HUELLAS EN LA ARENA
Mi amigo ALFONSO
Mariví Pulido, París 2020
Un hombre honesto, un político comprometido y de principios.
¿De qué conoces tú al jefe de los comunistas? Me preguntó mi padre, asombrado, a media voz.
Era una noche, décadas atrás, cuando al llegar a su restaurante, después de la última clase en Bellas Artes, de camino a casa, para mi sorpresa me encontré al Dr. Alfonso Barrantes con otras personas cenando allí. En cuanto me vio entrar se levantó para saludarme, siempre tan educado y atento. Yo no sabía que él era cliente y él no tenía idea de que don Nicolás era mi padre. Ese fue el comienzo de una gran amistad con toda la familia.
Alfonso, amigo, estás siempre en mis pensamientos. Sobre todo cuando hay alegría, porque de ella tenías mucho. Te contemplo en estas fotos de aquellos días buenos, compartidos en Lima o en New York; ¡cuando te quedabas en nuestra casa y regresando de un viaje a China, lo primero que pedías era arroz blanco con huevo frito y ají peruano! Ni los banquetes chinos, comida que te agradaba mucho, podían hacerte olvidar lo que era de verdad lo tuyo. Y el arroz con frijoles que preparaba yo desde Lima que nunca pasabas por alto. Para nosotros, los amigos cercanos, nunca fuiste Frejolito, eso vino después… no sé si fue porque eras pequeño de estatura o porque te gustaban tanto.
En aquel entonces, lejos estaban los días del Frontón y los encarcelamientos. Como abogado, te dedicabas a resolver problemas legales, sobre todo de los trabajadores de izquierda perseguidos y sin medios económicos.
En estos días, el mundo sufre una pandemia que está destruyendo nuestro modo de vivir, matando a millares y probablemente desterrando para siempre lo que considerábamos normal. Aparte de ello, hay incendios épicos, grandes lluvias, huracanes, inundaciones, terremotos… aves que se desploman de los cielos, muertas ya, y grandes peces que quedan varados por centenares en playas solitarias al otro lado del mundo. Los crímenes contra la humanidad continúan impunes porque la mayoría de los políticos son corruptos. La integridad es una cualidad que casi no existe. Todo se ha reducido a dinero y poder. A divertirse y rodearse de cosas innecesarias.
De visita en New York, EE.UU.
Y te recuerdo con admiración, porque tu fuiste la antítesis de todo ello. Honorable, seguro en la senda que te trazaste desde que eras muy joven. Humilde, buen amigo y mejor hijo. Hasta los cachacos te mostraban respeto. Estando en tu casa, con amigos, recuerdo que al hacerse tarde, en invierno, salías a llevar una taza de chocolate al soldadito que vigilaba a unos cuantos metros de la entrada. Cuando llegaban los policías a llevarte a la prefectura, decían Doctorcito, venimos a detenerlo… y tu te alistabas y partías con ellos, algo rutinario. En aquellos tiempos no tenias casa propia, tu vivienda oficial era con un primo tuyo al cual te encantaba llamarlo tío, para hacerlo mayor que tu.
Tus palabras, después de ser alcalde y candidato a la presidencia, se hacen más preciadas ahora que no queda nadie para llevar la antorcha. Me confiaste lo difícil que era mantenerse con la cabeza fría, cuando las masas gritaban tu nombre y lo que había que luchar para mantener la honestidad en ese mundo regido por la corrupción, y la desunión. Quiero que sepas que dejaste una estela brillante a tu paso por este mundo, por tus obras, tu cariño y tu intelecto. Lograste la unidad de los grupos políticos progresistas y lo convertiste en la segunda fuerza del escenario de la época.
Hoy, en tu honor, escucho la samba “Tragos de Sombra” de Falú que tanto te gustaba y me hacías cantar cuando andábamos juntos por Lima, visitando amigos; esos que siempre tenían una habitación preparada para ti, en los tiempos en que no podías dormir en el mismo lugar para no ser aprendido. Recuerdo que se asomaban tus pijamas debajo de las bastas de los pantalones, siempre preparado para dormir donde cayera la noche, aunque fuera en una celda. Para todos nuestros hijos, pequeños, eras tío Alfonso. Y tú jugabas y te reías con ellos. Probablemente te hubiese gustado tener una familia, porque sabíamos que habías estado enamorado. Pero tu vida era muy errática y difícil para algo tan prosaico.
Se acerca tu onomástico, Alfonsito, como te llamaba yo. Ese que celebrabas, casi siempre invitando a alguien que no sabía que lo era, a compartir tu mesa. O de vez en cuando, participando en una serenata para otro amigo o amiga. La guitarra era nuestra compañera de aventuras en esos días. Y éramos un grupo donde todos se querían, se ayudaban y se respetaban.
Alfonso Barrantes y Mariví Pulido
No sé por dónde andarás ni qué haciendo. Puede que en grandes discusiones con mentes brillantes como la tuya. Participando en íntimas comidas donde las guitarras aparecen al final y empieza la jarana. Recorriendo esos otros mundos más avanzados que éste. En amorosa tertulia, porque eras muy tierno, con esa tía, que al perder a su hermana, se convirtió en madre tuya y a la cual adorabas.
Quizás visitando ese padre austero, abogado y juez en Cajamarca, que te dio la vida, pero no mucho afecto. Por tus palabras, supimos que estaba muy orgulloso de su hijo al final de sus días y hablabas de él con cariño.
La última vez que estuvimos en Lima, viniste a buscarnos al hotel para llevarnos a tomar el desayuno, tarde, en la casa que compartías con tu mamá, quien tenía ya más de ochenta años.
Una señora muy simpática, alegre y dicharachera que nos acompañó comiendo de todo lo que había en la mesa; tamales, chicharrones, queso fresco, pan, café… y al final, ¡una buena copa de pisco! ¡Qué maravilla de día! Pensar que te fuiste antes que ella…
Siempre te recordaremos, amigo
Todavía recuerdo como si fuera ayer tu última llamada al pasar por New York. Estábamos en invierno y me había dado la gripe. Te habías quedado en casa de un sobrino en New Jersey y me dijiste que estabas de paso a Cuba y deseabas verme, como siempre que pasabas por la ciudad. Ibas bastante a Cuba, y me contabas que era para chequeos de salud. Por alguna razón no pude entender que esta vez era algo urgente. Ni cuando me dijiste que tu sobrino te acercaría hasta Manhattan para que fuera más fácil para mí. Te envié besos y cariños y te dije que a la vuelta nos veríamos, pero, nunca volviste de Cuba. Te apagaste allí en unos pocos días… qué terrible fue para nosotros la noticia. Pasaste a despedirte y no acudí a la cita. Pero así eras, sin deseos de presionar a nadie ni llamar la atención a tu persona.
Desde mi ventana, aquí en Paris, confinados por segunda vez, contemplo las nubes y me pregunto cómo verías tú todo lo que está pasando en el mundo y sobre todo en el Perú.
Alfonso, amigo. Donde quiera que estés, te recordamos con cariño.
Alfonso Barrantes unió a la izquierda en el Perú.
*Alfonso Augusto Barrantes Lingán (San Miguel de Pallaques, 30 de noviembre de 1927-La Habana, 2 de diciembre de 2000) fue un abogado laboralista y político peruano de izquierda, apodado «Frejolito» por el emblema de su partido. Se le considera el primer alcalde socialista de Lima.
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