Friday, May 30, 2014
Thursday, May 29, 2014
SOBRE CÉSAR VALLEJO Y JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI EL ARTISTA Y LA ÉPOCA / Ever Arrascue Arévalo
César Vallejo. Óleo de Ever Arrascue
Ever Arrascue Arévalo
SOBRE CÉSAR VALLEJO Y JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
EL ARTISTA Y LA ÉPOCA
Ever Arrascue Arévalo, reconocido
Artista Plástico sanmiguelino, nos ofrece esta brillante conferencia o mejor
digamos ‘cátedra de arte’ sobre El
Arttista y la Época, según el pensamiento de César Vallejo y José Carlos
Mariátegui, expuesta en Asociación Guadalupana (Lima) el 16 de abril 2014, a
convocatoria del Gremio de Escritores del Perú.
Recuérdese nuestro artista retornó a su tierra y
capital de su provincia San Miguel (Cajamarca) por la puerta amplia del éxito el
año próximo pasado para vislumbrarnos al obsequiarnos una de las grandes
exposiciones pictóricas titulada: “Pisadiablos en colores”, luego en
el I Encuentro de Escritores y Artistas Sanmiguelinos “Demetrio Quiroz-Malca”, dejó
plasmado un gran cuadro al óleo de nuestro Poeta nacional, engalanando así su
nombre y expectativa a nivel nacional.
CÉSAR VALLEJO MENDOZA. 16 de marzo 1892, Santiago
de Chuco - 15 de abril, 1938. Paris. Francia (46 años).
JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. 14 de junio 1894, Moquegua
- 16 de abril, 1930 Lima (36 Años).
JOSE SABOGAL DIÉGUEZ. 19 de marzo 1888,
Cajabamba - 15 De Diciembre 1956, Lima.
Así como el arte en otros países o continentes,
tienes sus inicios, en el Perú también tiene sus origen, su permanencia, su
devenir, su camino social, donde se plasma la vida misma en formas, colores y
versos o narraciones, salidas del alma del hombre como testimonio de vida.
Hablaré de la pintura, ya que es un hermoso
lenguaje de fe y de esperanza.
El Perú tiene sus raíces artísticas en expresiones
rupestres (Toquepala) hasta la aparición de nuestros culturas preíncas (Nazca,
Paracas, Mochica, Chavín, etc, también las artes nativas), con un legado e
iconografía maravillosa. Luego viene la Colonia con un desarraigo de lo
nuestro; con dominio e imposición se desarrolla la pintura virreinal o la
escuela cuzqueña – que pinta ángeles y santos con la Inquisición al costado
(300 años bajo la cruz y el látigo).
En el siglo XIX
aparece la pintura republicana la de pintar héroes- y la presencia de la
pintura académica europea, por supuesto muy bien desarrollada. Los pintores que
fueron a Roma o a Paris a formarse como artistas, casi todos vinieron
consagrados, con medallas de oro, entre ellos: Carlos Baca Flor, Alberto Linch, Ignacio Merino, Francisco Laso, Daniel
Hernández, Teófilo Castillo, Rebeca Oquendo, entre otros. Debo mencionar
también a Pancho Fierro y José Gil de
Castro, quienes no salieron del país, los primeros mencionados bajo la
influencia de la academia europea romántica.
·
Francisco Laso, fue el primer gran pintor peruano, èl pinta un
cuadro, “La Pascana en los Andes”,
que creo es el inicio de la pintura peruana; más tarde aparecería Mario Urteaga, cajamarquino, quien
trabaja temas de su entorno con mucho amor, por ejemplo: “El idilio”, “Los
adoberos”, “La boda”, “Los abigeos”, etc. Así se cierra el siglo XIX.
En los inicios del siglo XX hay dos acontecimientos
históricos que marcan cambios para la cultura y el arte latinoamericano, y creo
para el mundo: la Revolución de Octubre
y la Revolución Mexicana (1914-1919). Aquí hay un cambio en la mentalidad
cultural, aparecen nuevos impulsos dialécticos que permitieron despertar del
aletargamiento colonial.
