Saturday, February 07, 2015

AÑAÑAU MI CARNAVAL / Aníbal Idrogo Barboza


AÑAÑAU MI CARNAVAL

Aníbal Idrogo Barboza

LOS PALLAQUINOS, animando el carnaval sanmiguelino

Tantos hermosos recuerdos llegan a la memoria en todos estos años, alejado de mi tierra por circunstancias del destino. Como recuerdo aquellos inolvidables carnavales, tan esperados por todo el mundo en especial para los muchachos, porque nos agrupábamos en las esquinas formando las famosas colleras. Era ya de costumbre,  todos deberíamos llegar con nuestra bolsa de globos marca payaso que por su puesto eran tan suaves y fáciles de inflar, pero de preferencia era la gruesa de globos marca águila, eran los mejores y ninguna venía fallada. Llenábamos con agua de 20 a 30  globos cada uno, lo metíamos a una bolsa plástica y salimos al combate carnavalesco.

Se imaginan éramos grupos con más 20 muchachos casi todos de la misma edad, en mancha caminábamos por las calles, con esa alegría inmensa que se apoderaba de nosotros, caminábamos hasta encontrar cualquier chica por esas calles aledañas a la Av. Perú, era una guerra contra una sola víctima. En realidad había mucho respeto tan solo buscábamos divertirnos eran tiempos de carnaval, así lo entendíamos. Todas las muchachas que venían acompañadas por sus padres no nos atrevíamos a mojarlos, porque bastaba la mirada de uno de ellos y mejor retrocedíamos.
Así ya por las tardes bien mojaditos con el cuerpo tiriteando de frio y los dientes de todos rechinaban al compás del carnaval, nuestra ropa pegada al cuerpo imposible de sacarnos nos decían tómense una copita de cañazo para abrigar el cuerpo unos vecinos junto a la casa de la señora Muquillaza. Nos divertíamos a lo grande, el tiempo no pasaba el aguacero que arreciaba, esas calles que parecían ríos caudalosos al filo de las veredas. Las pistas se unían al carnaval provistas de agua del cielo, los techos retumbaban con el granizo, las calaminas sonaban como derroblantes.
El carnaval era como jugar con la vida con el alma con el corazón, con la alegría, con las ganas, con las ansias, con el amor, con el sabor, con el gusto. Todos unidos en el carnaval, el agua, los muchachos, la lluvia, las calles y las hermosas mujeres que con solo verlos se nos escarapelaba el cuerpo el carnaval era una buena sintonía para dar paso al enamoramiento había una razón para hablar con ellas. No parábamos hasta dejarlas empapadas con la delicia del agua, que por su puesto era limpia, tan limpia como el manantial de sus ojos bajo el resplandor de su mirada.
Ya eran como las 6 de la tarde, deberíamos dejar las calles momentáneamente para que cada uno  pueda llegar a su casa a cambiarse de ropa. Nos despedíamos, no sin antes acordar en reunirnos nuevamente a las 8 de la noche en la conocida esquina de doña Meshe, esa señora nos odiaba tanto que no quería, pero ni toquemos su pared vivía sentada en su puerta husmeando que hablamos si por desgracia nos referíamos a su hija que por cierto era muy atractiva nos condenaba a muerte y nos corría a piedras.
Aun así, nos reuníamos a la hora acordada esta vez ya para cantar y tocar los instrumentos que cada uno se disponía a traer, que no eran muchas cualquiera podía cantar, cualquiera podía rascar la guitarra era de lo más simple, dos o tres enseñaditas y ya estaba uno tocando carnaval, su sonido profundo, su estilo único, su mágica algarabía nos estremecía el cuerpo, nos llenaba de ilusión y armonía. En carnaval todo vale, todo sirve, desde un balde viejo, un jarrón, una lata, que pueda generar un sonido y rápido se adapta a la típica música.
Luego de las 9 de la noche todos ya estábamos en la esquina entre la Av. Perú y Tarapacá en esos tiempos no había alumbrado público, apenas nos veíamos, pero lo que importaba era gozar, alegrarse, divertirse. En ese momento comenzaba las primeras coplas, los primeros sonidos, lógicamente que  se oía desarticulados, pero al rato ya sonaba al gusto de buen carnavalero.
Es allí donde acordamos los lugares que visitaríamos durante la noche y como ya era de suponerse los más grandes que tenían enamorada, proponían que deberíamos comenzar por allí, y al final llegaríamos a cantar las casas de los que éramos menores. Dispuestos a enfrentar la oscura noche y con la intensa lluvia, no disponíamos a caminar cantando:
Noche oscura tenebrosa,
préstame tu claridad,
para seguirle los pasos
a esa ingrata que se va.

