Una feria en San Miguel de
Cajamarca
Ricardo Ayllón
Cajamarca, junio 2010
Víctor Hugo Alvítez, Walter Lingán, Ricardo Ayllón, Antonio Goicochea, Guillermo Ruiz (Cajamarca), Jorge Medina y Elmer Rodas Cubas.
Colinas de Oro es el nombre de la empresa de combis que me
lleva de la histórica Cajamarca al distrito de San Miguel, capital de la
provincia del mismo nombre, y no hay forma de negar que la empresa no pudo
estar mejor bautizada: verdaderamente el horizonte en este viaje agreste pero
incomparable se viste de valles cuyas colinas refulgen por sus tonalidades
doradas, por campiñas que juegan entre el verde ambarino y un crema intenso
luchando por originar en el espectador la idea de que su color inicial fue el
oro.
Sin embargo, sé que el nombre de esta empresa
de transportes no va por el lado de los matices de la superficie cajamarquina,
sino más bien por lo que esta región lleva en su vientre: la riqueza aurífera
que aquí se explota incansablemente. Para llegar a San Miguel por esta ruta,
hay que pasar junto al vertiginoso asiento minero de Yanacocha, y uno no tarda
en pensar que el italiano Raimondi no hablaba de forma figurada al referirse al
mendigo sentado en un banco de oro, sino que lo hacía literalmente, maravillado
por las inagotables vetas que no cesan de aparecer en esta parte del país.
Pero yo no voy a San Miguel detrás de ninguna
cantera aurífera, sino en busca de un banco en el que he pretendido mantenerme
sentado casi toda la vida, el de la literatura: voy a presentar un par de
libros en una feria bibliográfica organizada con motivo de las Bodas de Oro del
colegio que lleva el mismo nombre del pueblo, a donde está llegando también el
narrador Walter Lingán, paisano de estas tierras que arriba desde Colonia, en
Alemania, junto a una delegación de escritores cajamarquinos.
Apenas desciendo de la combi, me recibe en la
misma plaza de San Miguel el poeta Víctor Hugo Alvítez, quien me brinda un
lugar en su casa y luego me anima a dar una vuelta por el pueblo. Otra vez en
la plaza, me pasa la voz Lingán (a quien conocí el año pasado) como si nos
hubiéramos visto un día antes, y, rápidamente, me cuenta que acaba de llegar de
Jaén invitado por el escritor Ulises Gamonal, mientras va presentándome a la
gran comitiva que lo acompaña compuesta por su madre, su hermana, su novia y la
bella familia de esta. Con algo de azoro saludo a todos y, sin perder más
tiempo, le pregunto a Lingán si está listo para cumplir con el programa que nos
espera. Pero él se limita a responder con una ironía dibujada en la sonrisa que
no logro entender.
Las horas pasan rápido (es un programa de
tres días en San Miguel) y entonces caigo en la cuenta de que aquella sonrisa era
justificada: nada se cumple como estaba planteado en el programa de fiestas por
las Bodas de Oro del colegio. Se trata del centro de estudios tradicional de la
provincia, y toda la población, junto al resto de distritos y caseríos del
lugar, se ha sumado a las celebraciones.
Tardes deportivas, kermeses, bailes
nocturnos, presentaciones de danzas y, principalmente, un emotivo reencuentro
de ex alumnos sanmiguelinos (llegados de todos los puntos del país) es lo que
casi se cumple a pie juntillas; pero nuestra feria de libros se ha postergado y
es todavía un día después del acordado cuando la inauguramos en las
instalaciones del colegio entre viandas de comida típica, camarillas de
ex-alumnos brindando con cerveza, un partido de fulbito entre profesores y el
acompañamiento musical de la banda de la Municipalidad de Cajamarca.