Surgen las ideas claras de Manuel González Prada,
demoledoras para la aristocracia, con ideas en defensa del indio. Con mucha
anterioridad Garcilaso de la Vega
(autor de Los Comentarios Reales)
había definido la amalgama integral étnica: raza mestiza (mezcla de español y
de indio o indio y española), “la cual es un honor para mí, que me digan
mestizo”.
En 1892 (dos años más tarde de la muerte de Vincent Van Gogh) nace César Vallejo, y en 1894 ve la luz José Carlos Mariátegui, dos pensadores
de raigambre nacional y humana, y el 19 de marzo de 1888 nace el gran pintor
José Sabogal Diéguez. En Europa el movimiento del Impresionismo con Renoir, Pissarro, Manet, Monet, Degas,
daban paso al Post- impresionismo, y al
Puntillismo con Toulouse Lautrec, Paul Gauguin -nieto de la escritora
arequipeña Flora Tristán-, Van Gogh,
Cezanne y Seurat y Signac como pintores puntillistas.
En junio de 1919 se publica por primera vez Los
Heraldos Negros del gran vate universal César Vallejo, sin prólogo,
éste lo tenía que escribir Abraham
Valdelomar quien por sus diversas ocupaciones no lo pudo hacer.
En 1918 se funda la Escuela Nacional de Bellas
Artes y entra en funcionamiento en abril de 1919 bajo la dirección de Daniel Hernández. José Sabogal había
llegado de Jujuy, Argentina, donde fue profesor de
pintura en la Escuela de dicha provincia; también en 1919, expuso por
primera vez en Lima, en la galería Brandes del
jirón de la Unión, con una buena crítica del público y del crítico oficial de
arte Teófilo Castillo.
Es una época maravillosa. Se edita la revista Amauta,
que dirige José Carlos Mariátegui, valiosa revista que fue la mejor de toda
Latinoamérica; me causó mucha alegría que en México, en un encuentro de
escritores y artistas el año 2013, lo reconociera una escritora brasilera. Amauta primero se iba a llamar
“Claridad”, pero Sabogal le sugirió a Mariátegui que llevara el nombre de
“Amauta” ya que los amautas eran los maestros en la época inca. Sabogal creó el
logotipo de “El Sembrador” para la revista.
Aparecen entonces cambios sustanciales para cultura del país.
En su libro 7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana José Carlos Mariátegui menciona a Antenor Orrego quien escribe sobre César Vallejo lo siguiente: “A partir de este sembrador se inicia una
nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula autonomía
verbal”.
Acertadamente Mariátegui dice: “El sentimiento de Vallejo tiene en sus versos una modulación propia,
su canto es íntegramente suyo. Hay un americanismo genuino y esencial, no un
americanismo descriptivo o localista, Vallejo no recurre al folklore, su poesía
y su lenguaje es emoción a su carne y su ánima, su
mensaje está en él”.
Vallejo tiene ternura de evocación, su nostalgia es
una protesta sentimental o una nostalgia metafísica o nostalgia de exilio, de
ausencia: “Que estará haciendo a esta
hora / mi andina y dulce Rita de / junco y capulí…” Sus recuerdos están
llenos de dulzura de maíz tierno, qué hermoso cuando nos habla del “fecundo ofertorio de los choclos” (ofertorio:
ofrecimiento en la misa del pan y del vino).
Vallejo condensa la actitud espiritual en una raza
de un pueblo. Qué hermoso y humano cuando en el poema XXXIV de Trilce dice: “Que nos brindaba un té lleno de tarde”.
Nos recuerda a Van Gogh, que pintaba cuadros llenos
de emoción social, de vida. Un cuadro suyo representa a un campesino labrando
la tierra cerca a su casa y éste tira la pala para inclinarse y abrir los
brazos a su niña que corre a abrazarle cuando la mamá la deja, una niña que
apenas a aprendido a caminar. Hermoso tema pintado con los colores de su
corazón.
