¡TEMBLOR!... ¡TEMBLOR!..., EN SAN MIGUEL.
(Relato).
Víctor Hugo Alvìtez Moncada
El temblor de
1970 había quedado bien guardado en la memoria colectiva de muchos
sanmiguelinos. La discusión que sostenían algunos parroquianos sobre el particular
en cantina de Santitos “Chimba” atraía la atención de algunos vecinos que
ocasionalmente pasaban por ahí, arrimándose a escuchar hasta la misma puerta,
creyendo que ya se iban a liar a golpes. Pero que habìa pasado si todos habían llegado
muy contentos y estaban cantando el ‘Jarro verde’ y la ‘Morenita’ que hacía
estremecer las venas de los visitantes.
Benjamín
Malca “Bobachón”, vaso lleno y botella de cerveza en manos, alterado por la
terquedad de iracundos amigos llegados a la fiesta patronal, a viva voz, espetó:
-
Entonces, porqué
crees que la torre de la iglesia no se cayó a pesar del fuerte movimiento de
ese año que ha sido uno de los más terribles que hemos sentido y vivido en San
Miguel, nunca antes habían sucedido de tal manera.
Como los
concurrentes ya estaban ‘picaditos’ y era siempre intención contradecir al
sabiondo bibliotecario y enciclopedia andante de Bobachón, continuaron zahiriendo
su honor y vastos conocimientos sobre la historia de su pueblo:
-
¡Ah! Mi abuela
contaba que, para la construcción de nuestra iglesia, hacían unos tremendos
adobes mezclados con yemas de huevos de aves marinas –igual como construyeron el
puente calicanto de allá abajo- y que antes de asentar en las paredes, eran
probados lanzándolos desde el ‘redondón’ o cierta altura para ver si resistían
y no se rompían.
Benjamín con
toda su ilustración, contradijo en el acto:
-
¡Imbécil!
¡Eres un imbécil, pues!..., -escupiendo varias veces al piso terroso. Yo soy discípulo
del maestro Nicolás Saravia Quiroz, el mejor maestro de todos los tiempos. Él nos
ha enseñaba en el centro viejo 73 que la iglesia está construida con ciertas técnicas
para conservar el equilibrio, precisamente en estos casos de temblorcitos o
terremotos. Por eso la torre tiene forma octagonal, o acaso no te das cuenta ¡imbécil!...
Eso es precisamente lo que le da toda la estabilidad a nuestra hermosa torre y nunca
se va a caer. Se acordarán de mí.
Incrédulos,
todos, echaron a reír a carcajadas más que por la sabia lección, por el colerón
que le estaban causando al también eximio guitarrista, cantorcito, serenatero y
gran amigo Bobachón.
-
¡Benjamín,
tiene toda la razón del mundo!, y lo que dice es totalmente cierto, doy fe de
ello –agregó Carlos Vargas-, presente en la vana discusión de amigos
Pisadiablos. Cada temblor que habìa en San Miguel, la torre, bailaba sobre su
propio eje. ¡Yo lo he visto pue, así nomás no se va a caer, tengan la seguridad
cholitos!
Convencidos
los beodos y con la sed que apuraba el abre apetito -olvidándose ir almorzar a
sus casas- pidieron seis cervezas más, rieron a carcajadas, se abrazaron y siguieron
libando por la torre de su iglesia y amistad de toda la vida. Entre tanto, el
cantinero que había rehuido tal discusión, aprovechando para almorzar
tranquilo, reapareció con un platito blanco de zinc con varios rocotos picados
y una talega de panes para que sus clientes vayan menguando el hambre, la cólera
y continúen pidiendo.
¡Salud,
paisano! ¡Salud, imbécil!..., perdón digo ¡Salud hermano!
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