CANARIOS Y
LATINOAMERICANOS
DE TIERRA
ADENTRO
Melacio Castro
Escritor Melacio Castro Mendoza de origen sanmiguelino-sangregoriano exponiendo en Islas Canarias
En mi novela “El Hombre de Rupak Tanta”,
Pureq Kañiwa, el personaje central, incómodo para el gobierno de su país, deja
éste y atraviesa siete puertas. Guiado por sus aliados, el sapo “cancionero”,
la sabia anaconda y la luna que al final se convierte en mujer, su fiel amada,
sorpresivamente llega a Essen, una ciudad alemana. Los pormenores de la
historia despertaron la curiosidad de un escritor de una de las islas canarias,
Juan Carlos de Sancho, natural de Las Palmas de Gran Canaria. Asumí sus
intereses y su curiosidad y acompañado de mi esposa Annette Seyfarth, el 13 de
enero del 2016 llegué a Las Palmas. Desde el aire, vía Cóndor, nombre de la
empresa de aviación alemana similar al ave sobre cuyos lomos Pureq Kañiwa en
algún momento asciende al Mundo de Arriba, poco antes del aterrizaje divisé las
siete islas –una rara coincidencia con el número de puertas y sus ambientes que
se describen en “El Hombre de Rupak Tanta”.
La noche del 13 de enero me esperó un simpático y
nutrido público en el auditorio de la Casa Museo Benito Pérez-Galdós.
Después de mi exposición del contexto en que se desarrolla mi novela, surgieron
las interrogantes fundamentales y básicas con las que los días siguientes me vi
confrontado con el público de la calle: ¿Cómo vivían los indígenas del Perú
antes de la llegada de los conquistadores españoles? ¿Los metales más valiosos
como el oro y la plata, les pertenecen ya a los indígenas? ¿Cuál es la política
cultural y educativa del Estado peruano? ¿Sabía usted que los canarios,
aunque europeos, nos sentimos por dentro más latinoamericanos que españoles?
No deseo competir, si así pude decirse, con ningún
sentimiento antiespañol. Sin embargo, deseo afirmar que si uno recurre a la
historia, los hechos son innegables: las Islas Canarias sirvieron de
experimento colonialista al reinado, a la nobleza y al clero españoles de
entonces para practicar más de lo mismo contra las sociedades, la cultura y los
Estados del otro lado del Atlántico. Los perros canarios, tan gigantescos que
parecen familia de los leones, fueron amaestrados por los conquistadores de tal
manera que asumieron parte del trabajo sucio de los hombres de la cruz y de la
espada, convirtiendo a los indígenas rebeldes en bocados disputados. El pánico
histórico ante la destrucción física o moral indígena de allá o de aquí es una
de las bases emocionales que nos hermanan a canarios y latinoamericanos y
seguramente a los españoles anticolonialistas. A unos y a otros la “cultura del
toro” nos espanta y, por supuesto, la rechazamos. Juan Carlos de Sancho en su Diccionario
del Mono Leído explica el por qué: “Toro –escribió él-: Animal inventado
preferentemente por los españoles para preservar su pasado tenebroso e
inquisidor”.
Melacio Castro y Juan Carlos De Sancho (Isla Canarias)
Lo que nos da un gran parecido y hermana, a
latinoamericanos “de abajo” y canarios, son ciertas costumbres no precisamente
desprendidas de una filosofía abstracta sino más bien de una moral práctica:
saludar y compartir con los extraños lo que material o moralmente tenemos. Esto
se demostró en un primer paseo que hice por el barrio de San Francisco en
Telde, al encontrarme con la señora María Dolores y su esposo, el señor
Antonio Santana Rivero. Antes, en el barranco de Telde, acababa de ser
confrontado, gracias a la guía de Juan Carlos de Sancho y su compañera Magda
Medina, con la presencia de siete puertas, sostenes de un gran puente. En una
calle del barrio de San Francisco me encontré con un majestuoso laurel de
indias –en verdad debería llamarse laurel de América- digno de ser abrazado y
besado. Al alejarme de él agradecido de su existencia, encontré a aquella
pareja descargando de su camioneta parte de su cosecha frutal. “Se les agradece
la bienvenida”, les dije, sorprendido de verlos caminar un tanto hacia mí. Lo
cierto es que ambos caminaban hacia la puerta de su casa. Mi forma de
abordarlos fue una razón suficiente para terminar arrastrados mi esposa y mis acompañantes
a compartir con ellos casa, fruta y amistad.
A partir de esta experiencia, Gran Canaria se
convirtió tanto en las plazas como en las playas, en los llanos y aún en las
cafeterías y restaurantes que visité, en una especie de casa mía. El
diario “Canarias7” (otra familiaridad casual con el número de las
puertas que describo en mi novela “El Hombre de Rupak Tanta”) publicó
una fotografía mía, dando cuenta de mi intervención en la Casa Museo Benito
Pérez-Galdós, e increíble: en uno u otro lugar de la isla fui identificado
por muchos canarias y canarios, dispuestos a raptarme para fotografiarse
conmigo o para incluso invitarme a tomarme un café con ellos. Con parecidas
tentaciones, los escritores María Jesús Alvarado y Juan Ramón Tramunt nos
invitaron a Agüimes, un hermoso y cuidado pueblo en donde Gran Canaria ofrece
una cátedra compacta: sus calles resuman a teatro, poesía, danzas y costumbres
ancestrales capaces de atar a cualquier amante de la cultura a su suelo, tan
bello e imponente como el más allá y el más acá de la isla.
En Las Palmas, la oferta cultural es, asimismo,
multifacética. En su Museo Canario encontré una muestra bien documentada
de la historia de Gran Canaria. Una de sus interrogantes expuesta fue: ¿Cuál es
el sentido de los colores negro, blanco y rojo, tan utilizados por los antiguos
canarios? Quizás la cultura peruana Cashamarca (Cajamarca), lugar
geográfico del cual se desprenden mis orígenes, ofrezca una posible respuesta.
Según mis mayores, esta sería:
1.- El color negro representa la noche que nos
permite recobrar las energías invertidas durante nuestras diarias labores,
2.- El color blanco representa el día entendido
como una oportunidad y un desafío de realización humana
3.- El color rojo representa el fuego hecho sol y energía.
Entre la población indígena cajamarquina, cuando
una persona contrae alguna enfermedad suele ser curada dándole a beber la leche
de un animal negro –una burra, una oveja o una cabra-, producto vitamínico
blanco que, se cree, contiene a su vez el color negro, y aun el rojo.
La tarde del 19 de enero nos sorprendió ante los
acantilados del lugar denominado El dedo de Dios.
- ¡Qué bello
acercamiento de la oscuridad esta puesta de sol, allá el horizonte, míralo y
gózalo; incluso nuestro volcán El Teide te ofrece como despedida su grandiosa
presencia! –opinó Juan Carlos de Sancho.
- Lo que está viendo, mi hermano -repliqué- no es
la llegada de la oscuridad ni tampoco nuestra despedida, sino una imponente
mezcla de los colores negro, rojo y blanco que se deja traducir a nuestro
singular idioma castellano como una carta de invitación a volver a tus tierras
canarias.
Regreso a mi lugar de residencia con la necesidad
de algún día poder ser recíproco con el derroche de bondad de la gente de esta
isla y de rendimiento de culto al paisaje canario. ¿Volver? Que el tiempo lo
diga y permita.
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