Chicha quiero chicha busco
por chicha son mis paseos,
quien me diera un vaso de chica,
para apagar mis deseos.


Todos cantábamos, tan solo una guitarra vieja nos acompañaba. Yo escuchaba incasablemente me gustaba mucho el contrapunto y ese toquecito de las cuerdas. Seguíamos el camino entre pencas, retamas y eucaliptos hasta llegar a la primera casa, tal vez la enamorada de uno de ellos ya lo sabía o tal vez no, pero cuando ya estábamos cerca a la puerta cantábamos:

Aquí estoy porque he venido
porque he venido aquí estoy
si me muestran mala cara
como he venido me voy,

A veces demoraban en abrir su puerta que apenas lo divisábamos, porque todo era oscuro, nuestras miradas siempre a las ventanas para ver si prenden la luz y nos den una señal que nos atenderían eso siempre estaba en nuestras mentes esa era el costumbre, éramos jóvenes había derroche de energía y nos dejábamos llevar por nuestra algarabía, las inclemencias de la naturaleza no eran penas, sino parte de lo que nos divertía. 

Continuábamos con las coplas:

Sino no fuera carnaval
cuando me han visto llegar,
si es que me han visto llegar
pero no con mi guitarra.

Cuando de repente prendieron su lamparín, brotó una luz por la ventana de madera dividida en cuatro partes al poco rato se disponían a abrir la puerta, entonces mi amigo dueño de la enamorada se le apagaba la voz, porque sabía que vería al desvelo de sus ojos, nosotros calladitos sin despertar sospechas, porque nos correrían a palos si es que nos descubrían que entre nosotros estaba el galán de su hija, entonces seguimos con las coplas:

Dame permiso batiente,
para entrar para adentro
a darles las buenas noches
a los señores de adentro.

Alegremos esta casa
no por su merecimiento,
sino por la gente honrada
que están de puertas adentro.

 

Pasen, pasen, taititos, pasen, pasen papacitos, eran las palabras de la señora de la casa, tan atenta por cierto que apenas se habría sus ojitos, luego bajaba por la escalera de eucalipto un señor era el papá de la chica, se acercó con su jarra de chicha nos servía a vaso lleno. Comenzó el baile con mucho tino y pasos dobleteados haciendo vibrar el suelo de la sala, levantando las manos, agitando las serpentinas que nos rodeaban el pescuezo, nuestras caras parecían mascaras estaban pintadas de talco, nuestro pelo atascado de picapica.
Mientras cantábamos:

Bailen, bailen pues señores
bailen que les pagaré,
sin no quieren plata blanca
oro puro les daré.

Despierta bella dormida
que dormida no estarás,
atiende a tus carnavales
que después te dormirás.

Al momento bajó una hermosa jovencita, a mi amigo que era el enamorado se le fundió el corazón y no era para menos ella disimuladamente clavó sus ojos en él. Ya no podía ni rascar la guitarra de impresión y amor, se le desarmo el cuerpo, la guitarra dejo de sonar por un instante, no sabía qué hacer, nosotros elevamos la voz para darle una mejor entonación hasta superar el hecho el papá a todo momento aguaitaba a su hija y nos miraba a todos nosotros. Yo sentía temor de que los resultados fueran desastrosos, porque los padres en mis tiempos eran muy estrictos y celosos. Es por eso que los encuentros amorosos eran a escondidas y calladito aun en medio del carnaval.
Qué tiempos aquellos, encontrar los labios de una musa encantadora era toda una odisea y fuerte batalla que habría que librar con sus padres. Tal vez por eso el amor era más encantador, porque larga era la espera desespera y corto el tiempo que nos veíamos, eran citas de amor apasionadas. Eran mis tiempos, tiempos de amor y carnaval.
Las coplas tenían que estar de acorde con las circunstancias por eso en ese momento cantábamos:

Ven acá vidita mía
siéntate a lado de mí,
te contare mis trabajos
lo que he pasado por ti.

