Thursday, November 19, 2020

LEYENDA EL ORIGEN DEL MAÍZ / Antonio Goicochea Cruzado


LEYENDA EL ORIGEN DEL MAÍZ

 Escribe: Antonio Goicochea Cruzado 

Koriwaska, alegre como todos los días retornaba trayendo las alforjas llenas de muchas cosas para compartirlas con sus hijos en el seno de su hogar y de su Ayllu.

Koriwaska, iba con Uchu, su fiel allco a los cerros, y entre los bosques, con ayuda de arco, flecha, waraka, y con trampas hechas de soga de cabuya cazaba liuchus, de los que aprovechaban la carne, fresca y seca; el cuero para mullida alfombra o cabecera, y los cuernos y patas, para warkus; otras cazaba patos y pavas del monte y algunas, pescaba en el río.

      Los niños del ayllu, se arremolinaban a su alrededor y celebraban su llegada. Luego jugaban a la caza imitando a sus mayores.

      En una de esas salidas, Koriwaska, se guareció de la lluvia en una cueva. Por los desechos se dio cuenta que era frecuentada por un oso. Luego de un momento divisó al oso que se acercaba a la cueva. Cuando el animal se acercó, con su waraka y los ladridos de Uchu lograron ahuyentarlo.

 Al recoger piedras para lanzarlas como proyectiles se halló con una piedrecita de color del sol. Era una pepita de oro. De retorno a la casa llevaba dos piedrecitas doradas. Varias veces volvió y con dedicación las recogía y las guardaba en una bolsa de lana que le había tejido con todo amor Ch'aska, su compañera, a la que le había dicho su secreto.

      Ch'aska, era como el lucero del amanecer, llenaba de alegría la casa, había dado nacimiento a siete hijos, mozos fuertes que ya habían formado hogar y que eran ejemplo de trabajo, solidaridad y buen comportamiento en todo el ayllu. Ch’aska, en laboriosa tarea a cada pepita, con finísimo pedernal la horadaba y la hacía colgar de un delgado hilo hecho del mejor algodón del valle; quería hacerse un collar. Para guardarlas las colocaba alrededor de un trozo de yesca y las envolvía en delgada tela de algodón con mucho cuidado en la cabecera de su lecho.

      Pasaba el tiempo y con las salidas de Koriwaska aumentaba la cantidad de pepitas.

      Koriwaska, un día no regresó, por lo que Ch'aska, pasó en vela toda la noche. Era la primera vez que no regresaba su fiel compañero. Rayando la aurora, en compañía de sus siete hijos, cual las siete estrellas de Oncoy, se adentraron en el río Chimín, por su mismo pedregoso lecho, varias veces cruzaron su curso serpenteante. Las aguas ya estaban en aumento. Durante una hora siguieron por la ribera izquierda, por las estribaciones del cerro Algamarca. 

      Antes de llegar al lugar que Koriwaska le había indicado a Ch'aska, a las orillas de un arroyuelo afluente del Chimín, encontraron un poncho lleno de lodo, era el poncho de Koriwaska. Un atroz presentimiento cruzó por la mente de los siete hijos y de la solícita madre, lo recogieron y siguieron el sendero, llegando al lugar, no encontraron la cueva.  Un huayco provocado por las lluvias del día anterior había cubierto la entrada.

      Quisieron remover las rocas, pero poco podían hacer. El mayor de los hijos retornó al valle a pedir ayuda. Pero ni con socorro de todos los vallinos, pudieron lograr algo.

      Retornando con pena, consultaron al chamán del ayllu, que luego de tender la mesada, les dijo que se hiciera una ofrenda al Apu del Algamarca, para preguntar a la coca sobre el destino de Koriwaska.

      En el Algamarca, se roció el lugar con ceniza de molle; se rasgaron las entrañas de un cuy negro; se tiró un puñado de coca y se tomó el jugo de cactus y shimba.  Después de la ceremonia el chamán, dijo que allí estaba Koriwaska y que esa era su última morada.  Así lo habían decidido el Apu. Entretanto, Ch'aska, con el sopor de la bebida, vio en sueños a su esposo, que siempre tan cariñoso, como en vida, la abrazaba y al oído le decía que el tesoro que tenían debajo de la cabecera, en casa, salvará de la hambruna que los adivinos del ayllu habían pronosticado y, que debería repartirlo entre los siete hijos para mejor guardarlo y protegerlo. Apenados volvieron a la casa.

