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sua gente, i suoi paesaggi, passato e presente.
Saturday, June 28, 2014
(San Miguel, Cajamarca, Perú)
La siguiente
reflexión es general, el contenido tiene significado personal para un caso
concreto, el pueblo de San Miguel, Cajamarca, Perú; por ello sugiero que cada
uno realice su propio viaje y se ubique en su pueblo, en su ciudad, que
reconstruya a su manera su “mundo de recuerdos”.
Para
algunos, especialmente los que viven en una urbe o una gran ciudad, y visitan
un pueblo pequeño, éste es aburrido, desprovisto de encantos, limitado, se
puede recorrer totalmente en unos minutos y luego hay que
regresar pues no existen las diversiones o perversiones de una gran
ciudad. Esta percepción es válida para quien busca solo saturarse con
sensaciones y emociones superficiales, que saturen al espíritu, aunque no
queden recuerdos significativos. Para los que nacieron y crecieron en una gran
ciudad, también ésta tiene sus encantos, pero en otra magnitud y formas
múltiples.
Para los que
nacieron y crecieron en un pueblo pequeño, la amplitud geográfica es
secundaria, lo que importa es la grandeza espiritual, moral, evocadora. Cuando
por circunstancias de la vida se debe vivir, trabajar, sufrir, gozar amar,
tener familia en una gran urbe, el retorno al pueblo natal es una ocasión para
la renovación total del espíritu.
El pueblo
siempre es pequeño, pero ahora se recorre o camina por sus calles con la mayor
lentitud posible tratando de captar con el recuerdo las imágenes de la niñez,
buscando en cada rostro conocido, cada rincón, cada puerta, cada ventana, cada
sonido, cada olor, cada ruido, y hasta el ladrido de un perro. Todo lo que se evoca
tiene algún significado.
Todos estos
eventos forman una especie de película que se proyecta en el escenario de
nuestro espíritu, la energía proviene de nuestro corazón, el tiempo de duración
de la película es tan largo como nuestra voluntad lo decida.
La gran
evocación general proviene de la vista del pueblo completo. El panorama
nos trae a la memoria toda la vida, todas las ocurrencias, todas las
experiencias.
Luego, los
detalles del pueblo, la plaza de armas, sus elementos icónicos como la
Iglesia, la escuela donde estudiamos, cada esquina, nos trasladan a situaciones
más concretas, más íntimas, más personales, más intensas.
El paisaje
alrededor del pueblo es parte de la huella inmaterial del recuerdo. Nadie vivió
solamente entre las calles, todos salieron a disfrutar el paisaje y cuando éste
es rico en emociones imágenes, aromas, mayor es la posibilidad de tener en
la memoria un caudal inagotable de sensaciones agradables.
Correr por
los campos verdes cuando los maizales están en pleno proceso maduración, cuando
las flores que abundan en el mes de mayo convierten la tierra en un gigantesco
lienzo que no podría representarlo con fidelidad ni el más eximio artista.
Llenar la vista y los demás sentidos y el espíritu de color, sonidos de la
naturaleza, aromas, sol, lluvia, barro; es en cierto modo, conocer un anticipo
del cielo, y por eso es otra actividad grata que se repite también cuando
se regresa.
Ya no
está la misma gente, los amigos o compañeros de travesuras, tal vez hasta
haya desparecido algún camino o lugar secreto para aventuras infantiles, pero
la mente tiene el poder mágico de traerlos a la vida o reconstruir nuestros
“lugares o escondites mágicos”.
Luego, antes
de volver, una última mirada para reforzar los recuerdos, como si se guardara
nuevamente los juguetes favoritos en la caja hasta la siguiente oportunidad, como
ordenando el universo de recuerdos. Como decir “hasta luego” al mundo que
dejamos atrás, pero que mantenemos en la memoria, y solo necesitamos el retorno
para mejorar algunos detalles en el recuerdo.
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