Ya hasta este momento ha terminado de llegar
el resto de escritores de la zona: los poetas Antonio Goicochea, Guillermo
Torres, Tito Pérez Quiroz, y el joven Elmer Rodas Cubas. No nos podemos quejar
de la atención, es de lo mejor. El profesor Mario Alvítez, en quien ha recaído
casi toda la responsabilidad de la organización, busca la mejor forma de
hacernos sentir en casa: no descuida nuestra alimentación, nos apoya en la
instalación de la gran pancarta para la feria, trae unas botellas de cerveza y
nos pregunta a cada momento si necesitamos “alguna cosa más”. Y lo que
necesitamos en verdad son compradores.
Distraídos en el resto de actividades, los
sanmiguelinos se acercan con gran recelo a nuestra enorme mesa de libros. Si no
fuera por el poeta Goicochea (tan conocido en San Miguel, quien recibe
incesantemente el saludo de sus paisanos) quizá nadie se interesaría en
nuestros títulos. De pronto surge una luz: el presidente de la APAFA del
colegio viene a nuestra mesa algo mareadito pero con gran entusiasmo y nos pide
que hagamos un paquete con todos los títulos que exponemos, pues serán
adquiridos con mucho gusto por su asociación. Esta noticia nos alegra y nos
tranquiliza: al menos el colegio San Miguel tendrá en su biblioteca parte de
nuestra producción.
Un día después, luego de un largo y exitoso
desfile de ex alumnos en la plaza de armas (bajo un candente pero hermoso sol
cajamarquino), se lleva a cabo la presentación de publicaciones en el auditorio
de la Municipalidad con presencia del alcalde, las reinas de belleza elegidas
para estos días de fiesta y algunas autoridades. Es el turno de hablar de
literatura, y lo hacemos con gran cariño, intentando inocular entre el público
el mismo interés y amor que los escritores les brindamos a los libros.
Hasta este momento, y en solo dos días, he
podido leer a toda velocidad las novelas que me tocaba comentar: El espanto enmudeció los sueños, de
Lingán, e Islita serrana, de Rodas
Cubas. Se trata de dos libros con contenidos diferentes pero con un denominador
común: sus autores son hijos del lugar. Y esto anima a los presentes; todos
escuchan con atención el argumento y virtudes técnicas de ambas historias, y se
alegran de tener como paisanos a creadores que saben alimentar el patrimonio
literario de su querida tierra.
Ya pronto llega la hora de dejar San Miguel
y, pese a los inconvenientes en el cumplimiento del programa oficial, parto
feliz de haber hecho nuevos e inolvidables amigos: los inmejorables hermanos y
hermanas de mi anfitrión Víctor Hugo Alvítez, un viejo bibliotecario jubilado
de la Municipalidad del Callao que, con espíritu juvenil se encuentra ahora al
frente de la biblioteca del Instituto Pedagógico de San Miguel, y la bella
familia de Lingán que no dudó en hacerme parte de su comitiva. En fin, dejo con
nostalgia la tierra del gran Alfonso Barrantes Lingán y del excelente poeta
Demetrio Quiroz Malca (cuyas casas natales funcionan ahora como restaurantes),
mientras silbo para mis adentros el ritmo de una pegajosa marinera que Víctor
Hugo Alvítez ha compuesto para su colegio.
Bibliotecarios de Chimbote junto a Octavio Lara Cruzado, bibliotecario ISP "Alfonso Barrantes Lingán"
Allá queda San Miguel de Pallaques, yo
retorno a Cajamarca dando tumbos por este camino de herradura acompañado de los
poetas Antonio Goicochea y Guillermo Torres. La tarde cae con nostalgia y se
posa en las paredes de los apacibles pueblos de Llapa y San Silvestre de
Cochán. Por aquí pasamos acometidos por un cansancio que nos hace soñar en las
aventuras que nos tiene guardadas la literatura, empresas difíciles pero
únicas, dignas de una novela cuyo empedernido autor se niega a encontrarle un
final.
Tomado de:
Ayllón, Ricardo. Viajar con libros. Fondo editorial de Nuevo Chimbote, 2017. Págs.
31 – 33.
Escritor - editor Ricardo Ayllón y Dr. Fernando Merino Moya de Universidad Nacional del Santa - Chimbote, entnces Jefe Oficna de Admisión UNS.
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