Qué bonita señorita
quien será su enamorau,
yo quisiera conocerlo
pa matarlo al maldiciau.

Blanca flor del alelí
que te ha contado de mí,
será lo que me aborrecen
por separarme de ti.
separarme no podrán
quitarme la vida sí.

Tan luego nos daban la chichita, vaso tras vaso, y el baile continuaba, para eso ya estaba en la mesa  cubierta como mantel un plástico floreado a un costado de la salita. Un mate de papas y un plato de ají con pepa de culantro más que suficiente tendríamos que guardar barriga para el resto de visitas.

Piquen, piquen jóvenes nos decía la señora. Las miraditas se entrecruzaban entre mi amigo y esa bella china, que tenía una carita como para sacarse el sombrero. No deberíamos despertar ninguna sospecha estábamos en el máximo peligro, eran aquellos tiempos respetábamos la casa, así estábamos formados, así fueron nuestros costumbres.

Una miradita de ilusión en un escape al tiempo era como alcanzar el cielo. Salimos agradeciendo la atención al carnaval, no importa en pleno aguaceral era parte de la alegría, los pasos de estos muchachos errantes era de alegría sinigual. 

Llegado el momento tendríamos que retirarnos cantando:

Chicha tengo yo en mi casa
por chicha no tengo pena,
vaya corazón mañoso
quiere tomar chicha ajena.

Vámonos compañeritos
vámonos que vengan otros,
que les hagan el cariño
como ha hecho con nosotros.

Así, nos despedimos de la casa, misión cumplida y salíamos guiados por los impulsos del camino, que nos llevaría a otro lugar, el carnaval es una continuidad sin límites, el tiempo duraba mucho la alegría era contagiante, en el camino nos encontrábamos con otros grupos unos de ida otros de vuelta. El barro era terrible, recuerdo que el trayecto yo perdí mi llanque en medio de un potrero, más arriba boté el otro y caminé a pie, sólo me quedaba reírme qué sentido tendría enojarme con quien y contra quien.

Ya muchachos sigan cantando les dije: en tono muy alto.

Para que mi dios haría
carnavales en febrero,
para andar en tanto barro
y en tantísimo aguacero.

Esta guitarra que tengo
no lo quisiera vender,
ni por oro ni por plata
solo por una mujer.

Pero no todo es perfecto siempre prima la palomillada. Recuerdo que esa noche llegamos a una casa cerca al cementerio habíamos caminado tanto para llegar hasta esa familia, casi todos teníamos heridas de las púas de las pencas de los caminos estrechos.

Yo tenía los pies destrozados por las piedras y el barro, entonces estuvimos cantando buen rato y no nos atendieron estábamos de cólera por la actitud de los dueños de casa, uno de los del grupo el más arrancado dijo: entremos al corral y saquemos una gallina y lo llevamos pal caldo,  me puse al frene y les dije que no, pero el resto dijo si, entonces nos abalanzamos por sobre la barda cubierta con paja, nos dirigimos a donde estaban los gallineros y en primera chapamos una.

Uno de ellos dijo: apriétale de una vez el cogote paque no grite, pero no había tiempo para tal decisión ya estaba en nuestras manos y salimos corriendo. Nos olvidamos de cantar por unos minutos.

Las horas estaban pasando levantamos la mirada hacia las filas y al fin la aurora nos estaba sonriendo dando inicio a un nuevo día.

Estábamos ya por el barrio la Esperanza, atrás de Santa Apolonia. Allí recién nos damos cuenta que no era una gallina, sino una china linda. Yo me dije: pucha madre, que risa para unos y que decepción para otros. En fin son consecuencias del carnaval, nos llevamos un buen chasco, pero fue divertido, aunque no era correcto, que se lo cobren al carnaval y que a la china linda le dejen libre volar.

