían las chispas del fuego como si fueran estrellas. Timías insistía en que le cuente de las mujeres que tuve o de mis conquistas más actuales, sonriendo le contestaba que el amor se hace y no se cuenta. Me confesó que era acérrimo admirador del pelotero Guerrero y del cantante loretano Raúl Vásquez. Con sumo detalle me contó de sus romances y aventuras, de la vida que llevaba con sus tres esposas a orillas del río Amojú. El último día del aislamiento llegaron un Ampijantin/médico y una enfermera, luego de evaluar nuestro estado de salud, nos fueron liberando.

3.

Anochecía cuando Koko Shijam llegó al río Ucayali. A la orilla muchos Apách/mestizos trataban de amenguar el ardor de la tarde con la frescura del agua. Llamó su atención el escandaloso tumulto que corría tras una comitiva shipibo-konibo y una señora muy bien vestida y rodeada de policías que avanzaba hacia el local de la Federación de Comunidades Nativas del Ucayali. Horas más tarde Koko Shijam se encontró con el Apu Raúl Sánchez. Mientras deleitaban un delicioso Nijamách/masato, don Raúl le contó, En Ucayali ha muerto casi un centenar de shipibo-konibo sin ninguna asistencia. Para no estar obligado a participar en la fiesta de los muertos en los cielos, había la costumbre de picar a sus propios cuerpos con una aguja de pona o Uyái/pijuayo en la rodilla, en el tobillo, en la planta del pie, en la palma de la mano, en la nalga, en el labio, en el ojo, en la oreja y en el dedo más chiquito del pie. Recién ha llegado una representante del gobierno, dos meses después de iniciado el estado de emergencia, trayendo mascarillas y medicina para las personas que dieron positivo al “coronita” en nuestra comunidad. Yo mismo estoy infectado y el problema es que en la posta médica no hay camas suficientes, tampoco tenemos medicamentos ni personal médico, si esto no se cambia, vamos a morir. Como usted sabe estimado Koko Shijam, nos estamos tratando con medicina tradicional con buenos resultados, pero eso no nos garantiza que nuestra salud se ponga más crítica cuando nos ataque la neumonía.

Los Apus han solicitado al presidente del Gobierno la implementación de una política sanitaria acorde con las necesidades de toda la Amazonía. Además, no hay que olvidar que los cultivos de palma aceitera y las compañías petroleras son las principales amenazas para las poblaciones nativas en el contexto del “coronita”, pues dichas actividades no han parado ante el estado de emergencia y tampoco han tomado medidas que

resguarden la vida de los trabajadores y de nuestras comunidades. Entonces, cuando las almas de los vivos iban a visitar a sus muertos y recibían la invitación para bailar, contestaban, No puedo bailar con las almas de los muertos porque tengo los pies muy picados por las agujas de pona. Entonces baila de rodillas. No puedo, tengo varias picadas con Uyái/pijuayo en las rodillas. Bueno, como hay muchas mujeres, ten relaciones con ellas. No, no puedo, tengo el Káta/pene agujereado de tantas picadas con las agujas de pona. En ese caso solo podrás mirar a los que están bailando. No puedo ni mirar, porque mis ojos también fueron espinados con Uyái.

A las justas han hecho un centenar de pruebas en mi comunidad, contó el Apu Raúl, tampoco podemos llevar un real aislamiento físico, pues las casas solo tienen un ambiente que se comparte entre cinco o siete personas. No tenemos cómo separar al enfermo, por eso hemos pedido a las autoridades del Mal gobierno que implementen nuestro puesto de salud para poder atender a nuestros hermanos shipibos, necesitamos que nos habiliten con veinte a treinta camas, tienen que abastecernos con medicina, oxígeno y personal de salud, no basta con que nos traigan mascarillas. Fíjese, Koko Shijam, los nativos no tenemos garantía para ser atendidos en Yarinacocha o en Pucallpa, todos los shipibos que han llegado a los hospitales han fallecido. En cambio, las almas de los vivos que iban a morir pronto, como no estaban picadas, bailaban sin ninguna dificultad. Un Abíji/hombre-sajino con dos collares de trigo cruzados en su cuello, bailaba y cantaba, Por comer tanta caca de Ñawá he venido por acá. Y el Gobierno Regional no ha hecho nada por la población nativa, se ha olvidado de nosotros. Actualmente tenemos más de un centenar de muertos, entre ellos, el líder nativo y alcalde de Masisea, Silvio Vallés, lo mismo que tres Ampijantin/médicos y algo más de quince están infectados.

