ALFONSO BARRANTES LINGÁN,
ESE EXTRAÑO ANIMAL POLÍTICO QUE CONOCÍ
Un día como hoy, 30 de noviembre de 1927, nació Alfonso Barrantes
Lingán, el popular "Frejolito" y la revista cajamarquina
"Identidad" publicó está nota en su último número de
octubre/noviembre 2017.
Revista cajamarquina: Identidad / 2017, dirigida por Ybrahim Luna
De sopetón, entré corriendo al taller donde papá
hablaba con un señor vestído de terno oscuro. “Saluda, muchacho malcriado, es
tu tío Frejolito”. Tendría unos nueve o diez años esa primera vez que vi a
Alfonso Barrantes Lingán en San Miguel de Pallaques donde nació un 30 de
noviembre de 1927. Después en Lima, fue habitual su presencia en casa.
Saboreando cuyes y papas, regado con aguardiente de Jancos, se extendían en
largas conversas políticas. Yo sólo escuchaba. Más tarde, en Colonia, recién
empezamos a tratar los temas de la Izquierda Unida (IU) y las cosas que pasaban
en Perú.
Solidario con su maestro Alejandro Medina solicitó
al alcaide, junto a otros muchachos, ingresar a la cárcel para hacerle
compañía. Ese fue el anuncio de que en la lucha política pisaría varias veces
la cárcel. Apoyando al tío Augusto Lingán distribuía clandestinamente La
Tribuna. Siendo colegial se inscribió en el partido aprista y en 1945 participó
en la fundación del Frente Nacional. De esta manera se redobló su actividad
política y con el movimiento “los auténticos” reclamaban el ejercicio
democrático dentro de las filas del partido.
Después de la experiencia de la Unidad Democrática
Popular, en 1980 se funda la Izquierda Unida (IU) que lo llevó a convertirse en
1983 en el exitoso primer alcalde socialista de Lima y en 1985 en el candidato
presidencial más votado que tuvo la izquierda. Desde 1982 hasta poco antes de
su muerte mi casa en Colonia se convirtió en lugar obligado en cada viaje a
Europa. Algunas veces vino acompañado de alcaldes distritales y provinciales
que buscaban la financiación de diversos proyectos. En 1984 lo ingresamos en la
Clínica Universitaria de Wuppertal para tratarlo de una litiasis renal, las
famosas “piedras en mi camino”, como decía. En un viaje a Bonn al ver el
letrero de Ausfahrt (Exit/Desvío) dijo “esa ciudad Ausfahrt debe ser muy
importante porque tiene muchas entradas”.
En Colonia, sentados en un bar frente al Rhein, me
hablaba de las dificultades de lidiar con toda laya de maoístas, trotskistas y
oportunistas que se subieron al carro del parlamentarismo. Lo complicado que
era dar de comer en un solo plato a toda esa gama de perros, gatos y pericotes
celosos, ególatras, ambiciosos y caudillistas. Toda aquella izquierda
(des)unida para el mitin que jamás será vencida, del desborde popular, en la
que ahora casi nadie cree y sigue enfrascada en broncas, enredos y roturas
incontables. Tras la experiencia de su Izquierda Socialista en las elecciones
de 1990, al conocer los resultados, el tío Frejolito expresó que “había sido
flagelado por la historia”. En 1992, al ser acusado por Fujimori como
“embajador del terror en Europa”, lo llamé para pedirle consejo, con esa chispa
conocida, “te asustó el chinito”, contestó. “A ver sobrina, plánchame esta
camisa”, le pidió, en una oportunidad, a una exnovia, una alemana
militantemente feminista. Lo manera coqueta con que lo dijo doblegó a la
orgullosa fémina. “Lo hago por respeto, porque es tu tío, pero sólo por esta
vez”, me dijo.
En Bonn. 1984
Cuando era dirigente barrial en Collique,
denunciamos los negociados del comandante Reátegui, jefe de SINAMOS. Apoyándose
en dirigentes apristas hacía firmar contratos para realizar pistas, veredas,
instalaciones de agua y desagüe y electrificación con empresas que no existían.