Ahora ya más resueltos de la mala noche, no pusimos a revisar los instrumentos la guitarra sólo tenía dos cuerdas, así, estábamos tocando, pero mi amigo dijo: no se preocupen mi papá me compra, su papá tenía plata trabajaba en PERULAC, ganaba bien. 

 

Bueno pues ha llegado el momento de descansar un rato más tarde nos veríamos  para seguirle.

Llegué a mi casa, mis padres y hermanos aun estaban durmiendo, era de madrugada. Dirigí la mirada hacia la huerta de plantas de maíz que estaban hermosas,  el rocío sobre sus largas y verdes hojas se iluminaban como perlas ante los rayos del resplandeciente sol, las hojas de higo se movían al compás del viento, daba la sensación que quisiera hablar conmigo, como olvidar o dejar de mirar esa planta de manzana que yo mismo traje una ramita para plantarlo en la chacra y era de la casa huerta de los Mas Montoya ex hacendados de Cajamarca.

Pero me engrandecía ver las flores rojas y rosadas de mi jardín, eran unos geranios de ramas gigantes y hojas encartuchadas con su mirada tierna, esas  flores que  cultivé por tantos años,  fue como  la gracia divina de la naturaleza.  Incluso para proteger su hermosura y encanto tenía una fila  de achiras que en cuyas hojas escribía cada mañana o en un atardecer mis rabias y mis dolores.  

Bueno me dirigí a mi cuarto, me eché a dormir, escuchando los cantos  de las calles aledañas a mi casa, se oía cantar coplas de los otros vecinos que decían:

Diviértete corazón
no te des a la vejez,
mira que la juventud
no ha de volver otra vez.

Por esta calle derecha
dicen que me han de matar,
yo no le temo a la muerte
ni al cuchillo ni al puñal,
ni al hombre de vara y media,
ni al de dos varas cabal.

Dime si me has de querer
pa botarlo a mi mujer
y si no me has de querer
pa volverlo a recoger.

Pasaban los días de carnaval, tan pronto llegaría a su fin, entonces ya todos nos ponemos tristes, porque se acaba la alegría. Pero con la firme esperanza que el próximo año lo tendríamos nuevamente resucitado y lo volveremos a ver ingresar por las calles de la Cajamarca pintado de mil colores devolviendo la alegría a todos sus sucesores.  
Listos para ponerle más entusiasmo y le cantamos:

Qué bonito es carnaval
pal que lo sabe gozar,
porque se come y se bebe
haciéndonos que cantar.

No te vayas carnaval
quédate un poquito más,
si de deberás ya te vas
yo te sigo por tu tras.

Nunca olvidaré los corsos, las patrullas, las comparsas en el Hotel Turistas, los concursos de coplas y el desfile de reinas del carnaval en el Coliseo del colegio San Ramón en noches incansables.

La chicha del urpito del rincón, si bien es cierto que ya para mí se acabado las llegadas a tu casa es como reza el carnaval cajamarquino, aquellas tardes de invierno en el barrio Cumbe Mayo, al Barrio San José de los valientes, para chicha y para pan el Barrio San Sebastián. En si todos los barrios que rodeaban el centro de la ciudad se adornaban de lúcidos colores por sus calles principales dando auge y pleitesía a los dones que nos brinda el carnaval.

No quiero caer en la tentación de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que fueron los hechos vividos y adaptados a la realidad del momento. Ahora otros gozan y mañana contarán sus alegrías o sus sufrimientos, porque el carnaval nos deja de todo, amor y desamor, alegrías y penas.

Junto al entierro de “ÑO CARNAVALON”, dejo en su tumba mis llantos, luego me dirijo a su yunza cuelgo mis esperanzas en sus ramas, escribo mis versos en sus frutos, lanzo un machetazo en el alma.

Así es el carnaval, para el chico para el grande, para el pobre para el rico, para todos hizo dios. Una copla es una vida, el verso es una inspiración, el contrapunto es el espíritu de una humilde canción.

Donde late un corazón,
el carnaval está presente,
si juegas con mi ilusión,
te sigo hasta la muerte

Tus ojos son dos luceros
del carnaval su ilusión,
tus labios son traicioneros
quieren verme en el panteón.