César Vallejo siente todo el dolor humano, su pena
no es personal, su alma “está triste
hasta la muerte” de la tristeza de todos los hombres y la tristeza de Dios,
dice Mariátegui.
En la plástica, Van Gogh, el genial pintor de los
girasoles y de los cielos alucinantes, dice: “Y que uno no se diga, nosotros vivimos en plena angustia, pero las
generaciones futuras podrán respirar más libremente”. Así declaró también
Paúl Gauguin antes de morir: “Yo le debo
al bodeguero (porque se fiaba), al juez que me dio la libertad de los calabozos
por pelearme con los abusivos de los nativos, pero quienes me deben son los
pintores que vienen”.
Antenor Orrego sostiene: “El poeta habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero
piensa, siente y ama universalmente. Se comporta como un intérprete del
Universo, de la humanidad”, (nada ególatra, narcisista, romántico, individual).
Es socialista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo…”
José Carlos Mariátegui sostiene que Vallejo no hace
folklor en su poesía, y yo diría en relación a la pintura: si el pintor pinta
una callecita pueblerina con una cholita con sus trencitas, arreando su
burrito, casi imitando a la naturaleza, con débil dibujo y pobre color, sólo se
queda en estampa, sin carácter, nada conmovedor.
El tema
también requiere de una buena técnica, dibujo y color, el realismo en lo más
alto de su expresión de acuerdo a nuestra época, digamos pintado con sello de
clase, porque este tema es una madre obrera, campesina, llena de ternura, de
lucha, de mundo, como diría César
Vallejo. Cuando León Tolstoi nos dice: “Pinta tu aldea y serás universal”, se refiere a esta dimensión.
A mí me invitaron para hablar del papel del artista
y la época, específicamente del plástico o de la pintura. Entonces tengo que
hablar de José Carlos Mariátegui, quien es faro y puerto de las nuevas
promociones de escritores y artistas del Perú y América; nos apoyamos en su
ideología, su emoción social, su humanidad y su verdad. En el inicio de su
libro El artista y la época nos dice
claramente: “El gran artista no fue nunca
apolítico”, y lo remarca Francisco
Izquierdo Ríos: “No existe el artista
‘libre’, de vuelos camaleónicos a través de las clases. Cada verso, cada
pincelada es un acto político”. Y Mariátegui continúa: “El hombre no puede marchar sin una fe, porque no tener una fe, es no
tener una meta”.
“El arte ha perdido ante todo su unidad esencial”. Esto significa simplemente la aparición de ismos como moda y mercado. El gran Víctor Humareda, pintor puneño radicado en el Hotel Lima de la
Parada por casi 35 años, nos decía que el último de los grandes expresionistas
fue Chaim Soutine, con su espíritu
judío hasta el final, y el último de los genios del siglo XX fue Pablo Picasso quien pintó el “Guernica”
después del bombardeo nazi a Guernica, el pueblo vasco, el 26 de abril de
1937.
Picasso al enterarse manifestó: “Que piensan ustedes que sea un artista? ¿Un
imbécil hecho sólo de ojos, si es pintor, o de oídos, si es músico, de corazón
en forma de lira, si es poeta o aún hecho sólo de músculos, si se trata de un
púgil? Muy por el contrario, él es a un solo tiempo un ser político siempre
alerta a los acontecimientos tristes, alegres, violentos, ante los cuales
reacciona de todas las maneras. No, la pintura no está hecha para decorar
departamentos. Es un instrumento de guerra para operaciones de defensa y ataque
contra el enemigo”.
Y él utilizó como instrumento de guerra el pincel:
en blanco y negro retrató, de forma magistralmente trágica, todo el horror de
hombres, mujeres y niños mutilados.
En París, donde expuso el “Guernica”, cuadro de
3.51 x 7.82 m, estuvo presente Abetz, el Embajador de Hitler, quien se acercó a
Picasso y le dijo: ¿Es obra suya? ¡No!, suya, le contestó
indignado Picasso.
