Cuento: "MARIPOSAS NEGRAS". Autor: Jorge Adolfo Ramírez Quiroz
II Parte
SAN MIGUEL: Fotoarte Pis@diablo
Evidentemente, Serafín leyendo la segunda misiva
tuvo un extraño comportamiento, muy inusual para su madre que lo conocía muy
bien, creando en ella una inseguridad y
preocupación manifiesta.
A partir de ese instante, Serafín, estuvo en la
mira de mamá Concepción, quien la
interrogaba a cada momento del día.
Serafín a medida que pasaba el tiempo, se había
exilado voluntariamente en su dormitorio, dando claras muestras de una sospecha
real y que algo encubría a los ojos de su madre, solamente se presentaba en la
mesa del comedor la hora de los alimentos y pasando desapercibido, porque no se
comunicaba con nadie. Atrás quedaron las largas pláticas con su madre o con sus
demás hermanos menores, volviendo luego del almuerzo o la cena a su reclusión
voluntaria.
El, hacía creer que estaba estudiando por la
proximidad de los exámenes finales del colegio.
Serafín agobiado por el acoso de su madre que no lo
dejaba vivir en paz, decidió salir de su escondite voluntario.
El rostro que le puso a su madre esa mañana
friolenta, fue de un semblante patrañero, hipócrita, poco creíble, avisando de
modo inesperado, que el postillón había dejado carta para Valentina, que nadie había
visto solamente él.
El mismo, se encargó de leer la misiva ese
instante, creando un falso clima de espontaneidad y bienestar. Anunciaba en la
lectura de la falsa carta, que Dante y Daniel llegarían de vacaciones, el fin
de semana próximo con sus respectivas esposas e hijos, a San Miguel de
Pallaques.
Valentina se sorprendió y emocionó hasta las
lágrimas, lloró ese instante. Desde ese momento
empezó a contar los pocos días que faltaban, para poder ver a sus hijos.
Con mucha ilusión y felicidad, esperó ansiosa ese lindo fin de semana.
- Por fin voy a conocer a mis nietos, -dijo feliz.
Le daba mucha alegría y se ilusionaba pensando:
¿Cómo serán mis nietos?, ¿Se parecerán a mí?- Decía, y ese instante se disponía
sonriente, o tal vez se parecerán a
su madre.
Estaba anhelante y feliz que pronto toquen tierras
sanmiguelinas para poder acariciarlos, y enseñarles buenos modales, como lo
había hecho con sus herederos cuando aún eran pequeños.
-¿Por qué no mostrarles los viejos juguetes con los
que habían jugado sus hijos cuando fueron críos? – Pensó, queriendo expresar a
sus nietos lo siguiente:
- Miren mis niños, con estos juguetes jugaron sus
papás cuando fueron pequeños; pero ahora todo esto es de ustedes.
El día que lleguen pensaba sacarlos de paseo por el
pueblo bien futres, para que todos los paisanos los conozcan y, cuando
pregunten.
- ¿Valentina son tus nietos? -Contestarles
orgullosa – ¡Son mis nietos señora!, o ¡Son mis nietos señor!, o también diría
son mis nietos joven.
Esa misma gente observándolos detenidamente,
expresarían asombrados lo siguiente:
-¿Pero si son igualitos a la abuela? Entonces,
feliz y presuntuosa seguiría caminando por las calles de la ciudad de San
Miguel de Pallaques.
Valentina, desde ese instante se sintió muy
orgullosa de sus hijos, de inmediato dejó de lado el resentimiento y el tiempo
transcurrido de sufrimiento y olvido, tal vez cavilando expresaría:
– Naturalmente, si no han regresado por mí es por
los estudios, que les habría quitaba el tiempo. Al instante pensó en abrazar y
perdonar a sus hijos por la tardanza, cuando lleguen de regreso al pueblo por
ella. Valentina desde ese instante, acelerada empezó el arreglo de su casa que
era humilde, con nulas comodidades.
Su morada contaba con una sola habitación, era
amplia, espaciosa, poco iluminada, pues allí estaba toda la casa completa. El
comedor, por cierto, sin mesa ni sillas para sentarse, solamente había unos
tronquitos de madera aliso, para descansar con mucha incomodidad. El
dormitorio, con una sola cama de horcones de madera, del mismo árbol que de los
tronquitos para sentarse en el comedor, la cocina, que como medio de combustión
utilizaba leña húmeda del invierno serrano, humeaba totalmente la habitación,
era el lugar preferido por donde acostumbraban escabullirse los cuyes,
metiéndose por diferentes recovecos de la vieja estructura de adobes y paja de
hualte, no había baño, pues las necesidades se hacían en el monte, y el aseo
personal en el único pilancón de la esquina de su casa, que empalmaba a la
acequia del pueblo, por donde discurría agua limpia cristalina en abundancia.
