Daniel
Cubas Romero
LA FIESTA DE MI PUEBLO
II
Una ventisca se acerca a los geranios púrpura de tu balcón, trayendo consigo los aromas del trigal. En el atardecer de mi vida he encontrado en la fiesta de mi pueblo tantos abrazos, miradas alegres de familiares de amigos que se han desempolvado del zaguán de los recuerdos, desplazándose a la par de mis pasos rodeando la Plaza de Armas con sus encantos. La alegría se pasea por mi alma en cada callecita que me detengo a contemplar, aquellos días dormidos que ahora los he despertado con mi presencia. Se han hundido mis palabras respirando el bullicio de aquellos años cuando jugábamos con las sogas de cabuya, los crines salvajes, los amarres de los equinos, nuestros nombres grabados en las paredes anchas de adobe, para luego correr asustados por el maizal, ante la presencia del Cura Diego. He podido descubrir uno de ellos encerrado en un corazón de los trece años y mis palpitaciones se han visto envueltas de una emoción tan similar al nerviosismo de avecilla capturada. He vuelto los ojos a una adolescencia mágica, edades misericordiosas, donde las tardes abrazaban a las nubes y estas se escondían por el terrado, cuando La Nieves se alisaba el cabello para hacerse sus trenzas largas. La fiesta de mi Pueblo es grande y dura varios días. Me he asomado a la puerta de mi ánimo y de pronto te he visto por la vereda de al frente, de la mano de un señor que no creció con nosotros, unos hijos grandes cargando unos nietos que pudieron ser nuestros. Te he contemplado sin que te des cuenta. En las comisuras de tus labios sé que aún existen unos fresales que ocultan los besos que te di. A lo lejos una banda de músicos invitaba a bailar, he corrido con mis huesos ajenos desaforadamente y he danzado hasta que cante el gallo de la sorda Juana y otro le conteste.
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