Por eso termino diciendo: “No te vayas carnaval quédate un poquito más”.




Monday, February 02, 2015

EL CÓNDOR Y UNA CITA / Melacio Castro Mendoza



Melacio Castro Mendoza

EL CÓNDOR Y UNA CITA(*)
        

En 1758 Carlos Lineo describió nuestro Kuntur  –el Cóndor andino– como un vultur gryphus: un buitre con pico en forma de gancho. Parte de la familia de los cóndores de nuestra selva amazónica, nuestro vultur gryphus es, asimismo, familia de los cóndores de California. Ave negra gigantesca con un collar de pequeñas plumas blancas en torno a su cuello desnudo, sus alas albergan, de igual manera, algunas grandes plumas blancas. En estado de ánimo normal, su cabeza de pelusas negras es roja; si se irrita, puede lucir amarilla. 
 
La primera vez que vi una cantidad numerosa de cóndores fue en un escampado de los espesos bosques de los campos cercanos al Yerbasanto (Sierra de Carahuasi, distrito de Nanchoc, provincia de San Miguel). Rodeados por unos gallinazos que desafiaban su presencia, los unos y los otros competían por el consumo del cadáver de un toro negro. Había oído sostener que, majestuosos en sus movimientos, después de satisfacer su apetito los cóndores cedían su presa a los gallinazos y a otras aves carnívoras más pequeñas. Necesitaba verlos practicar semejante regla. Los que tenía ante mis ojos, expresaban firmeza y seguridad. Los machos, diferencié, son más grandes que las hembras. Los adultos, lo supe más tarde, miden hasta tres metros con treinta centímetros. Su talla sobrepasa la de cualquier ave: un metro con cuarentaidós centímetros. Los machos suelen pesar entre once y quince kilos, y las hembras, entre ocho y once kilos. Buenos consumidores de carroña, en una jornada son capaces de tragar hasta cinco kilos. Si no encuentran alimento, pueden soportar el hambre durante cinco semanas. ¡Todo un record! Después de ver a aquellos ejemplares de Cóndores, por su capacidad de cruzar montañas y cielos y por su esplendor, empecé a soñar con domesticarlos para montar en sus lomos. ¿Me acercarían ellos alguna vez a la luna?


Nuestros cóndores habitan en las rocas situadas entre los mil y los cinco mil metros de altura. Allí anidan. Sus huevos y sus polluelos son inaccesibles a los animales depredadores, y a los humanos. Viven constituyendo parejas monógamas. Desde el cortejo del macho hasta acceder al apareamiento, las hembras se toman su tiempo, el cual puede ser largo. Después, ponen un huevo cada dos años. La incubación de este la asumen hembra y macho, por turnos. Entre el cortejo, el apareamiento, la puesta del huevo por la hembra en el nido; la incubación, el nacimiento y el alza en vuelo del polluelo, acto con el cual suele emanciparse, suelen pasar de dos a tres años. Mientras no sea capaz de alimentarse por sí solo, el polluelo es alimentado por la madre y por el padre, con carne regurgitada. El proceso puede prolongarse hasta por nueve meses. Aun jóvenes, la hembra y el macho ostentan un plumaje marrón. Adultos, cambian a negro azabache. Los inaccesibles riscos en que viven los protegen, además de los animales depredadores y de la gente, de las lluvias, de los fuertes vientos y de otros fenómenos dañinos. En las rocas en que habitan, su población puede alcanzar entre los cien y los ciento veinticuatro individuos. Inconfundibles, los machos tienen una carúncula, llamada cresta en el lenguaje popular, ajeno a las hembras. Los machos tienen ojos color café y las hembras, rojizos. Con el paso de los años, las caras y los cuellos de ambos se llenan de arrugas. 

