Pepe Gálvez
Como un
homenaje a mi padre y los padres Sanmiguelinos, que hicieron y hacen San Miguel
dentro y fuera de las fronteras de nuestro pueblo, con muchísimo cariño, mi
saludo por el "Día del Padre" en la persona de estos dignos
representantes del gremio de Choferes.
“YA
PRONTO, QUIZÁS ANTES…”
"Caminante, no
hay camino,
se hace
camino al andar..."
A. Machado
En los años 50's del siglo pasado, nuestra infancia discurría en
tranquilidad y alegría, con los juegos propios de nuestra edad. La
rayuela o rayuelo, el mundo o culebrón eran los que se jugaban primero, luego serían las
"bolitas" para los varones y las muñecas para las niñas y después
vendrían otros juegos que se iban desarrollando en la medida que las
condiciones del tiempo lo permitía o en la medida que nuestro desarrollo
físico nos lo iba proponiendo.
En aquellos años, San Miguel era un pueblo casi aislado de la Capital
Provincial a la cual, políticamente, pertenecía. Y para los de la
Capital Departamental era prácticamente una población muy alejada y tal vez
desconocida.
La relación más próxima que teníamos conocimiento los niños, era con los
pueblos de la Costa como Chepén y Pacasmayo, ya que con esos pueblos
existía una relación comercial a través de los camiones que subían o bajaban a
esas ciudades y los hombres que manejaban eran unos personajes valientes
y osados que batallaban, no solo contra la geografía sinuosa y estrecha de los
caminos, sino contra la lluvia y el fango que producía en los mismos.
Esta situación hacía que los niños pensáramos que todos deberíamos ser
choferes, tener nuestro propio camión y con él poder desafiar esos
precipicios, recorrer esos caminos y conocer aquellos lugares tan
bonitos como adelantados, con autitos que corrían muy rápido, con góndolas y
trenes, y que además podíamos conocer el mar y ver sus embarcaciones...
Así pues, mi primer camión fue hecho de una "lata de
sardinas", hicimos un orificio con un clavo en uno de los lados
menores, procurando que éste se encuentre en el centro y de allí amarramos una
pita con la cual tirábamos de él.
Las carreteras las hacíamos en los descampados que habían al costado de
la Iglesia o por los corrales de las casas de nuestros amigos y por lo
general estos caminos tenían sus curvas y sus precipicios por donde deberíamos pasar.
Construíamos puentes y túneles y pasábamos horas imaginando ser uno de aquellos
CHOFERES a los cuales admiráramos y de los cuales queríamos imitar sus proezas.
En la Plaza de Armas había una verja central y la base de ella era
de cemento, con una especie de pestaña que adornaba el pequeño muro que
soportaba los barrotes de fierro en forma de reja que se sostenían con algunas
columnas cada trecho. Esa pestaña nos servía de carretera por que para entonces
ya teníamos nuestros "autitos”.
Estos automóviles los hacíamos de "carretes de hilo" (sin
hilo), los uníamos con un alambre más o menos delgado y a uno de ellos le
pasábamos una liga que sujetaba un palito de fósforo (cortado para que no
exceda el tamaño de la circunferencia del carrete) y al otro lado del carrete,
esa liga estaba sujetando un pedazo de cera y al final otro palito de fósforo
(entero), de tal manera que cuando dábamos varias vueltas al palito, el
torcijón de la liga hacia que el carrete gire y la cera con el palito entero de
fósforo se mantengan firmes sin dar vueltas por que el palito se fijaba a la
tierra, haciendo que el carrito avance en la pista donde lo habíamos
colocado.
.
Había otro más simple y que solo constaba de dos carretes (sin hilo)
unidos por un alambre muy liviano, mismo que hacía de ejes y chasis del carrito
y nos servía para competencias. Así en aquella pista que resultaba la pestaña
de la verja del jardín de la Plaza, lo que hacíamos era soplar los
"autitos" y ganaba aquel que llegaba, a la meta, con menos caídas y
en menor tiempo.
Algunos carpinteros hicieron camioncitos de madera para sus allegados,
pero el campeón de aquella época fue el que hizo el "Tío Marcial" a
Julio César. Ese era un camioncito con todas las de la ley, tenía guardafangos
de lata, foquitos que se encendían y apagaban, timón que movía las
ruedas, sus puertas se abrían y cerraban y tenía hasta muelles en la suspensión
posterior. Era un "camioncito" que había sido hecho con mucho cariño
y realmente fue espectacular.
Los camiones de verdad tenían sus nombres y de los recuerdo o me han
contado están: "Ahí viene mi
negro" cuyo chofer era don Arístides Alfaro, "El Mataperro" (habían dos) los manejaban los hermanos
Valarezo, “El Nazareno" cuyo
chofer era don Silvio y "Jesús del
gran poder" cuyo chofer era don Israel y "El Taramona" que lo conducía el chofer del mismo nombre.