Después de los expresionistas, llegan los fauvistas
(fieras por su color) quienes pronto decaen en
su expresión plástica; luego aparecen el pop-art, el abstraccionismo y ahora
las instalaciones, tendencias muchas de ellas -por no decir todas-
incoherentes.
Mariátegui dice: “El planteamiento estético obedece siempre a una coyuntura histórica,
se nutre de ideales de porvenir…” (Y Vallejo escribe: Estará planchando blancuras por venir).
José Sabogal, Vinatea Reynoso, Teodoro Núñez Ureta, Pancho Izquierdo López entendieron el
planteamiento de José Carlos Mariátegui. Cuando se reunían los intelectuales,
los escritores, los artistas, los obreros, los sindicalistas en la casa de
Mariátegui, en el llamado “Rincón rojo”, lo hacían para entender el proceso
histórico que le corresponde al hombre como un ser social y libre.
El periodista César
Lévano me contó una anécdota: Un dirigente panadero de Ate – Vitarte fue a
visitar a José Carlos Mariátegui para que le redactara un discurso para un
mitin a realizarse en su zona, éste aceptó y gentilmente en el momento lo
elaboró e hizo la entrega. Casi para iniciarse el mitin hubo una trifulca, la
policía buscaba al dirigente para detenerlo y en ese afán se le perdió el
papelito que había guardado bien doblado en su saco. Al final el obrero
dirigente tuvo que improvisar su discurso y al terminar, bajó del estrado a
saludar a Mariátegui, quien estaba sentado en primera fila, y le dice: “Maestro, he venido a saludarlo y a pedirle
disculpas porque el discurso que usted me dio se me ha perdido”, y el
Amauta le contestó: “no se preocupe:
usted lo ha hecho mejor que yo”.
El arte intimista como exposición original es
respetable, pero aunque puede haber oficio, maestría, ahí queda, no trasciende
en lo humano, pueda que sí para el mercado. Nazim Himet decía: “Es hermoso pintar un atardecer, una
aurora, una flor, un pájaro, pero más hermoso es pintar a la gente en su vida
misma con sus anhelos y esperanzas”.
Mariátegui se adelantó y nos hizo entender: “Hay muchas escuelas o talleres llenos de
anarquía (como ahora en la Escuela de Bellas Artes, la Católica, Corriente
Alterna, etc.), y esto encamina un arte burgués, perdiendo toda aspiración de
un nuevo orden, una nueva expresión colectiva y humana”. La formación
artística tiene que tener otra dirección, los premios le dan a los que pintan
absurdidades. “El arte como el hombre y la planta necesita de un aire libre”,
dice el Amauta.
No podemos aceptar como nuevo un arte que no nos
trae sino una nueva técnica, esto sería un engaño. La técnica nueva debe
corresponder a un espíritu nuevo. Así lo plantea Mariátegui, y José María Arguedas enfatiza: “En técnica nos superarán y dominarán, no
sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarles a aprender de
nosotros”.
Los artistas deben lanzarse a la conquista de
nuevos horizontes, porque el arte no debe ser solo pensamiento, esto lo enfría,
el arte debe ser sentimiento y pensar (José Carlos Mariátegui).
Esto lo traduce Humareda de la siguiente manera:
“La pintura es color, es temperamento, es amor, es pasión, es armonía, es
composición, es conocimiento y todo esto al servicio del tema, esto es forma y
contenido” (Esto es Víctor Humareda y no el loquito de La Parada o el eterno
enamorado de Marilyn Monroe).
Una vez le preguntaron a Humareda: “Víctor, ¿el
arte es para la burguesía o para el pueblo”. “Es para la humanidad”, contestó el genio puneño. “No más arte y literatura cortesana de
bufones y lacayos, se necesita de un arte nuevo rebelde” (José Carlos
Mariátegui).