En su concepción del mundo, los Inkas los creían inmortales. Cada Cóndor les era motivo de exaltación y simbolizaba para ellos la fuerza y la inteligencia. En su imaginación, los Cóndores eran los autores de la salida del Sol de cada día. Con su inconmensurable fuerza, creían, desde las oscuridades alzaban al cielo al astro, padre de la luz, por entre las montañas, posibilitándole expandir su lumbre a la tierra. Además, para los Inkas el Kuntur era uno de los animales esenciales míticos, dueños de un poder que aportaba mensajes y presagios que podían ser buenos o malos para la gente. En nuestros tiempos, es un ave que continúa siendo parte de nuestra mitología, de nuestro folklore y de nuestro patrimonio cultural. 

Los Cóndores, para emprender sus vuelos, usan de las corrientes térmicas verticales del aire cálido. Protegidos por sus densos plumajes, pueden alcanzar una altura de hasta siete mil metros. Siempre extendidas sus alas, en sus vuelos, nunca las mueven. Cuando localizan sus carroñas, las observan circulando en torno a ellas y solo cuando se convencen de que no corren peligro ni riesgo alguno, bajan hacia sus cercanías, posándose, primero, en algún lugar favorable desde donde, si fuera necesario, hasta por dos días continuados, siguen observándolas. Seguros de la libre disposición de las mismas, se les acercan con mucho cuidado para, con una indiscutible elegancia, romper el cuero por las partes más blandas.

En América Latina, el poder político usa al Cóndor como símbolo que a veces nada tiene que ver con su condición de animal fuerte e inteligente, siempre capaz de exaltarnos. En el escudo nacional de Chile se le representa de perfil frente a un guanaco, con las alas desplegadas y coronado como un rey. El fascista Augusto Pinochet Ugarte, de la mano con sus colegas de Brasil, lo convirtió en símbolo de un plan siniestro que articuló sus dictaduras con las dictaduras de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. La maldita red era dueña de una tecnología de punta, puesta a su disposición por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América. En coordinación con el Departamento de Estado estadounidense, montó un secreto intercambio de informaciones y de operaciones de secuestros, torturas, ejecuciones y desapariciones forzadas de opositores, sospechosos de militancia comunista, y exiliados en uno o en otro de aquellos países. A nombre del Cóndor, con aquel propósito la dictadura de Brasil contaba con oficinas operativas propias en Asunción, Montevideo, Santiago de Chile, París, Lisboa, Praga, Moscú, Varsovia y Berlín, y mantenía, asimismo, indicios de filiales de oficinas en Caracas, La Paz y Lima.

Augusto Pinochet Ugarte y sus colegas dictadores, egresados casi todos de la Escuela de las Américas dirigida por el Pentágono de los Estados Unidos de América, a través de su común y siniestro Plan Cóndor, dieron caza impune a quienes dentro y más allá de sus fronteras constituían una amenaza, por sus críticas a sus medidas gubernamentales neoliberales. La corona de un rey decorando la cabeza de un Cóndor no concuerda con nuestras ambiciones democráticas y menos con el carácter noble de nuestro Kuntur, al cual el escudo nacional chileno le agrega el lema de: “Por la razón o por la fuerza”.  

      En nuestros campos andinos, los ganaderos y sus pastores suelen ver en los Cóndores maldades ajenas a la realidad: la caza y el sacrificio de sus ganados vivos. En actitud criminal, les disparan y asesinan. A su vez, los curanderos populares llamados brujos, creen que algunas partes del cuerpo de un Cóndor concentran poderes mágicoscurativos y, como aquellos, les dan caza. Luego desmenuzan al animal para, con las supuestas partes orgánicas mágicocurativas del mismo, devolver la salud a sus pacientes. 

