LA ESCUELA DE CAÍN: JUANA Y ANGELA
Melacio Castro Mendoza
Mi mamá, Juana Mendoza Novoa, una mujer andina del norte del Perú que nunca pudo visitar una escuela, siempre se preocupó por el que sus hijas e hijos aprendieran a leer y a escribir. Veía ella, en las letras y en los números, dos signos de progreso y de cultura. Caín, el pueblo en que mamá se asentó junto a mi papá, Víctor Castro Julca, supo de sus impulsos por ver surgir, mantener y desarrollar una escuela elemental, de la cual fui uno de sus alumnos.
Vivo, desde hace muchos años, en Alemania. Logré, desde aquí, gracias al aporte económico de algunas amistades, dar forma a la esperanza que abrigaba mi mamá: hacer construir un local recio en torno al cual ha ido creciendo, con una fortaleza capaz de soportar cataclismos, la escuela de Caín.
La noche del veinticuatro de diciembre del 2020 tuve un sueño, producto, al parecer, de andar pensando en la forma de tratar de ver cómo mejorar la calidad de la educación, no solo en la escuela de Caín. Sucedió que, en mi sueño, me vi guiando por los retorcidos senderos andinos a una mujer que, para muchos, ha llegado a ser una especie de mamá de Alemania: la canciller Angela Merkel. Para que no se cansara, me sugirió mi mamá, me sugirió poner un taxi a disposición de la canciller alemana. Los tres dentro del vehículo, el resplandor de los Andes, y su panorama, cambió por completo: el chofer del taxi empezó a desplazarse por una ciudad, al parecer la de Essen, buscando una estación de trenes.
—En el tren llegaremos ¡más rápido a Caín! —aseveró Angela Merkel.
«¿Por qué será que en Alemania siempre se anda con apuros?», me pregunté.
Cuando el taxista detuvo su vehículo en la parte posterior de la Estación Central de Trenes, Angela Merkel dijo:
—Doña Juanita, espéreme, junto a su hijo, un momentito: compro los pasajes para el tren que nos llevará a Caín, y regreso de inmediato. ¡Me va a alegrar mucho el que, una vez que deje de gobernar Alemania, pueda convertirme en la maestra de la escuela de Caín!
Ida la aún gobernante alemana, pensé: «Angela necesita de un guardaespaldas. “¡Corre; ¡no sea que los congresistas actuales del Perú, por el momento todos delincuentes, o con ganas de serlo, la asalten!”», gritó mi subconsciente. Me eché a correr detrás de ella, y en eso, desperté.
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