De estos pilotos recuerdo muy vagamente pues así como habían pasado por San
Miguel igual fueron siendo reemplazados por otros; los que sí, fueron de mi
época son:
Don Pancho Malca, don Carlos Rojas, el "Mono" Clemente, Don
Vitalicio y don Mario Yeckle, a todos ellos los teníamos como grandes
conductores y todos eran tolerantes con nosotros, procurábamos que no nos vean
y nos colgábamos de la reja posterior del camión y cuando el
"Chulillo" nos descubría, con voz compasiva le pedíamos... "UNA
PICHONEADITA PE"...
Los niños, entre los cuales se encontraba el "Loco
Marcelo" (hijo de don Vitalicio), nos íbamos a esperar hasta "LOS DOS
CAMINOS" o un poco más allá, caminábamos confiados en que cualquier
momento llegaría su papá y entre nosotros tratábamos de adivinar quien estaría llegando.
Alguno de los más "sabiondos" decía que él sabía si era Mario
o Vitalicio, porque Mario tenía un camión marca Chevrolet y Vitalicio marca
Ford. Y claro decía que, si el sonido era: ford, ford, for, forrrrrr, entonces
era Vitalicio; pero si el sonido era Chebrrrrrrrrrrrrrolet, entoces era Mario
Yeckle el que estaba llegando.
Todos los choferes eran muy hábiles y conocedores de su trabajo; pero a
nuestro entender y porque ellos no habían tenido ningún percance mayor, los
mejores eran, don Vitalicio y don Mario Yeckle... Para nosotros, eran pues,
casi una leyenda... Se decía por ejemplo que don Vita (que era bien gordo) se
comía medio cordero en cada viaje y su desayuno era por lo menos con diez panes. Don Mario no era ni gordo ni flaco,
era de contextura normal, pero se le veía recio y tenía en su record 350
venados cazados en sus viajes, los mismos que registraba marcando una raya con
su cuchilla, en la parte de madera de su carabina.
Ellos con lluvia o con sol, igual salían y aunque a veces demoraban dos
o tres días para cubrir la distancia, de todas maneras cumplían su cometido,
los baches y el fango hacia que ellos pongan cadenas de metal en las llantas de
sus camiones y eran tan difíciles estas carreteras, que en más de una ocasión
se rompían las cadenas y tenían que remendarlas con alambre. Los lugares más
renombrados por tener fangos más difíciles eran: Vitián y antes de llegar al
Empalme en la carretera a Cajamarca y en la carretera a Chepén eran, un lugar
cerca de La Quebradonda; el tramo de Pencayo, otro cerca de los Pilares y
algunos otros sitios que de verdad eran Intransitables. Por esta carretera
cuando había mucha lluvia mejor no se transitaba.
Lo que me contó mi papá, es que cuando viajaban de Chepén a San Miguel,
en Pencayo entrando a un bache se le quemó un fusible de la luz del camión y ya
estaba oscureciendo, así que bajaron en la casa de don Agripino Rodas y don
Mario Yeckle sin más ni más, pidió que le preste un par de lámparas de
gasolina, las amarró en el parachoques del camión y siguieron camino hasta
llegar a San Miguel.
Y de don Vita se comentaba que jamás dijo no, cuando de transportar los
toros pa' la fiesta se trataba, que siempre estuvo dispuesto a ayudar en las
tareas cívicas de la población y siempre estaba de buen ánimo para ayudar a
todo el mundo. El movía a la gente a las fiestas de Llapa, de Chuad, de Jangalá
y también a las fiestas de Guadalupe y de La Cruz de Motupe.
Uno de esos años en los que transportó a La Macarena (torera que se presentó
en la feria del Patrón) se escuchaba una marinera que decía:
Carro de
Vitalicio
Va para
San Miguel
Macarena,
no seas mala,
déjame
dormir.
En fin, como les comentaba, todos los choferes eran buenos y cordiales; pero
todos tenían que llenar un cupo de pasajeros y de carga para poder salir sin
perjudicar su presupuesto; por lo tanto tenían que dar vueltas o esperar hasta
que se les complete dicho cupo. Los pasajeros impaciente reclamaban diciendo: “A
qué hora pues va salir don Carlitos?" A lo que él contestó:
"Ya pronto, quizás antes..." "Ya pronto, quizás
antes..."
Y, ahora en mi nostalgia, con el aprecio y admiración que guardo para
ellos les digo:
Ya pronto quizás antes... Ya pronto, volveré a los "Dos
caminos", o a "La Curva del Moro", con el Loco Marcelo, con mi
primo Lucho Arias, con Héctor Esquerre y todos mis amigos a esperarlos y tal
vez me dejen colgar de las rejas posteriores de sus camiones para dar MI ÚLTIMA
PICHONEADITA...
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