Valentina, cada día que pasaba sentía desazón por
no poder brindar comodidad a sus hijos y sus respectivas familias, pero también
sentimientos encontrados, por una parte alegre y feliz, porque finalmente iba
poder ver a sus dos hijos que eran su adoración; pero también se sentía un poco
amilanada, pues concebía un sentimiento muy particular a lo desconocido, se
preguntaba en lo oscuro de sus noches de soledad.
-¿Cómo serían las esposas de mis hijos? ¿Me
guardarían algo de afecto mis nietos?, por todo eso, a medida que pasaban los
días, Valentina iba mostrando una profunda preocupación y angustia, se sentía mal
porque una profunda depresión la iba consumiendo a medida que pasaban los días.
En el pueblo que era pequeño, si había casas
bonitas de comerciantes o ganaderos acomodados, estas ostentaban todas las
comodidades básicas de una vivienda; pero Valentina tenía una condición
económica paupérrima y nunca pudo construir una casa de esas características,
porque jamás tuvo ayuda de nadie, pues quedó viuda muy joven y al cuidado de
sus dos hijos pequeños.
Pero finalmente, el día anunciado para el arribo de
sus hijos llegó. Valentina se levantó con el alba del día, con los cantos
cercanos y lejanos de los gallos mañaneros, tan temprano despertó que presenció
el bello amanecer serrano.
Observó feliz como iba aclarando el día, las
sombras de la noche quedaban de lado e iban apareciendo en el horizonte color
gualda, los gigantescos cerros, todos pintados en color verde matizado, mostrando
en primer plano a la vez, los hermosísimos sembríos de maíz postrero, trigo y
cebada que también le añadían un color dorado rubio, dándole un aspecto muy
bello a todo el panorama serrano.
Limpió apresurada toda la casa con su vieja escoba
desgastada de hojas de eucalipto o yerba santa, prendió su fogón con leña
húmeda de invierno que atiborró de humo todo el pequeño espacio, enseguida
preparó el desayuno para los visitantes de lujo que esperaba ese día, se aseó y
peinó con gran ligereza, untándose con unción una vieja brillantina perfumada
por el pelo, que era para ocasiones especiales, que además fue de su difunto
esposo y guardaba con profundo respeto como si fuera el tesoro más importante
para ella, pues el perfume de la brillantina era el único olor que aún guardaba
de él.
Después de todo esto, se marchó ágilmente a la estación
de los viejos camiones que ese día llegaban de la costa. Esperó paciente en
apariencia, pero las ansias la carcomían por dentro, pensar que en breves
instantes por fin iba poder ver a sus hijos después de varios años de ausencia.
Desde la llegada del primer camión hasta el último,
Valentina esperó animada.
– En el próximo camión llegan mis hijos – decía,
contabilizándolos uno a uno conforme llegaban. Pero ese triste día de larga
espera, nadie llegó.
Valentina esa desconsolada mañana lloró profusamente
sin descanso, la tarde y la noche hizo
lo mismo, llorar y llorar sin cesar. Su vecina Concepción quien estuvo a su
lado en todo momento, nuevamente empezó a consolarla afectuosamente diciéndole:
– ¿Valentina?, A lo mejor llegan el otro viaje del fin
de semana.
Todos los camiones salpicados de lodo y con carpas
de lona, estaban en San Miguel de Pallaques ese día, ahora habría que esperar
nuevamente que todos los vehículos llenen sus pesadas estructuras de madera
añeja con carga de papas, ganado, menestras de la zona y raudos partir con
dirección a la costa, y esperarlos de regreso nuevamente el próximo fin de
semana.
Valentina esperó pacientemente una semana más,
hasta que los camiones retornen nuevamente a la sierra sanmiguelina. A medida
que los días avanzaban, iba contándolos y se ilusionaba cada vez más y más.
El fin de semana esperado, por fin llegó con aires
de optimismo y felicidad, las lluvias de la temporada invernal, justamente ese
día habían calmado en intensidad.
Valentina casi ni durmió en la noche, pero se
levantó muy temprano con el alba del día, estaba alegre y optimista nuevamente,
siempre pensando en la hipótesis que su vecina Concepción le había hecho creer
que el momento esperado recién era el de hoy día, que la espera del fin de
semana pasado, solamente había sido una total confusión.