Hacía trabajar a los soldados usando maquinaria del ejército. En una asamblea
pública nos amenazó de muerte a los opositores y organizó redadas, amparado en
su cargo, para encarcelarnos acusándonos de ser miembro de “nocivas ideologías
extranjerizantes”. Incluso se me enjuició en el fuero militar. En esa
oportunidad el tío Frejolito aconsejó que “pasara a la clandestinidad” hasta
que se encuentre una solución. Después de algunas semanas en su “escarabajo”
azul-celeste taca-taca me llevó a las dependencias del tribunal militar. A su
paso por los pasillos los soldados y abogados/jueces/militares lo saludaban con
reverencia y yo iba asustado. “Estamos para servirlo, doctor Barrantes”, le
dijo el juez militar en su lujosa oficina. Le explicó brevemente mi caso y en
pocos minutos salimos con un documento que me exculpaba de todo “cargo
subversivo”. Lo malo fue que la novia me dejó por otro. “Es el precio que se
paga por el activismo político”, me dijo Alfonso.
Con mi hijo Sayri Lingán
En el apartamento de Colonia con mis hijos Anja y
Sayri charlaban muy animados, ellos en alemán y él en español. Sayri le
mostraba sus libros de cuentos infantiles y el tío Frejolito mirando los
dibujos iba inventando cualquier historia. Tenía mucha paciencia para tratar
con los niños y los jóvenes. Le gustaba coleccionar ceniceros y de cada bar
salía con uno en el bolsillo. En Düsseldorf, en casa del poeta Leopoldo
Chariarse, contó que la gente lo sacaba a bailar y no sabía, por lo que me
pidió que le enseñara los pasos básicos del huayno. Esa noche le propuso a
Julio Ramón Ribeyro ser ministro de educación en un posible gobierno de IU.
“Tengo miedo que ganemos las elecciones. No estamos unidos, somos una olla de
grillos. El veleidoso de Javier Diez Canseco no es confiable, tampoco el
belicoso de Jorge Hurtado/Ludovico. El único que tendría que estar en un
gobierno de izquierda es Alberto Moreno”.
ABL y Julio Ramón Ribeyro en casa del poeta peruano Leopoldo Chariarse. (Düsseldorf, 1984)
Desde Cuba recibía anualmente una caja con media
docena de botellas de ron que le enviaba su amigo Fidel Castro. A Erich
Honecker, dirigente de la ex República Democrática Alemana, le unía también una
amistad especial, así como a Nicolae Ceauşescu, expresidente de Rumanía.
Bastaba una llamada para conseguir una beca o una visa para uno de los países
de la órbita del “socialismo real”. Nunca le pedí nada para mí ni para mis
familiares. En cambio sé de mucha gente que lo perseguía solicitándole los
apoye con “una bequita” por su “desempeño voluntario y desinteresado” en la IU.
Pero en Surco mandaba su pata del alma Reynaldo “El Panzón” Quispe, quien
ladrillo a ladrillo construyó la casa.
En unos de mis viajes a Lima lo invité a mi
exbarrio, a Comas. Arnulfo Medina, en ese entonces alcalde de IU, ordenó
limpiar el local a fondo para recibir al compañero alcalde de Lima. Desde Surco
hasta Comas fue una procesión eterna en el combativo “escarabajo” azul-celeste
taca-taca. El tío Frejolito era detenido en cada esquina, hombres y mujeres le
saludaban, le agradecían y admiraban al mejor alcalde, al querido e inolvidable
Frejolito, también al doctor Barrantes, al pisadiablo que predicaba honradez en
el estercolero de la criollísima política. “En la izquierda podemos
equivocarnos, pero nunca meteremos las uñas” fue su divisa.
Al escritor Alfredo Bryce Echenique le contó las
razones porque los peruanos iban a recordarlo siempre. “Primero, porque creé el
vaso de leche para los niños, y recuerda que los niños no votan. Segundo, por
este “escarabajo” celeste, más viejo que Matusalén. Y tercero, porque fui
enamorado de Paloma San Basilio, a la gente le encanta saber que su alcalde
también tiene su corazoncito”. En Lima se movilizaba sin protección a pesar de
que unos oficiales de la polícía le dijeron “un hombre como usted no puede
andar así por Lima”.
Alfonso Barrantes Lingán, el famoso tío Frejolito,
murió en La Habana el 2 de diciembre del 2000 y el pueblo peruano sigue
recordando a ese extraño animal político.
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