Entre el bosque y los pastizales de la sierra de Carahuasi, en uno de los ejercicios del rodeo de nuestra humilde cantidad de ganado familiar, sorprendí a un pastor de ganado en una actitud inesperada: la caza de un Cóndor. Apeado de mi caballo a considerable distancia de un toro negro muerto, rampé con mucho tacto y me acerqué hasta un montículo que me permitió observar cómo los Cóndores se aprestaban a iniciar la rotura de aquel cadáver. Con mi corazón acelerado en sus palpitaciones, mientras luchaba contra la pestilencia y me preguntaba acerca del por qué los gallinazos que pugnaban por hacerse de la carroña aún no habían iniciado el consumo de la misma, capté atento el corte preciso y elegante que, en medio de sus concurrentes, con su pico ganchudo hizo el primer Cóndor. Coincidiendo con aquel corte que aperturó el anillo anal del toro negro, se armó un remolino en que se confundieron plumas, chillidos, graznidos, viento y polvo. Desde el centro de aquel remolino fue arrojado, hasta el borde de un abismo cercano, el cuerpo de un hombre. Al ver a este hombre a punto de rodar abismo abajo, pese al súbito susto del que fui víctima por el alboroto, me puse de pie y corrí a auxiliarlo. Ante él, cundió la sorpresa: el hombre resultó siendo mi paisano, costeño de pura cepa, Oscar Ramos Llontop, pastor del ganado de los terratenientes del entorno de Caín, José y Miguel Leiva. El toro negro muerto había pertenecido a ambos. Bajo el revoloteo de gallinazos, buitres y Cóndores, lo ayudé a ponerse de pie. Sorprendido a su vez, me abrazó él, luego, y acortando mi nombre, como era su costumbre, dijo:  

 

- Mela, te vi acercarte adonde yo estaba camuflado con mis ramas de roble y de palo santo y tuve miedo de que con tu aparición, mi experimento volviera a acabar mal. Mira, en mis deseos de cazar un Cóndor para cruzarlo en Caín con una gallina o con una pava, el buen olor de las ramas del palosanto que me cubrían, me permitió soportar la pestilencia del toro muerto. De lo contrario,  su hedor me habría mata'o... Ja, ja, ja: ¿viste al Cóndor que me arrastró y cómo, tirándose al abismo se quitó el lazo que yo le había coloca'o como trampa en el culo del toro muerto? ¡Qué animal tan fuerte; casi acabó tirándome al abismo! ¿Cómo hizo pa'soltarse y tirar, al mismo tiempo, al fondo del abismo mi lazo? ¡Jijun'e su madre!

- Lo que importa, Oscar –atiné a decirle, temblando de pies a cabeza– ¡es que tú sigues con vida!

Rió mi paisano y recurriendo a su costumbre de celebrar a su modo las buenas noticias, soltó una retahíla de chascos que, devolviéndome el alma, por fin, me hicieron reír. 


Alejados de aquel lugar, mientras nos entregamos a disfrutar de los restos de unos panes viejo y del contenido de una portola de atún, me contó que, camuflado, había pasado el tiempo luchando por mantener alejados a los gallinazos del cadáver del toro, procurando darle paso preferencial a él, a los Cóndores. La tristeza de haber fracasado en la caza de un ejemplar de Cóndor se compensaba –agregó– con el fresco recuerdo de haber conocido en un acto festivo de una familia amiga que lo había hecho padrino de uno de sus hijos en Carahuasi, a un hombre de apellido Pérez, el cual se hacía llamar arqueólogo.

- ¡Vaya a saber uno, Mela, qué significa ser arqueólogo! Lo cierto es que ese tal Pérez –afirmó– hablaba muy bonito. Con mucho respeto –continuó– dijo que ustedes los serranos fueron gentes que, en el pasado, construyeron una gran cultura que él llamaba Cuismango. ¡Me dio risa el raro nombre: Cuismango! Recordé otros viejos intentos, también fracasados, de cazar un Cóndor pa'cruzarlo con una gallina o con una pava y le pregunté si él quería decirme que ustedes, los serranos, en el pasado habían mezclado el cuy con el mango. ¡Ja, ja, ja, ja! Cuismango tenía que ser  eso, ¿no? ¿Qué, me equivoco? Al oír mi pregunta, el hombre se rió y, después, poniéndose muy serio, repitió: “No, señor Ramos. ¡La cultura cuyos restos ando buscando por acá, se llamaba Cuismango!”. ¡Qué locura: el arqueólogo Pérez andaba buscando unas ruinas antiguas que alguien le contó existían por Miravalles, un lugar cercano a Niepos! Como él hablaba tan bonito, pensé en ti y le pedí que me escribiera en un papelito una de las complicadas cosas que trataba de explicarme. Mira, de su puño y letra, aquí tengo su nota.