Oiga, Koko Shijam, hace varias semanas que no llueve, el río está shushito/delgadito, comentó un Kistian ashuyturado/en cuclillas mientras atizaba el fogón.

A propósito de Júmi/La lluvia, en tiempos inmemoriales, empezó a contar Koko Shijam levantando levemente el tono de su voz, Etsa vivía en una Jéga/casa hecha con hojas Sunkip/oreja de elefante. A la hermosa Júmi le gustaba instalarse largas temporadas en algunas de las montañas y desde allí derramaba sus aguas para alimentar quebradas y ríos. Durante sus cortos paseos entre los cerros, Júmi sacudía su frondosa caballera de nubes y desataba feroces trombas de agua que destrozaban la Jéga de Etsa. Como esto pasaba con mucha frecuencia, Etsa se molestó y decidió matar a Júmi. Una mañana Etsa escuchó que Júmi, haciendo una bulla descomunal, subía

por el monte. De pronto todo se calmó, volvió el silencio bullicioso de la selva. Recién al mediodía se oscureció y se escuchó de nuevo el sonido de Júmi. Armado de su lanza Etsa fue en busca de Júmi.

En eso Etsa vio venir a una mujer de gran porte tapándose con hojas de Piríya/plátano y palmera a manera de paraguas. Hablaba sola: No lluevas, regrésate de allí nomás, no vas a poder bañar a nadie. Y el ruido de la lluvia se escuchaba atrás, muy lejos. Cuando ya estuvo cerca, Etsa le dijo, Ah, solo eres tú, confundiéndola con una pariente. Sí, soy yo, ¿y tú por qué estás aquí? Estoy esperando a Júmi para matarla, está siempre malogrando mi casa, escuché que iba a pasar por aquí. Entonces Júmi le contestó: Muy bien, espera que venga, ¡Mátala, nomás! y siguió apresurada su camino.

Etsa se quedó pensando en que no había reconocido a la mujer, pero las primeras gotas de una lluvia que se anunciaba torrencial interrumpieron sus pensamientos. Subió a un cerro para escuchar el ruido de la lluvia, pero los sonidos se iban al otro lado del cerro. ¡Ah, caramba! ¿Cómo se me ha escapado? Y empezó a perseguirla con el afán de alcanzarla y cuando llegó al cerro más alto, Júmi fue elevándose cada vez más hasta desaparecer en el espacio. Entonces, Etsa, frustrado y muy enojado, regresó a su choza. Desde entonces no volvió a llover. Al poco tiempo empezaron a secarse las quebradas más pequeñas, pero a nadie le preocupó porque aprovechaban el pescado de las quebradas secas y tranquilos salían al monte, creyendo que estaban en tiempos de verano. Luego se secaron las quebradas más grandes y para que no les falte agua, la gente hizo sus casas a orillas de los ríos. Después se secaron todos los ríos, no quedó ni un charco, se convirtieron en enormes claros de arena. Al final sólo quedó una especie de laguna habitada por unas boas negras. Cuando nuestros antepasados iban a sacar agua, las boas los aterrorizaban haciendo temblar a la tierra. Así se fue muriendo la gente porque no podían resistir la sed.

Probaron extraer el agua uniendo dos palos largos y amarrando en la punta una Tsápa/calabaza, pero cuando la estaban sacando llena de agua, las boas se movían con fuerza y botaban todo su contenido. Se apareció el hombre-rana Juwat casi muerto de sed y se atrevió a sacar agua de la laguna. Te va a matar la boa, le dijeron. No les hizo caso. Se metió a la laguna, llenó la Tsápa con agua, cuando empezó a salir la laguna tembló y Juwat cayó, entonces vino la boa y se lo comió. El Mono Martín también intentó ayudar a sacar agua con el mismo método de Juwat, pero fracasó. Entonces cogió varias cañas, les hizo huecos y haciendo un tubo largo lo tiró hasta el centro de la laguna, luego, jalándolo con un bejuco lo sacó lleno de agua. De esta manera salvó a varias personas que estaban muriendo de sed.