Nos falta preparación artística, educar nuestra
vista, tener un criterio artístico, ser más sensibles, visitar museos, para no
caer en lo que pasó en la época del impresionismo, en que el público rechazó la
“Olimpia” y el “Almuerzo campestre” de Manet, también rechazó el “Balzac” de
Rodin y “Las patatas” de Van Gogh. Ahora con facilidad se contempla o se
ensalza y se aplaude un arte que no es bueno, simplemente porque lo dice un
medio de prensa o crítico de arte parcializado y pagado.
Anatoli Vasilievich Lunacharski, crítico de arte
ruso, dice lo siguiente: “Como estamos en
tiempo nuevos, entonces se requiere de una nueva poesía, un nuevo canto, una
nueva pintura, con carácter, con talento y un gran gusto artístico. Y hay que
entregarle al pueblo. No a las búsquedas formales sin contenido artístico, el
tema siempre adelante. No al realismo ingenuo, se necesita de una mayor
precisión de formas y manejo del color, de ésta manera resurgirán los pueblos
con verdaderas pinturas”, sin adornos ni oropeles, como lo plantea José Carlos
Mariátegui.
La pintura tomará carácter si se pone en alto la
potencia y belleza de creación artística de forma consciente y humana.
Lunacharski dice: “Crear un ambiente elegante y
alegre, alegre significa un vestido, un adorno, una vivienda alegre, con sus
artesanías; sin duda esto le dará un ambiente ideológico, diferente, algo así
como un espíritu revolucionario”.
Formar el alma del pueblo
El maestro Rogelio Romero, mi profesor en la
Escuela de Bellas Artes, en su libro Indigenismo
o Social-Realismo, cita lo siguiente:
+
“El artista tiene, como cualquier ser humano, dos
alternativas: o toma el sendero de compromiso con la clase trabajadora o es el
taparrabo del sistema de explotación vigente… El tiene que ver y captar el
vivir diario como fuente de su estética de compromiso militante con la
naturaleza humana explotada”.
Francisco Izquierdo López (Panchito) conoció y
comprendió a los campesinos, principalmente de la zona sur del país, vivió con
ellos, su presente y sus problemas, y a muchos de sus cuadros los tituló “Los
Golondrinos”, por sus anhelos, sus esperanzas; se identificó con una causa
libertaria.
Así, José Sabogal Diéguez, telúrico y profundamente
nacional, como lo catalogó Jorge Falcón,
fue el iniciador de la pintura peruana de tierra adentro.
DEMETRIO QUIROZ MALCA. Poeta Nacional natural de San Miguel. Óleo de Ever Arrascue
Artista sanmiguelino EVER ARRASCUE ARÉVALO
MI SOLEDAD EN LA JALCA: Pensando en Julio y Carmencita / Antonio Goicochea Cruzado
MI SOLEDAD EN LA JALCA
Pensando en Julio y Carmencita
Antonio Goicochea Cruzado.
Tenía que ambientar la rústica construcción que los pobladores habían
levantado para conseguir la creación oficial de su escuelita, como
cariñosamente decían. Había llegado a Rupawasi a iniciar mi trabajo docente.
Allí estrenaría mi título pedagógico.
Con el apoyo de padres y madres de familia, reunimos mesas y sillas; con la
pequeña pizarra que habían comprado inicié mis clases. Arrendé una cuartito en
la casa del teniente gobernador, allí también me darían los alimentos.
De día los niños me hacían compañía, en cambio las noches, además del frío
hacían sentir mi soledad. Un cierto temor me invadían los atardeceres que las
anunciaban. Llovía en abundancia. Y como
el discurrir de la lluvia de los techos de paja solo tienen un sonido sordo,
para acompañarme, en las noches de frío y de lluvia colocaba latas de conserva
vacías para que al recibir los goterones del techo de paja dejaran escuchar,
ahora sí, su concierto. El tac, tac,
tac, era su música que me hacía conciliar el sueño. La soledad en la jalca se
siente con más intensidad.