Se engalanó muy de mañana cantando una canción
alegre, típica del folklore sanmiguelino, estuvo bien emperifollada nuevamente
para la espera, en su ser no había espacio para la tristeza, al contrario
estaba alborozada, se perfumó y humedeció el pelo con la vieja brillantina que
todavía le duraba, enseguida se marchó rauda al andén de entrada a la ciudad, a
esperar a sus hijos.
A Valentina se le notaba muy ansiosa como la semana
anterior, pensaba que por fin iba a poder ver a sus hijos, después de mucha
ingratitud. Observaba con atención la curva que da acceso a la ciudad, estaba
casi como paralizada, sacada de la realidad, cualquier rumor de bulla por más
insignificante que fuese, lo asociaba al sonido de motor de camión, entonces
ágilmente estaba de pie, e intentando correr en toda dirección como un ser sin
rumbo. De pronto, los viejos camiones de rodar cansino, iban apareciendo
lentamente como temerosos de algo, y haciendo sonar sus roncas bocinas
anunciando su llegada.
Valentina, con ojos extraviados iba escrutándolos
uno a uno conforme llegaban; pero sus hijos tampoco llegaron este día; ese
instante alcanzó un grado máximo de desilusión y desconcierto total. A partir
de ese fin de semana, no dejó una semana sin ir a la entrada del pueblo a
esperar el arribo de los viejos camiones para ver si habían llegado sus hijos;
pero siempre sin resultado alguno.
A medida que pasaba el tiempo se iba deteriorando
en su aspecto, ya no había la vieja brillantina con la cual se engalanaba para
ir a esperarlos, su físico relleno completo perdió peso, su piel lozana, blanca como la leche, se iba oscureciendo y
marchitando, por descuido de permanecer horas sobre horas expuesta al sol.
El altar de sus recuerdos, al que le tenía un
cariño especial y construido con los viejos juguetes e historias de sus hijos,
una fatal mañana de crisis, de una sola bofetada lo echó a tierra riendo a
carcajadas.
Pasaron muchos años desde la primera semana de
espera, y Valentina seguía en esa loca obsesión ya sin razón, de ir a
esperarlos a la entrada del pueblo a sus dos hijos, pues se había convertido en
algo patológico trastornado. La buena
gente del pueblo, de la preocupación extrema de los primeros años por
aliviar a Valentina, pasó a ignorarla, ya se habían acostumbrado de verla
deambular por las calles sanmiguelinas sin rumbo, día y noche.
Su vecina Conshe y toda la gente del lugar que la consideraban, trataban
de darle mil explicaciones por la no llegada de sus hijos, unas más
inverosímiles que las otras, que Valentina no se las creyó.
Valentina siempre les contestaba que el que quiere
visitar a su madre, solamente coge su valija y se enrumba al lugar más distante
de la tierra. -Todo es cuestión de voluntad -decía.
Valentina, a medida que pasaron los años, su
desgracia la había
asumido como algo natural, y empezó a despreocuparse por todo lo que le había
ocurrido, tomaba actitudes distintas, muy lejos a las normales, cuando
recordaba a sus hijos empezaba a reír escandalosamente, gritando a todo pulmón
que eran unos mentirosos.
- ¡No quiero que me hablen de los mentirosos! –
Decía, y nuevamente reía a carcajadas. Se le notaba fuera de sí, pues poco a
poco había perdido la razón de las cosas y las ganas de vivir, nadie en el
pueblo pudo hacer nada por ella, aun ni el único médico que residía en la
pequeña ciudad pudo hacer mucho por ella.
- ¿No es mi especialidad? – Dijo, en una ocasión en
que Conshe la llevó a la consulta.
Pasaron muchos años, pero ella, en una actitud
embrollada y demencial seguía visitando el andén por donde en forma ineludible
llegaban los viejos camiones, expresando a carcajadas:
- ¡Voy a esperar a los mentirosos!, - Decía
frenética, con mirada de espanto y
locura.
Entonces, cuando hacían su aparición los veteranos
camioneros con sus rústicos camiones, hacían sonar sus bocinas en advertencia
de buena llegada. Valentina se interponía peligrosamente en el camino, e iba
toreando al vehículo para que se detenga, los viejos choferes que ya la
conocían se inmovilizaban observándola con mucha ternura y sin poder hacer nada
por ella.
La pobre Valentina corría agitada tras los camiones
hasta la plaza principal del pueblo, preguntando.
