CAPULÍ, VALLEJO Y
SU TIERRA
Construcción y
forja de la utopía andina
2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES
MARZO, MES DEL
AGUA, DE LA MUJER,
LA POESÍA, EL
TEATRO Y EL NACIMIENTO
DEL POETA
UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO
11 DE MARZO
HIMNO ES VOLVER
FOLIOS DE LA UTOPÍA
EL ALMA DE
LA CASA
Danilo Sánchez
Lihón
Dios ama la luz
de las lamparitas
de los hombres
más que sus
grandes estrellas.
Tagore
1. Que tú llegues
Cuando se vuelve a
la casa de la infancia después de mucho tiempo de haberla dejado se siente que
ella gime con llanto conmovido.
Llora de sí misma,
de saber cuánto ha esperado extrañando noche y día. De reconocer ¡cuánto ha
sufrido!
Porque siente que
este es un día que justifica tanto abandono. Porque nunca olvidó el día que te
fuiste.
Siente que con el
regreso se completa el círculo con el día que te fuiste y que nunca olvida
porque desde entonces ha permanecido insomne y desvelada.
¡Gracias a Dios
que tú has regresado!
Que este día lo
compensa todo y explica entonces que ahora ella esté alegre y se enternezca.
Justifica que se queje. ¡Has demorado tanto en volver después de la despedida,
y cuando ella quedó afligida!
Sosteniéndose en
pie y sin dejarse derrumbar hasta ahora ni por las tempestades ni por los
vientos huracanados que aúllan y azotan desolados.
Pero más por los
recuerdos y la nostalgia que socavan más que el techo el cimiento y estrujan el
alma, esperando que tú llegues.
2. La mirada con
que nos acogen
La casa es la
madre que todo lo sabe o lo presiente, solo con la mirada. De allí que sus
aleros y muros se tuerzan e inclinen.
De allí que se
cubran de huellas, cicatrices y agujeros. Y de hierbajos que brotan en las
rendijas, como entre las piedras o en el resquicio que queda entre baldosa y
baldosa.
Somos hijos de las
casas igual que de una tierra. Y tanto como de nuestros padres biológicos, nos
amamantamos de lo que una casa nos brinda y prodiga.
Las casas son
nodrizas, ángeles guardianes que van detrás de nuestros pasos. Son las que nos
crían, nos protegen, nos cobijan y defienden de los hechizos.
Saben de nuestros
sueños, como de los pequeños temores y grandes anhelos que llevamos incrustados
en el alma.
Las casas cuando
volvemos la mirada con que nos acogen siempre es enamorada y gloriosa. Y nos
encuentran sutiles, refinados, distinguidos.
3. Y también llorado
He aquí por
ejemplo cómo te mira y está orgullosa de ti. Y piensa en silencio: Has
regresado más hombre, más fuerte, más erguido.
Has regresado
sabio, íntegro y generoso. Has regresado límpido, transparente y egregio.
– ¡Es él! ¡Es él
que ha vuelto! –Dice, musitando y sollozando en silencio con las dos manos se
cubre la cara.
Y se dice a sí
misma: ¡Pero se ve también que él ha sufrido, tal vez extrañando todo lo que
aquí se dejó y quedara!
Porque ahora tocas
reverente la grada y posas tu mano en la piedra del pozo. Porque ahora pones
tus dos palmas en el estoque y hundes tu frente hacia el muro y oras.
– ¡Lo veo un poco
envejecido pero también vasto y frondoso! –Se dice asimismo.
– Él ha crecido en
todo. ¡Sin duda ha extrañado tanto! Pero ahora se lo siente hondo, vasto e
inmenso, aunque un poco callado.
¡Cuando de niño
era un castañuelas que todo lo alborotaba!, por el patio, el corredor y
entrando por todos los rincones de los cuartos.
¿Qué sitio no
guarda el recuerdo de su presencia por donde ha jugado, reído y también
llorado?
4. Sombras y
claridades
Pero, ¡cuánto
mundo ha recorrido! ¡Cuántos caminos bajo sus pies fugitivos!
Cuántos días
luminosos y otros inciertos por este y otro sendero. ¡Cuántos días anubarrados
y sombríos no habrá vivido! ¡Cuántas noches de angustia y de agonía! ¡Y otros
días radiantes de triunfos, tal como es la vida!