      Todo el ayllu lloró la desaparición de uno de sus ancianos más cuerdos y queridos. Ese día los niños no jugaron.

      Ch'aska llamó a sus hijos y a las esposas de sus hijos. De la cabecera de su lecho, sacó un envoltorio.  El atado de fino algodón se había convertido en hojas secas y amarillentas, rematadas por un penacho de shapra también dorada. Con ayuda de un palito delgado y en punta abrieron las pancas. En su interior hallaron unos granos prendidos a una coronta. La mama Ch'aska les contó su sueño.

      Desgranó y las dividió en cantidades iguales, diciéndoles que para que se cumpliera el sueño deberían guardarlos de la mejor manera.

 

      Sentados alrededor del fogón, derramaron sobre el piso un puñado de coca, para preguntar a la Cocamama, cuál era esa mejor manera de guardar el tesoro de la salvación de la hambruna que debería venir. Cocamama, por la ubicación de las hojas en el suelo, les dijo que lo hicieran en la Mamapacha.

      Así lo hicieron. Cerca de sus chozas, colocaron en la tierra los granos, unos separados de los otros, tal como habían caído las hojas de coca. Entre tanto, llovía. Por las tardes el iname alegraba el valle con su arco de siete colores.

      Pasó media luna.  En cada punto donde habían colocado los granos crecía una lozana plantita. Los siete hijos hicieron consejo de familia y decidieron extremar los cuidados. ¿No sería ese el tesoro del que les hablaba mama Ch’aska? Alrededor de cada planta con ayuda del allachu, colocaron tierra alrededor de las plantitas. No dejaron que crecieran yerbas malas.

      Pasaron las lluvias. Las plantitas se habían convertido en verdes cañas, más altas que los mozos del ayllu, de hojas largas, con un penacho de flores en el alto. Cada planta sostenía dos o tres envoltorios como los que encontraron en la cabecera del lecho de Koriwaska. Tuvieron que cuidarlas de los loros y otros pájaros que querían devorar los frutos; y a los niños porque en su inquietud habían descubierto que las cañas tenían un riquísimo y dulce jugo. A las cañas le llamaron viru. Hasta a los allcos se les ató una pata al pescuezo para que no pudieran derribar las mazorcas, pues ellos también habían sido sorprendidos comiéndolas aún verdes.

      El sol y el tiempo, maduró las plantas, los frutos se secaron. Cada hijo cosechó varios rungos de mazorcas. La noticia corrió por todo el valle de Condebamba. El curaca reunió al Consejo de Ancianos. Allí Ch'aska les reveló el sueño que había tenido. Los ancianos, a ese grano le llamaron sara. El mayor de los hijos cosechó maíces de granos grandes y blancos; el segundo de tamaño más pequeño, amarillento, pero con pintas rojizas, moradas y negras; el tercero, maíz amarillo intenso al que llamaron morocho; el cuarto, maíz paccho; el quinto, maíz culli; el sexto, maíz morado, casi negro; el último, maíz pequeñito como una perla dorada. Los ancianos decidieron entonces que cada varón del ayllu recibiría para sembrarlos, tantos granos como los que habían recibido los hijos de Koriwaska, pero de   todas las variedades obtenidas.  Aun así, sobró una buena cantidad que fue sembrada en los topos de los Apus. La cosecha fue abundante. Se guardó en las trojes de los tambos del Ayllu.

      La esposa de uno de los hijos de Koriwaska había guardado un poco de maíz en un urpo que antes había contenido miel de abejas del monte, en el rincón donde estaba el urpo había gotera. La lluvia llenó la vasija. Las lluvias cesaron. Pasaron los días y cuando la mujer quiso preparar el maíz allí guardado se encontró con una bebida fermentada. Al probarla vio que estaba sabrosa y refrescante. Más tarde se dio cuenta que también era embriagante. Así nació la chicha.

      Pasaron cuatro años. Ya se habían olvidado de los vaticinios. Las cosechas llenaron las trojes de los tambos del Ayllu y de cada una de las casas de los Condebambinos. Se danzó celebró con chicha.

      De los ayllus de las partes altas de Lluchubamba, Sitacocha y Jocos llegaban noticias que desde hacía tres años las cosechas y la caza habían escaseado a tal punto que este año se hablaba de hambruna., Los vallinos se acordaron del vaticinio de sus adivinos.