– ¿Han visto a mis hijos? –Decía con rostro
horripilante.
Algunos perversos conductores le contestaban:
– ¡En el próximo camión llegan!
La pobre Valentina entonces se excitaba y se
ahogaba llorando a gritos desesperados. Tomaba asiento al borde de la fría
vereda agitada y perturbada, desde allí, observaba a las gentes que descendían
demolidas del incómodo camión por tan largo viaje, no sin antes preguntar en
actitud desesperada viajero por viajero, si no habían visto a Dante y Daniel,
sus hijos.
Valentina estaba loca de remate, porque después de
la negativa de los pasajeros de no haber visto a sus niños, cambiaba de actitud
y se disponía a sonreír a carcajadas, gritando a voz en cuello:
- ¡Son unos mentirosos! ¡Son unos mentirosos!
Serafín, pensativo, cabizbajo, vivía un raro duelo,
un resentimiento a sí mismo por no revelar una verdad oculta, que lo tenía
perturbado. Guardaba una inconcebible disputa desesperada, entre él y su conciencia
que le estaba haciendo mucho deterioro en lo profundo de su ser, y que no lo
dejaba vivir en paz, todo esto redundaba negativamente en su entorno familiar,
quienes sufrían al ver la tristeza y decaimiento de Serafín, quien siempre
estaba como a la defensiva de las cosas, mentía siempre, tratando de dar una
verdad tramposa.
Últimamente no dialogaba con nadie, se había
atrincherado, ocultándose voluntariamente en su dormitorio, atrás había quedado
el Serafín comunicativo, el niño alegre y gritón que siempre solía jugar al
futbol con los amigos de su edad. Sino estaba durmiendo, decía que estudiando
para los exámenes; pero nadie le creía, porque había bajado considerablemente
en sus calificaciones del colegio, y en su contextura física.
Concepción con el dolor y la profecía de madre, lo
asediaba todo el día, siempre andaba tocando su habitación para interrogarlo,
decía reiteradamente que ese Serafín recóndito, secreto, soterrado no era su hijo,
que ella había parido otro Serafín, el alegre, el divertido y comunicativo,
como siempre había sido.
Por lo tanto todo el día le repetía, que algo
maligno le estaba ocultando.
-Te conozco hijo – le dijo Conshe, esa mañana muy
temprano, tratando definitivamente de saber toda la verdad oculta.
- ¿Qué te pasa, estás puro hueso muchacho?
Concepción una mañana triste de recordación, en un
acto completamente desagradable para su memoria, se quedó impresionada del
susto al ver a su hijo irreconocible en su aspecto anatómico, estaba
completamente desmejorado y fuera de sí.
Esa mañana había cometido un terrible acto de
locura, desequilibrándose y destrozando todo su humilde dormitorio, intentando
prender fuego a su colchón, que si no fuera por la oportuna intervención de
unos vecinos adultos, este momento Conshe estaría lamentando una
desgracia.
- ¿Algo me ocultas hijito?- Dijo Conshe, en tono de
súplica y principiando a lloriquear frenéticamente.
Se lamentó infinitamente echándose la culpa,
señalando valientemente que se había descuidado de su hijo, al no haber
dialogado a tiempo con él al verlo solitario y poco comunicativo, pensó que
nunca se perdonaría si a su Serafín le pasara algo malo con su salud.
Serafín un poco más calmado, pero todavía
demacrado, con un aspecto casi cadavérico, abrió una pequeña ventana de
oportunidad a la comunicación, sonriéndole disimuladamente a su madre.
-¿Porque no me cuentas de una vez por todas,
Serafincito?- Dijo nuevamente Conshe, con ojos llorosos.
– ¡Desahógate muchacho!- finalizó
Serafín pidió un vaso con agua a su madre, bebió el
líquido elemento con desesperación de un
solo tranco que casi se ahoga, la sed lo consumía porque no había bebido agua
hacía varios días, de pronto se tranquilizó ese instante y con ganas
desconocidas de diálogo, encaminó a su madre a un rincón de la habitación donde
se encontraban ese momento.
Conshe entró en pánico ese instante, porque en el
ambiente empezó a rondar una extraña sensación de miedo, un halo de susto
inusual cubrió toda la habitación, Concepción en un solo instante se
descompensó, estaba completamente aterrada y a la vez angustiada, observando
detenidamente a su hijo, que resoluto se
disponía a la plática.
-¿Tú tienes que contarme algo hijo mío?, ¡Te
conozco!- Dijo Conshe sacando impulsos de su ser y sin quitarle la mirada
penetrante de encima.