Algunas casas
sollozan porque piensan que hemos regresado no a quedarnos sino a despedirnos.
Pero aun así hemos
venido, hemos vuelto. ¡Estamos de regreso y aquí no importa si es como sombras
titubeantes!
Porque ya no
resistían en la espera, creían que no íbamos a llegar a tiempo para
encontrarlas todavía de pie, y vernos a la cara entrar por sus portones y
zaguanes, acto elemental y simple pero también sagrado.
Y es que ya no
podían con tanta lluvia, con tanto silencio y tanto cierzo; con tanta luna
extasiada bogando en el cielo que dejan descubierto la bóveda caída, y las
tejas que se han roto por los vendavales.
Pero hemos vuelto
y las casas se esconden a llorar cuando nos ven entrar, y miramos con ojos
humedecidos cada rincón reviviendo cada instante de nuestra vida ocurrida entre
estas sombras y claridades.
5. La faz y
el alma
Esta de aquí era
la cocina, más allá el patio. Aquí dormíamos.
Y rebuscas entre
los despojos una huella. Allí aparece un madero. Es de la escalera en la cual
te empinabas para ver la fiesta y el baile de la comparsa en la calle.
El despliegue del
desfile, el paseo del Ño Carnavalón, el paso del inter del patrón Santiago,
entre arcos y guirnaldas de flores.
Ahora te paseas
callado por sus habitaciones pasmadas.
Abres una puerta y
te quedas contemplando la luz del alba en la claraboya. Ya nadie vive aquí. Y
tú, ¡cuánto has cambiado!
Se tamiza por las
ventanas el amanecer igual que cuando aquí vivíamos y despertábamos todos de
madrugada, indiferentes al misterio que atraviesa a la vida y al mundo.
Pero tú ya no eres
el niño de entonces. Amarguras atroces y viejas te han estrujado la faz y el
alma.
6. Imágenes
hundidas
Pero aquí está
ella otra vez ofreciéndote su pared compasiva, la misma que escuchó de niño tus
anhelos, tus agobios; que ha sido testigo en la habitación solitaria de tus
largas convalecencias oyendo los ruidos lejanos y los pasos apurados de la
gente.
Y ahora todavía
está aquí temblando y pendiente de lo que tú digas.
Pero apenas
modulas una voz te sale un quejido.
Y sollozas
encogido con las manos cubriendo tu rostro, porque has recordado la sombra de
cada uno quienes estuvieron contigo a esa hora. Y a tu padre enterrado ya en el
cementerio.
Hay casas que no
resisten esperar tanto. Y mueren antes de que tú hayas llegado. O mucho antes
que hayas podido embarcarte.
Mientras tú
veraneabas en algún país extranjero y lejano, o en cualquier playa lejana y en
una ribera exótica.
O jugabas a la
ruleta en cualquier casino o casa de juego.
Pero ahora visitas
el sitio más importante en tu vida, cual es en donde fuiste niño, aunque hayas
llegado tarde y camines sobre maderos rotos y restos de imágenes hundidas.
7. La hora en
que tú vuelvas
Porque en esa
calma arrebolada es cuando más se desmoronan los adobes y se sueltan carrizos y
magueyes.
Y se hace polvillo
y ceniza aquello que fue y se ha vivido.
Porque aquí se
extraña todo, que es una ley de la vida.
Porque era nítida
y confiada nuestra voz cuando éramos Infantes. Y le dolía pensar que tal vez
ahora tu voz esté apagada, triste y compungida.
Pero tu voz aunque
quebrada mantiene el timbre que lo hace firme.
Solo que la lluvia
y las goteras de la casa han ido cada año erosionando estos muros, dejando caer
una teja primero, pedazos de adobes después, una ventana que yace en el suelo
con todas las ilusiones, promesas y hasta serenatas que se deslizaron por sus
rejillas.
Quizá por eso la
casa siente que ahora puede morir en paz. Y está gozosa y de fiesta porque
hayas vuelto. Y ahora sí justifica morir. Por eso te mira con ternura infinita,
de pies a cabeza. Y siente que no esperó en vano.
Pero ya no te
responde el alma de la casa. Está yerta. Sólo esperó todo este tiempo la hora
en que tú vuelvas.
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