Thursday, April 07, 2016

MAÑUQUITO, TÍO QUERIDO / Sandra Rodríguez Castañeda. Invitación misa de mes Manuel Castañeda Gamarra. Q.E.P.D.



Invitación.- La misa de mes por el eterno descanso de MANUEL CASTAÑEDA GAMARRA será el día 16 de abril a las 11:00 am. en la Iglesia Matriz de San Miguel. De allí invitamos a los amigos a pasar al Restaurant El Edén para un compartir en nombre de nuestro Manuelito.

MAÑUQUITO, TÍO QUERIDO
Sandra Rodríguez Castañeda

Mañuquito y sobrina Sandra, quien dedica esta hermosa plegaria al "Tío querido", alegre, jovial, fraterno, servicial, por siempre.

Quisiera poder despedirte cantando, pero a falta de la voz indicada y el talento, te intercalaré canciones recitadas con palabras.

«A dónde te irás volando por esos cielos,
brasita negra que lustra la claridad
detrás de tu vuelo errante mis ojos gozan
la inmensidad, la inmensidad»

Acá estamos, tío, no podemos, ni queremos ocultar nuestra tristeza. Porque lo que nos ha reunido hoy a todos es una desgracia. Toda muerte es un vacío; pero aquellas que llegan luego de largos padecimientos pueden ser también un alivio, un descanso.
La tuya, en cambio, que llega cuando intentabas salvar una vida, no es sólo una gran ironía, es sobre todo una desgracia. Y ha instalado en nuestra alma el desasosiego, nos deja confundidos, desorientados, incapaces aún de encontrar la emoción adecuada. ¿Dónde encontrar una guía, tío, para saber responder, para saber qué sentir?

A veces, es en nuestro lenguaje ancestral, más viejo que los más viejos árboles, donde podemos encontrar sabiduría. Y así, la palabra desgracia, llegando a nosotros como una viejita sabia, nos dice: “den-gracias”.

Así que, sin hacer más preguntas al destino, sin preguntarnos más por qué existieron en el universo esos tres segundos en los que te nos esfumaste, nos abrimos las blusas, las camisas, y con el corazón fuera de la piel damos gracias.

Gracias abuelos por haberle dado la vida a Manuel, por haber sido esos gentiles intermediarios que hicieron posible que lo conociéramos. Gracias, Juan, Balta, Mari y Rosi, por haber comprendido lo que significa ser hermano, que es saber estar presente, aún en la ausencia.

Gracias por la complicidad cuando niños, cuando se escurrían en la cocina de su casa en San Miguel para sacar las ollas, y comer calladito de la abuela. Gracias por los almuerzos, las navidades compartidas, en donde se anticiparon a tener más rocoto de lo usual, porque sabían que a Mañuquito le encantaba y se lo devoraba como una manzana. Gracias a sus amigos, sus vecinos, por las alegrías compartidas, la ayuda desinteresada. Gracias Edith, por haber venido desde Ayacucho a traer dicha a la vida de Manuel, por ser esa guitarra, ese carnaval, ese canto, por haber hablado y liberado lo que a veces, quizá, se le atragantó a mi tío en la garganta. Gracias por el cariño que mantuvieron a la distancia, porque comprendieron que el amor no es la atadura, sino la entrega que nos hace capaces de dejar a quien queremos vivir los procesos que necesitan vivir en soledad. Y gracias, por haber sido esa otra mitad creadora, que hizo nacer a quien se volvió la razón de su vida, Killa. Gracias, Killita, pequeña, por ser mi tío, por permitirle a él vivir más allá, y por permitirnos a nosotros seguir amándolo a través de ti.

Y, sobre todo, gracias a ti, tío Manuel, nuestra estrellita amanecida. Te cuento que en diciembre le pedí a mi mamá permiso para presenciar un parto en la clínica. Fue rápido, sin complicaciones. Mabel cogió la cabecita del bebé, tiró suavemente y se hizo como un estruendo la vida. Magnífico. Esa llegada súbita, esa irrupción en el mundo, ese llanto sin reservas, un primer saludo a la tierra.

 

Como muchos de tus colegas que se encuentran aquí, con nosotros, tú elegiste para tu camino ser el acompañante diario de esas nuevas vidas, el cuidador de sus madres, el consolador cuando la enfermedad acecha, el apoyo de muchas y tantas mujeres pobres y sus familias que encontraron en ti no un distante profesional sino un hombre comprometido, que agitaba sus manos con delicadeza, que abría su consultorio con paciencia, como una guarida donde se disponía a escuchar. No son algunas, no son decenas, son cientos de familias que hoy, aún sin saberlo, te dan las gracias. Hoy una luz se prende en su interior por ti, porque tú cruzaste sus vidas para alivianarles la carga. Gracias Mañuquito, por enseñarnos que a pesar de nuestras imperfecciones podemos servir al otro. Y, porque, es quizá justamente porque tenemos grietas, que somos capaces, como tú, de comprender genuinamente el sufrimiento de los demás, de ofrecer como consuelo un pecho que también ha llorado, de aceptar el arrepentimiento porque nosotros también nos hemos equivocado, de perdonar porque nosotros también hemos lastimado.

«Vuela, vuela, vuela, golondrina
vuelve del más allá
vuelve desde el fondo de la vida
sobre la luz, cruzando el mar
cruzando el mar»

Hoy abrimos nuestras blusas, nuestras camisas, y con el corazón en la mano, Mañuquito, nuestro saucecito, te hacemos también una ofrenda. Porque el día antes de irte, nos dejaste un mensaje que decía “luchemos contra las mafias”, y otro que nos aconsejaba “ama a tus hijos independientemente de sus logros o fracasos”. Por eso hoy te ofrendamos nuestra fortaleza para seguir creyendo en lo que tú creías, y seguir luchando como tú por la justicia, porque esa es también una forma de amar. Te ofrendamos la primera luz que vemos al despertar, nuestro primer aliento que se levanta como neblina en la madrugada, porque aquí nos quedamos para defender, sin conocer el cansancio, la vida, como tú lo hiciste.

«Cuando los días se acorten junto a mi sombra
y en mi alma caiga sangrando el atardecer
yo levantaré los ojos pidiendo al cielo
volverte a ver»

Quiero creer que el sábado se te permitió una almohada antes de caer. Y que sobre ella descansas ahora. Esa almohada, estoy segura, es el día de tu matrimonio. Con tu sombrero de paja, tus yanques, tu fajita en la cintura alrededor de tu camisa blanca, te uniste a Edith, tu querida ayacuchana de fondo y trenzas de colores. Tu almohada fue esa gran fiesta, donde bailamos carnavales y sayas, y fue tan alegre, tan larga, que tuvieron que pedirle a la banda de músicos, una semana después, que se fuesen de su casa, porque ya no les alcanzaban fuerzas para seguir celebrando. Estoy segura que ese es tu cielo, ese día con un solo y único agregado, tu hija Killa.

Vuela, vuela, vuela golondrina,
al arcoíris que ayer se abrió para despedirte,
de canto a canto, de laguna a laguna
en esas pampas donde te dormiste.
Nosotros, un día no tan lejano nos uniremos a tu vuelo,
te acompañaremos a recibir el sol cada amanecer
y bailar cada crepúsculo, en antesala a la salida de la luna.
Adiós golondrina,
«abre las hojas del viento
ponle una montura al río
cabalga y se te da frío te arropas
con la piel de las estrellas
de almohada la luna llena
y de sueño, el amor nuestro».

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