CAPULÍ, VALLEJO Y
SU TIERRA
Construcción y
forja de la utopía andina
11 DE JUNIO
ESTAMPA DEL
MES DE JUNIO
FOLIOS DE
LA UTOPÍA
PUERTAS INSOMNES Y OJEROSAS
Danilo Sánchez Lihón
Nunca, sino ahora, supe que existía
una puerta, otra puerta
César Vallejo
1. Aleteando
en sus resquicios
¡Ah, de aquellas puertas que dan a los segundos y terceros patios,
ajustadas por los adobes, en estas casas ya deshabitadas que se han ladeado y
cedido hacia un costado por la incuria, la lluvia y el peso de los años!
Puertas que ya nunca se abren, bien sea porque se ha rajado y vencido el
dintel, o bien sea porque las tempestades inclementes han abombado la madera de
tal modo que han quedado para siempre aprisionadas.
Cerradas definitivamente no por el artificio de una llave sino por el
dictamen fatal del destiempo y del destino.
Del paso por sus umbrales y dinteles de los adioses y despedidas. Y, en
general, del olvido aleteando en sus resquicios.
2. Muerte
por mano propia
Pero ¡ah capricho de la suerte!; son puertas en donde todo empieza a
florecer: donde la vida como nunca en otra parte se prodiga.
En sus muros las mostazas y retamas. Y al pie de ellas mismas las
quietas siemprevivas, las clavelinas sumidas entre los abrojos.
Y en sus rendijas unas flores pequeñas perfumadas como si quisieran
consolar con su aroma gratuito la tristeza y la vejez de este sitio abandonado
por quienes aquí habitaron.
El morir de las puertas es el peor de los morires, porque con ellas
muere una época, una generación de personas, y ¡hasta un modo de vivir!
Cuando una puerta se sepulta, como es el caso de ésta que ahora miro y
palpo arrobado, es muerte por mano propia no de uno sino de muchos. Es un
suicidio colectivo.
3. Para
siempre
Y es porque ella misma, luego de esperar vanamente que regresen las
manos del varón o la mujer de la casa. O del hijo que aquí se criara.
Y al ver que no llega empieza a declinar.
¡O, por último, de cualquier pariente persuasivo, sea que tenga la mano
firme o trémula, incluso sea que esté vivo o esté muerto!
Porque se puede volver ya en alma o espíritu, dejando que el tiempo en
su turbión la arrastre al no ver a nadie entrar por aquel vano ni siquiera
asomarse por el muro ya en espíritu a mirarla.
¡O de los niños ilusos que la rescaten del olvido! Nada de eso hubo.
Entonces ella misma dejó que cayese sobre sí el olvido. Ella misma decide
condenarse, clausurándose para siempre.
4. Y deje
de llorar tanto
Para eso, deja ladearse los adobes de encima, o cimbrarse la viga que se
sostiene sobre ella. Teniendo como cómplices de su decisión absoluta a la
lluvia, al sol y hasta a la luna nocturna que no quiere que se sienta más
abandonada.
Y la cubre. Y la neblina disoluta la oculta para que se desahogue y
llore a sus anchas. Para que se deshaga si quiere en suspiros.
Y es la tierra la que la ayuda a morir. No la tierra como lar o terruño
sino como bola redonda de agua, de desiertos y montañas.
Quien con sus leves temblores de achacosa y desvalida va haciendo que
afloje sus junturas y se vaya quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto.
5. Los gorriones
inconscientes
Y como cómplices tiene hasta a las flores que con su presencia, consuelo
y su morir juntas y hasta antes de ella, más la hieren y lastiman.
Allí es cuando la puerta se olvida o acuerda de sí misma y se entierra
bajo montículos de arcilla de los adobes aún empeñosos.
Pero nada atiende ni quiere, bajo nubes, aguaceros y relámpagos.
Para ser pisoteada por los leves pasos de los gorriones inconscientes
que buscan hacer sus nidos en los lugares inhallables.
Puertas que nos llevan a una región embargada por no sabemos qué
misterios, ni obedeciendo a qué premoniciones.
6. Porque el mundo
no pesa parejo
Puertas visitadas sólo por libélulas lastimeras –que no piensan en otra
cosa que en sus propios augurios.
Quedan así las puertas y sus traspatios en su mudez y en su autoimpuesto
silencio y castigo.
Quedan colgando sus armellas impenitentes y algún vago suspiro que
escapa eternamente entre las rendijas de sus tablones susurrantes.
¿Quién lo dio? O una niña que tenía la vida por delante o un anciano que
moría.
Puertas que conservan algunos grumos de pintura verde entre sus jambas
apolilladas. ¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos hojas ahora
desiguales!
¡Porque el mundo no pesa parejo sino que siempre se inclina hacia un
lado!
7. Ya no son
puertas
Puertas que ya no dan a nada, que han quedado en el centro de dos
vacíos, pero que probablemente alguna vez dieron hacia un corredor o a una sala
donde se cantaba, se soñaba y se amaba.
O simplemente, se dejaba transcurrir la vida, ¡lo cual ya es bastante!
Un lugar que abre paso ya no a un solar cotidiano hacia el cual se entra
y se sale, sino que nos lleva con su cerrazón definitiva ¡no sabemos hacia
dónde!
¡Ni a qué, ni por qué!
Estas entonces ya no son puertas. Son resuello y suspiros que se ahogan
en el infinito.
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