Cuando fui a la capital de provincia, en lomos de un caballito, encontré a
compañeros de promoción. Allí me enteré de la escenificación del drama El Pasado presentada por el grupo
teatral Amauta. En eso, como mandado a llamar, el fotógrafo del pueblo se
presentó a ofrecernos unas fotografías que las tenía en venta.
En una de las fotografías aparecía una chica con la protagonista de El Pasado, llevaba zapatos de taco alto
dorados; un vestido de época, de seda color grana, de amplia falda, llena de
plisados, lleno de puntos blancos, el escote cuadrado tenía como marco un
bordado plateado, que hacía resaltar el busto; mangas cortas, bombachas que
dejaban al descubiertos unos seductores brazos; en la mano izquierda sostenía
unos guantes blancos; aretes, gargantilla y pulsera de oro le daban una
elegancia sin igual; un peinado, también de época, dejaba caer sobre el busto
dos canelones que enmarcaban un rostro inquieto, una mirada de comprensión y
solidaridad dirigida a la protagonista y unos labios grana completaban la
figura de la dama que me atrajo sobremanera.
Carmencita era su nombre. Todos los atributos que describo hicieron que
me prendara de ella.
Compré fotos de aquella chica. Ya en Rupawasi, hice un álbum con ellas. Yo,
cual Quijote enamorado devanaba mis sesos por hacerla mía.
Retorné a mi trabajo con enormes inquietudes en el corazón. Compré un radio
a transistores. Llené alforjas de vituallas para el mes: latas de atún y otras
conservas, bolsas de fideos, arroz, rellenas, cecinas y pellejo de chancho. Los resbalosos, como le llamaban a los
ollucos, aunque sabrosos también cansan.
Carmencita me había obsesionado. Deseaba conocerla en persona. En mis
sueños aparecía, desdeñosa.
En mi cuarto, empinándome sobre mi camastro, escribí en el rústico cielo
raso, con el humo de una vela, el nombre de la mujer que me estaba robando la
tranquilidad: Carmencita, Carmencita de
mi vida, te quiero y te querré, tú serás mía. Los versos siguientes parece
que fueron escritos para mí y para estos momentos:
Llegaste
a mi vida quieta
como a endeble surco
el agua,
trastrocando
paz
y calma mías
en mórbidas emociones
-libidinosa, anegante-
me inundaste en la vorágine
envolviéndome todo.
Los pasillos, de emisoras ecuatorianas, que escuchaba al amanecer
aumentaban mis deseos de amar. Verbenita,
El aguacate, Sombras, eran los pasillos que acicateaban mis deseos y mis
manos estrujaban deseos contenidos. El viento, en la madrugada, silbaba en los
pajonales.
Luego de los almuerzos, tendía mi poncho de lana en el pasto contiguo a la
escuela, y tirado a lo largo, miraba al cielo. El sol y el viento me azotaban
la cara. En las nubes encontraba formas a las que atribuía parecidos a
borreguitas, a otros animales, a personas con rostros gigantescos. Un día creí
encontrar el de mi amada.
Para estar acompañado promovía, los fines de semana, encuentros de fútbol
en la comunidad. Piqueos de papa, quesillo y chiche, que las esposas de los
jugadores preparaban completaba mis alegrías. Unas copitas de aguardiente
consumaban el jolgorio. Los pobladores estaban contentos conmigo y con mi
trabajo.
El sol, el viento con su silbido, los caminos, por los que pisaba mi sombra
y los pedregales, las quebradas, los riachuelos y el vuelo de las chinalindas
llenaban mi soledad. Sin embargo sentía ese vacío que debería ser llenado. Leía
a los románticos, Amado Nervo, Felipe Santiago Salaverry y otros. Me gustó
aquella frase de Gustavo Adolfo Bécquer, “la soledad es el imperio de la conciencia”.
Creía llegar al delirio. Pergeñé algunas poesías en que decía mis ansias en mi
soledad.