Al ver tanto sufrimiento Etsa llamó al Mono Martín y lo envió a la Jéga/casa de Júmi para pedirle que llueva. Mono Martín llegando a Jéga de Júmi le dio el mensaje de Etsa. La hermosa Júmi contestó: No puedo, que vea la manera de hacerlo, se supone que yo estoy muerta. Mono Martín regresó con la mala noticia. No debí decir eso, se lamentó Etsa. Bueno, regresa y dile que le pido perdón por intentar matarla, pero que por favor llueva. Mono Martín volvió a Jéga de Júmi y le expresó el pedido de perdón de Etsa. Jumí aceptó las disculpas y prometió llover, pero Etsa debería hacer una Jéga con doble techo y cuando vaya por allá, iré con toda mi gente para hacerle una nueva Jéga. Luego agregó, Cuando esté en la tierra seguiré lloviendo fuerte, sin interrupciones, y les recomiendo que no se quejen de mí. Etsa tiene que quedarse en su Jéga, porque no quiero verlo. El Mono Martín regresó y trasmitió fielmente el mensaje de Júmi. Muy bien, asintió Etsa.

Esa misma tarde Etsa aseguró su Jéga con varias capas de hojas Sunkip. Apenas terminó su tarea, se formaron gruesos nubarrones, tronó y relampagueó el cielo, sin embargó no llovió. Etsa estuvo mucho tiempo despierto, Si no llueve, vamos a morir de sed, pensaba. Muy temprano lo despertó la lluvia. Etsa salió al patio y se bañó después de mucho tiempo. Luego prendió fuego, se puso una cushma limpia y se metió a la cama para descansar. La lluvia seguía cayendo torrencialmente. Mientras las gotas de la lluvia caían, se convertían en personas que traían las semillas de las palmeras para techar las casas. Así se sembraron las palmeras Sunkip en la tierra. Cada uno de los hombres de Júmi tenía una tarea definida para poder terminar lo más pronto posible la Jéga para Etsa.

Mono Martín llegó y se puso a observar, pero Júmi lo acusó de espía. Quiere conocer los secretos de cómo hacemos una casa. Llévenlo a un lado y tápenlo con una olla. Mono Martín repetía los nombres de las cosas que los hombres-lluvia usaban. Seguro está mirando, dijeron, y lo taparon con una canasta. Mono Martín cambió de táctica, se quedó calladito y se puso a observar bien, mientras los hombres-lluvia siguieron con su trabajo. Después regresó donde Etsa y le contó los avances de la nueva casa. La lluvia se mantenía en todo su apogeo y Etsa estaba mojado y casi muerto de frío. Envió a Júmi un nuevo mensaje con sus quejas: Ya no aguanto más. Júmi le mandó decir que espere porque ya falta muy poco, pero cuando Mono Martín llegó a la casa, encontró a Etsa empacando sus cosas. “Iré antes de morirme de frío”, dijo Etsa. Cuando Júmi se enteró, se enfadó, y ordenó a sus hombres terminar pronto la casa. Ahí viene, advirtieron unos hombres-lluvia, porque Etsa era su enemigo. Etsa llegó tapándose con una hoja Sunkip, cargando su canasta y alzando su pampanilla para no mojarse. Al verlo, Júmi y sus hombres se retiraron dejando las hojas de techo en desorden y lleno de huecos. Etsa enfadado terminó de arreglar el techo y sentenció, Para terminar pronto una casa grande, hay que invitar a mucha gente para que ayude, las casas no serán construidas sin la minga. Así será para siempre.

Koko Shijam y los Kistian cajamarquinos escuchaban el Noticiero Marañón en un viejo aparato de radio a pilas. La voz radial hacía conocer que en la provincia de Jaén existían más de un centenar de contagiados con el “coronita” y algo más de sesenta enfermos por el Covid-19. Sirvieron café con yucas fritas y tocino. La superficie del río transcurría lustrosa, ennegrecida por la contaminación con residuos de los “excrementos del diablo”.

Un nuevo demonio, maligno y peligroso, ha pisado la virginidad de los bosques, viene a devorar el corazón de los pueblos originarios y a despertar a la Chiric-Sanango, la flor de los muertos. Las sombras han llegado al hogar del mundo, se está instalando el Manchaytimpu, el tiempo del miedo. Koko Shijam, mirando el verde profundo de los montes, habló con el río, Tu deber es cuidar a la selva y yo estaré contigo. Volverás a tu esencia de árbol, pájaro, mineral, tiempo, en tu caudal llevas la vida, la semilla de la eternidad.

(*) Cuento "Manchaytimpu, el tiempo del miedo" publicado en antología "Cuentos peruanos de la pandemia" de Ricardo González Vigil, Mascapaycha Editores, 485 pág. Lima 2021.
Walter Lingán
http://madeinalemania.blogspot.com

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