ANTES LAS MUJERES NO ACOMPAÑABAN EL SEPELIO
Foto Pis@diablo
De
niño, cuando vi un entierro de campesinos y al advertir que mujeres con llanto
desgarrador, “yupacundo” le llamaban a esta manera de llorar, y por ratos en
devoto silencio, con blancos sombreros de palma, portando coronas de blancas
flores de papel y cirios encendidos, acompañaban el sepelio; y, al comparar con
los de la ciudad en que ninguna mujer lo hacía, planteé mi interrogante a mi
abuelita Hercilia*, ella con la mayor naturalidad me dijo:
- “Esos” son del
campo, las damas de la ciudad no acompañamos al cadáver al cementerio, nos
quedamos en casa, en la sala doliente, elevando oraciones al cielo para que la
almita llegue a la diestra de Dios Padre, además, como habrás visto, el cura párroco
que preside la ceremonia, en cada esquina dice un responso en latín, y solo los
varones acompañan el cortejo.
No pregunté más, pero mi curiosidad aumentó, porque cuando murió un vecino
nuestro, vi que en dos noches de velorio, una comitiva de varones, cada uno con
una vela encendida, dirigida por el jefe de la casa, iba a la iglesia a invitar
al cura a que oficiara la vigilia. Un joven iluminaba la ruta con una linterna
de querosene. El cura los recibía en la parroquia, que ocupaba parte de la nave
izquierda del templo. Los estaba esperando, con indumentaria apropiada para el
servicio religioso, aceptaba la invitación y acompañado por el sacristán que
portaba el humeante y fragancioso incenciario en pendular movimiento para
mantener la brasa viva. Al llegar a la casa doliente, los esperaban las mujeres
que se hincaban con reverencia para recibirlos. El cura iniciaba la vigilia con
responsos en latín, el sacristán le respondía también en latín.
Pasaron
los años y los sepelios se realizaban de esa manera, y siempre en los entierros
de los campesinos, acompañaban varones y mujeres; pero, el año de mil
novecientos sesenta, en que había fallecido el padre de una asociada de la
Hermandad de la Virgen del Perpetuo Socorro, y en solidaridad las hermanas, con
estandarte a la vanguardia y nívea mantilla a la cabeza y rezos casi
inaudibles, acompañaron el cortejo, exponiéndose, claro está a la vindicta
pública. “Sotto voce”, las encumbradas damas de la ciudad comentaban el
irreverente gesto a las arraigadas costumbres católicas sanmiguelinas, sin embargo,
las demás damas de pueblo lo tomaron como buen ejemplo; y, desde ese momento la
mujer sanmiguelina, con blanca mantilla a la cabeza empezó a acompañar a los
sepelios, portando coronas de flores de diversos colores. En la actualidad,
siguen acompañando varones y mujeres, pero ellas ya no usan mantilla.
(*)
Tuve tres abuelas: Antonia Oliva, la mamá de mi papá; Bertila Quispe, la mamá
de mi mamá; y, Hercilia Cruzado, que crió a mi madre y le dio su apellido.
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