Serafín ese instante se puso a temblar de miedo, abrazó muy fuerte
a su madre sin querer soltarla. Intentó muchas formas de comunicación, fallidas
todas, porque le había entrado una rara tartamudez que no le dejaba comunicarse
con su madre.
– ¿Habla de una vez hijito? – Dijo Conshe,
intentando poner un rostro sereno.
-¡Vamos mi Serafín cuéntame! – Dijo nuevamente -
¿Cuál es ese secreto que tanto te perturba?
Serafín de una vez por todas, se envalentonó ese
instante y decidido procedió a contarlo todo, absolutamente todo.
-¡Madre mía! – Dijo Serafín compendioso -Perdóname por lo que te voy a
confesar. Comenzó con un mea culpa, exteriorizando que esta noticia aterradora
debió haberla revelado hacía mucho tiempo atrás, en un inicio; pero no tuvo el
valor, por miedo de hacer daño a Valentina a quien consideraba como a una tía.
– ¡Apura hijo por favor! –Prorrumpió al borde del
colapso total. – ¡Apura hijo mío que estoy desesperada! Insistió
nuevamente.
-Mamacita linda –repitió Serafín– ¡El Dante y el
Daniel están muertos!
Un silencio impresionante invadió la habitación,
madre e hijo enmudecieron totalmente por unos segundos, todo quedó como estancado
en el ambiente, no hubo más preguntas, ¿para qué más?, si la respuesta había
llegado de golpe ese instante.
- ¿¡Cómo, están muertos!?- Repitió Conshe
horrorizada, al escuchar por fin la horrible noticia por la cual su hijo no
podía vivir en paz.
Serafín, respirando un poco más tranquilo por el
desahogo de haberlo contado casi todo, refirió, que cuando Valentina le
proporcionó la segunda carta para que se la leyera, en ésta llegó la mala
noticia de que Dante y Daniel habían fallecido en unos hechos confusos.
Una fría mañana de cielo gris, como suelen ser las
mañanas de invierno en la ciudad de Lima. En la universidad estatal donde
estudiaban, los asesinaron confundiéndolos con terroristas. Hubo una
intervención policial de rutina, ellos, llenos de pánico ese instante al ver el
contingente policial, no supieron que hacer, no estaban acostumbrados a estos
hechos, de pronto, huyendo despavoridos del lugar, la policía ese instante les
disparó a matar porque no quisieron detenerse, pese al alto policial de
reglamento.
– ¡Madre mía! –Dijo Serafín lleno de espanto– el
Dante y el Daniel no han terminado sus
carreras profesionales, ni se han
casado, tampoco tienen hijos. Manifestó que las circunstancias lo habían
obligado a mentir, todo fue pura invención, porque no tuvo el valor de dar la
mala noticia a Valentina.
También reveló lo de la tercera carta, decía que
Dante y Daniel pronto visitarían San Miguel de Pallaques, fue pura imaginación
e invención suya, para seguir el juego de la mentira y no herir a Valentina
nuevamente.
- ¡Santo cielo muchacho!, ahora, ¿Qué le vamos a
decir a Valentina? - Prorrumpió Concepción al borde de la locura total, e
ideando mil formas de comunicar la mala noticia a Valentina.
Una mañana lluviosa y fría de niebla total, como
suelen ser los inviernos en el pueblo, Concepción y varios vecinos se unieron,
pretendiendo dar la mala noticia a Valentina; pero ella, ya no entendía de
buenas o malas noticias, estaba completamente desequilibrada, deambulando día y
noche por las calles friolentas de San Miguel de Pallaques.
- ¿No han visto a mis hijos? – Repetía Valentina
todo el día a los transeúntes que pasaban por el lugar.
Valentina fue conducida de urgencia a la capital e internada en un sanatorio para
esquizofrénicos de la ciudad, así tratando de aminorar su mal.
En un amanecer triste y grisáceo de la estación
invernal, llegó una terrible noticia a San Miguel de Pallaques que dejó acongojada
a toda la población: Valentina, en un descuido de sus vigilantes, había
escapado del sanatorio para esquizofrénicos. Cuentan que por cruzar súbitamente
una transitada avenida capitalina, finalmente murió arrollada por un bus de
servicio público.
Valentina únicamente así, voló rauda a un encuentro
seguro con sus hijos.
Autor: Jorge Adolfo Ramírez Quiroz.
Teléfono fijo: 074-237338
RPM: 980039288
E-mail:
jorgearamirezquiroz@hotmail.com
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