      Un día llegaron emisarios oficiales de Lluchubamba, Sitacocha y Jocos presididos por sus curacas. Ante el Consejo de Ancianos expusieron sus penas y sufrimientos, y solicitar ayuda. Los ancianos vallinos accedieron a la solicitud, pero con la condición de que fueran las mujeres de esos ayllus quienes vinieran a aprender la manera de preparar este milagroso grano que los salvaría del hambre, ya que los hombres aprenderían a cultivarlo. Un emisario regresó a las alturas.

      A los dos días, las mujeres, con las mejillas pintadas por el rigor del frío y más ruborizadas por el calor del valle, llegaban a Condebamba. Las pocas llamas que les quedaban las acompañaban.

      Y así fue. En una casa aprendieron a comer las mazorcas aún verdes sancochadas le llamaron choclos; en otra casa molieron los maíces verdes, envolvieron la masa en pancas de la mazorca y la sancocharon, le llamaron parpas; en otra la comieron ya maduro y seco sancochado, le llamaron mote, o tostado, al que llamaron cancha. A la harina de cancha molida la llamaron mashka.

En otra casa la sancocharon, secaron y molieron para posteriormente comerla en sopa, a la que llamaron chochoca. Otros envolvieron la harina de maíz en la panca de la mazorca y la cocinaron, esos fueron los sabrosos tamales. Otros la amasaron y la comieron como cachangas en callanas traídas de Pomarongo. Aprendieron a comer maíz en muchísimas formas. También aprendieron a hacer chicha para sus celebraciones.  Cargaron sus llamas con el precioso grano y las mujeres llenaron sus quipes, y los hombres sus alforjas y regresaron alegres a sus alturas. Llevaban también atados de "virus" que los niños de Condebamba habían preparado para los niños de esos ayllus.

      Alimentaron a los suyos durante ese año y cultivaron una pequeña chacra de maíz con la poca agua que llevaron de los puquios a los topos del Ayllu. La cosecha fue buena. En la altura también fructificaba este grano milagroso.

Pasó un año, esperaron las lluvias, al fin éstas llegaron, con las técnicas recibidas de los vallinos y las aprendidas en el topo del ayllu, sembraron el maíz. Tuvieron cosechas abundantes.  Ellos también se acordaron de Ch'aska, Koriwaska y de sus hijos. Celebraron con chicha. Los niños participaron también de los festejos haciendo rondas y cantando. Emisarios de Lluchubamba, Sitacocha y Jocos bajaron al valle llevando yuyo, chuño, mashuas, ocas y ollucos, al igual que venaditos de madera que los niños habían labrado para sus amigos de Condebamba.


Desde entonces los pobladores del valle y de la altura se ayudan e intercambian sus productos.

      Estos sucesos se difundieron por todo el ande y la costa.  Desde allí llegaron emisarios a requerir la semilla de ese grano salvador.

      Aquel envoltorio guardado en la cabecera de Koriwaska, dio origen al maíz, un verdadero tesoro que salvó de la hambruna a muchos pueblos y su valor fue comparado como el del oro.

 

GLOSARIO DE TÉRMINOS COLOQUIALES

 Koriwaska: Soga de oro, o soga dorada.

Allco: Perro, existente en América desde antes de los Incas

Waraka: Honda

Lluchu: Taruca, venado de los Andes.

Warko: Gancho colgador, se colocaba en la cocina o debajo de los aleros de la choza para colocar utensilios de cocina o herramientas de labranza.

Oncoy: Constelación conocida también con el nombre de las siete cabrillas.

Apu: Dios del lugar.

Algamarca: Un cerro del lugar.

Shimba: Yerba de las alturas, de propiedades alucinantes que utilizan los curanderos.

Chamán: Brujo, curandero.

Shapra: Barbas. flecos.

Tipina: Palito de madera en punta, y con una correíta en la parte roma para que cuelgue de la muñeca del agricultor que lo usa para abrir la mazorca.

Cocamama: Diosa de la coca.

Iname: Arcoíris.

Allachu: Instrumento de labranza indio, consistente en un gancho puntiagudo de madera, sirve para cutipar (colocar tierra alrededor de una planta para mejorar su crecimiento y producción).

Rungo: Cesto de madera y cabuya, utilizado para medir el ají, el maní y otros granos.

Paccho: Maíz arrugado, que tostado adquiere una suavidad y dulzura exquisitas, propio para consumirlo como cancha.

Urpo: Vasija de barro de cuello corto en que se guarda granos o líquidos.

Parpas: humitas.

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