DE QUE SIRVE
Cuando no tienes
quien te espere
de qué sirve que cuentes
las estrellas
y en busca de cometas
escudriñes
vesperales cielos.
Cuando no tienes
quien te espere
de que te vale
haberte metido en charcos
y que el agua cristalina
te haya baña el corazón.
Cuando no tienes
quien te espere
de que sirve que mil veces
miraras el reloj,
de que te sirve desandar
los caminos
de qué los adioses
y hastaluegos.
¡Qué importan
los largos caminares
por estrechas cañadas!
¡Qué importan
los zig zag
trajinantes
por abruptos
despeñaderos!
De qué,
si no tienes nadie
quien te espere.
Cuando no tienes
quien te espere
y no encuentras
mas que un lecho frío:
de qué sirven
todos los trajines.
Los queñuales circundaban las chacritas de papas y ollucos, que crecían
pródigos. Pero había un queñual que estaba en una colina, solo. Ese arbolito de
jalca, así solito que recordaba mi soledad. Decía convencido: ¡Cristalino
ardor, mi soledad, me abrazas en tu inmensidad!
A mis amigos en Rupawasi, una noche que la abrigábamos con unos tragos
calientitos, les conté de mis ardores amorosos. –Y quespéraste, dígale nomá, ustés profesional, gana su platita, la
puede mantener, tráigalo pacá y tranquilícese, me dijo el teniente
gobernador, fíjese nomá en el campo: las
chinalindas andan en pareja, igual las tortolitas, nosotros tamién tenemos
nuestra compañera que nos acompaña puestas jalcas, y usté ni siquiera “lo”
conoce.
Los fines de mes en que tenía que cobrar mi sueldo, iba al pueblo, me
reunía con los amigos y sin disimulo preguntaba por mi pretendida, decía mis
propósitos, y de mi anhelo de hacerla mía. En mi billetera llevaba una
fotografía de Carmencita en cuyo reverso había escrito, con deseos
premonitorios, una dedicatoria: Con todo
mi amor para Julio. Un día la vi, aunque de lejos, aprecié su hermosura. Mi
corazón en su agitación parecía salirme del pecho. Después supe que ella
también me vio.
En otro de esos viajes con la intermediación de un amigo común, hice saber
de mis intenciones a la mujer que me había robado la tranquilidad. El emisario
regresó con el mensaje: de que lo iba a
pensar. Anímate Julio, eso quiere decir que sí, sólo que está dándose su
importancia.
Al otro mes, con el mismo amigo de por medio, reiteré mis requerimientos.
Con impaciencia, en una cantina de la plaza del pueblo, junto con entusiastas
amigos y unas cervezas, esperaba. Parecía una eternidad.
Retornó el amigo con respuesta
positiva. Los amigos prorrumpieron en sonoros ¡ra!, ¡ra!, ¡ra!, Julio, Julio
¡ra!, ¡ra!, ¡ra! De inmediato, en mi contento, eufórico, salí a la plaza y con alarde atlético di
saltos mortales y volantines, gritando ¡Carmen!, ¡Carmencita!, ¡Carmencita será
mía!
El domingo, “en sana salud”, como se dice por estos lares, en la casa de
una amiga fue el encuentro. Como sabía de mi enamoramiento por la foto del
drama se había vestido como había participado en la escenificación, estaba
sentada en un butaca e igual de bonita. Mi amor le declaré, le juré que sería
eterno. Encontré eco a mis proposiciones, Carmencita, en correspondencia a mis
requerimientos, aceptó gustosa. Abrazos y besos apasionados sellaron aquellos
juramentos. El fru fru de las enaguas y la seda del vestido; y, el perfume que
emanaba me transportaron al paraíso. Reímos, luego, de las muestras de alegría
que había hecho en la plaza.
A los tres meses nos casamos. Carmencita, desde entonces, me acompañó a
Rupawasi llenando mi vacío existencial.
Por ti, soledad, la busqué y la encontré; por ti, soledad, soy feliz.
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