Tomé de las manos de Oscar Ramos Llontop el papel que me mostró y leí algo que, como a él, me gustó y que más tarde, en mis épocas de estudios de Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional de Trujillo, comprobé que el autor de aquella nota, según apareció Oscar Ramos Llontop, no era el arqueólogo Pérez sino el cronista Francisco de Xerez, autor del libro Verdadera Relación de la Conquista del Perú. En su intento de describir a los cajamarquinos, habitantes de las tierras de Cuismango, llamado también Guzmango y bajo los Inkas Kashamarka, Francisco de Xerez escribió: “La gente de todos estos pueblos hace ventaja a toda la otra que queda atrás, porque es gente limpia y de mejor razón y las mujeres muy honestas”.

 

- Ajá –comenté a Oscar Ramos Llontop– los serranos nunca fuimos gente sucia, come papas con gusanos, ni menos brutos y haraganes como nos llaman los costeños de pura cepa.

- ¡No, Mela, no! ¡Qué jodida que es nuestra gente! Oyéndola hablar mal de los serranos apestosos, yo siempre les digo a mis costeños de pura cepa: “¡Ya basta, carajo: dejen de joder a los serranos!”.

Los guzmanos o cuismangos, ahora llamados cajamarquinos, eran gente que respetábamos y, en el pasado, como los Inkas, adorábamos al Kuntur. En nuestra devoción, a dos kilómetros de lo que hoy es San Pablo, en el cerro La Copa, nuestros antepasados levantaron el Kuntur Wasi, un Templo dedicado al Cóndor, según el arqueólogo Julio César Tello, para rendir a tan bella ave un ceremonial y puntual culto.


(*) Del libro -título provisorio: “Mi(s) Pueblo(s) y mi Familia”.
 

Fotos@rte Pisadiablo:
1 y 2. Cañón del Colca - Arequipa
3, 4, 5 y 6. Kuntur Wasi - San Pablo - Cajamarca

MELACIO CASTRO MENDOZA:

Biografía: Nació en Caín, una aldea ubicada cerca de Chepén. Sus padres, don Víctor Castro Julca y doña Juana Mendoza Novoa, ambos de los campos de San Gregorio (San Miguel /Cajamarca), cuando él nació, acababan de emigrar hacia Caín.
Su origen familiar andino, ambiente en el que asimiló aspectos de la vida en el campo peruano y su travesía de país en país por América, primero, y después por Europa, se refleja en casi toda su obra.

ESTUDIOS:

Estudios primarios: Escuelas de Caín y de Pacanga. Secundarios: los tres primeros años en el colegio Instituto Nacional Agropecuario No. 19, de Chepén, y los dos últimos, en la Gran Unidad Escolar “José Andrés Rázuri”, de San Pedro de Lloc. Universitarios: Universidad Nacional de Trujillo (UNT), La Libertad, Perú, y en la Universität Duisburg-Essen (UDE), Renania-Westfalia del Norte, Estado de la República Federal de Alemania.

Docencia: Docente en diversas instituciones, entre otras, el Arbeiter Wohlfahrt de Essen, Alemania

BIBLIOGRAFÍA (Autoría):

I.- POESÍA:

1.- “La Agonía Súbita”.
2.- “La Montaña Errante” (2010).
3.- “Batallas y Sueños de Uchku Pedro” (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín, en 1885): 1969/1998/2010.
4.- “Malú: Tierra Adentro y Tierra Afuera”, segunda mitad 2012.
5.- “Mis Campos y mi Pueblo”, 2013.

II.- PROSA:

1.-  “Mi República Ignorada. I Parte”, (Autobiografía, 2000- 2005).
2.- “La Isla de las Furias y del Amor: Memorias de M. Julca”  (novela): 2011.
3.- “El Hombre de Rupak Tanta” (novela), primera mitad 2012.
4.- “Crónicas de Amor y de Muerte” (cuentos, abril-septiembre 2014).
5.- “Mi(s) Pueblo(s) y mi Familia” (octubre 2014-febrero 2015).

III.- INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS:

"Staat und Soziale Klassen in
Perú", Selbstverlag München, Germany, 1986, único libro publicado en idioma alemán.