MI VUELTO, CARAJO, MI VUELTO
Autor: Melacio Castro Mendoza (Perú/Alemania)*
De no haber sido yo mismo, señoras y señores, a quien
le sucedió lo que les voy a contar, diría que cuando la gente habla sobre lo
que me sucedió, miente. Vean ustedes, resulta que como chofer del microbús que
suelo arrendar a una empresa para ofrecer mis servicios turísticos a Kuélap, un
fenomenal testimonio arqueológico que nadie sabe si fue una fortaleza o un
centro de culto de los viejos Chachapoyas, quedé casi mudo al ver subir a mi
vehículo a un burro, una borrega y un perro. A punto de echar del vehículo al
raro trío, me frené. Campantes, tomaron asiento entre las gringas y los
gringos, gente a quienes por el color azul o verde de sus ojos, y por su piel
blanca, nosotros llamamos los Mushos.
Al frenar mis intenciones de echarlos, me
dije: «José Llaja Soplín, cálmate: el burrito pardo, la borreguita blanca
y el perrito chusco color vino, son los únicos peruanos que van a prestarte
compañía en el microbús. ¡Ellos son la peruanidad junto
a la extranjería de los Mushos!». Cediendo, pues, a mis ganas de
echarlos, me puse al mando del timón y de los pedales de mi alquilado microbús:
mi único instrumento de trabajo. Resulta, señoras y señores, que fuera ya de la
ciudad de Chachapoyas, a la altura de Maino, a unos 2850 metros de altura, el
burro alzó la voz, y me mandó a parar.
—¡Bajo, bajo! —dijo. —Agregó, luego:—Tome, señor,
el valor de mi pasaje. ¡Cóbrese, cóbrese, señor!
Burrito caballero, buen peruano él,
me entregó un billete de diez soles. Con gusto, le devolví su vuelto. Lleno de
simpatías por su amabilidad, pensé: «Burrito que paga y no debe a nadie,
es, y será en mi microbús, burrito siempre bienvenido. ¡Que siempre se deje
ver! Noble animal, cuando presta sus servicios a la gente acarreando
cargamentos por caminos y trechos que a veces disputa a los camiones, suele ser
amenazado por estos. ¿Cómo negar que hay choferes
brutos? ¡Unos atropellan y matan hasta a las piedras! Aún así, el
burrito nunca se achica!».
Después de que mi burrrito pasajero bajara a la altura
de Maino, continué venciendo curvas, hacia Kuélap. En Nuevo Tingo la borrega me
mandó parar. Nuevo Tingo, señoras y señores, es un lugar cuyos pobladores pueden
atestiguar cien y mil veces de que después de una de las catástrofes naturales
que acabó destruyendo partes esenciales de su pueblo, ningún político del Perú
se aprestó a ayudar a ninguna de las víctimas pobres, y menos, a reponer sus
bienes.
Obediente a la borrega, detuve mi microbús, y vean
ustedes: ¡el animal se echó a correr!... «Borrega¡pícara!»,
pensé.
La súbita rabia que me provocó, me hizo maldecirla. ¿Que
decirle a los Mushos? Avergonzado por la pícara conducta del lanudo
animal, pensé: «La borrega se parece a los demagogos que nos gobiernan en
Lima y en provincias. De bondadosa y pacífica apariencia, ¡se las sabe todas!
Con la cabeza baja, debe sentirse bien por haberme sacado la vuelta. Cuando
vuelva a verme, de pura vergüenza, no sabrá dónde esconderse. Espejo vivo de
nuestros gobernantes: poseída por un sentimiento de deuda, poniendo cara de
inocente, me rehuirá».
¿Paz y bondad borreguil? ¡Que lo crean los
ingenuos! Con un sabor amargo en mi boca, aunque riendo, seguí adelante.
En Longuita, a 3225 metros de altura, el perro, el último ejemplar de
peruanidad junto a los mushos, ladró: «¡bajo, señor,
bajo!». «Aja», pensé, «este rabudo se me hace ser muy amigo de la
borrega: tiene que pagarme él su pasaje, y el pasaje que no me pagó ella». En
estado de alerta, recibí su billete de diez soles y, completo, me lo
guardé.
¡Qué animal! Gruñó y reclamó: «¡Mi
vuelto!».
Yo, señoras y señores, deseoso de acercar a mis
pasajeros Mushos a Kuélap, mi bello y último objetivo
turístico, ignoré sus reclamos. Reinicié mi viaje a todo pedal. ¿Por qué
tendría que haberle devuelto un centavo al íntimo amigo de alguien que usó mis
servicios y huyó sin pagarme? Desde entonces, cada vez que me desplazo a
Kuélap, no hay perro que por los pueblos y carreteras lejanos, no siga detrás
de mi microbús, reclamándome con sus ladridos: «¡Mi vuelto, carajo, gua,
guau; mi vuelto!».
(*) Melacio
Castro Mendoza, nació en Caín, un caserío de la costa norte del Perú. De
orígenes sangregorianos–sanmiguelinos-cajamarquinos, es representante de
APESAM (Asociación Provincial de Escritores de San Miguel) en
Alemania. Estudió Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional de
Trujillo (UNT), Perú), y también en la Universidad de Duisburg y Essen (UDE),
Alemania. Es autor de las novelas publicadas en España: El hombre de
Rupak Tanta, Las buenas intenciones y La última
marinera. En verso ha escrito los poemarios: Malú tierra adentro y
tierra afuera, y Batallas y sueños de Uchku Pedro. A
mediados del 2019 otro poemario suyo saldrá a la luz en Miami, Estaods Unidos
de América.
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