Thursday, October 08, 2020

GRACIAS “MAMÁ ENCARNITA”. ¡LLAMA ENCENDIDA QUE ENCANDILA NUESTRO SER! / Víctor Hugo Alvitez Moncada

Víctor Hugo Alvitez Moncada

 

GRACIAS “MAMÁ ENCARNITA”.

¡LLAMA ENCENDIDA QUE ENCANDILA NUESTRO SER!

 

“El amor que yo te tuve

en una rama quedó,

vino un fuerte remolino

rama y amor se llevó”…


Foto: Mamá Encarnita e hijo Julio Moncada Barrantes, en Lima. 

Esta será tan solo una copla o estrofa que más recuerdo de su arte, creada y “labrada” en hermosos y desaparecidos paños amarrados en hilo de fino algodón color blanco por mi ENCARNITA, o MAMÁ ENCARNITA para mis demás hermanos, que hoy 8 de octubre conmemoramos cuarenta años de su estancia en la casa del Señor.

Cómo no recordar de niño al decirme: “Cholito, escribe en mi cuaderno los versos que te voy a dictar, eso sí, con letras grandes y bonitas que los pueda ver y leer”.

 María Encarnación Reyes Quiroz o “Mamá Encarnita”, nació en San Miguel el 25 de marzo de 1892, quinta de diez hermanos: cinco Reyes Quiroz: Tobías, Emiliano, Arìstides, Antonia y Encarnación, y cinco Barrantes Quiroz, de quienes sabemos: Sara (nuestra abuela) y Rosa. La señorita Encarnita, al no haberse casado o tener descendencia, se encargó de criar y cuidar a sus sobrinos como a propios hijos, con todo el amor y cariño del mundo que puede expresar y abrazar una noble mujer: Gloria Rosario (mi madre) y sus hermanos Julio Rodolfo y Olga Sofía Moncada Barrantes, hijos de su hermana materna Sarita y Fidencio Moncada que al fallecer tempranamente y quedar huérfanos muy niños, asumió con inmensa responsabilidad y cariño admirable labor de madre, proyectando incluso profundo sentimiento a segunda generación de sobrinos nietos como somos todos nosotros.

Con largos años y vida fructífera, vivimos rodeados de ella hasta el último día de su existencia el 8 de octubre de 1980, un día como hoy, hace exactamente cuarenta años que pasó a exaltar la casa celestial a diestra del Redentor; quedando por ella inmenso amor, recuerdo, afecto, gratitud y veneración a través de nuestras oraciones, añoranza y tristeza, al cobijarnos con sempiterno amor, junto a nuestra Antonia, hija de su sobrino Augusto Malca Reyes.

Mamá Encarnita, fue una dama ejemplar dentro de la sociedad sanmiguelina de su tiempo: muy digna, culta, religiosa, esmerada en el trabajo para sacar adelante a sus hijos. Dedicó su vida al amasijo –como decía- (o amasar el pan), la costura, amarrado de paños, preparación y venta de deliciosa chicha, al placer de la lectura y hasta a cultivar la chacra y criar animales con ayuda de don Anacleto en la jalca, a la que iba y volvía montada en caballo.

Contaba, de joven cuando vivía en Lima, enseñó las primeras letras a niños procedentes de Génova – Italia, familia Perales; encariñados los padres propusieron llevarla al viejo continente, pero la oposición de su madre pudo más. Hacía gala de una letra corrida muy bonita al escribir y excelente redacción en cartas familiares; había sido formada con ese antiguo libro “El Mosaico” (que conservo), sus baúles estaban llenos de libros que alguna vez donó con bellas dedicatorias a pedido de  desaparecida –a propósito- Biblioteca Municipal “Octavio Lingán Celis” de San Miguel; hecho que doy fe porque fui el portador.

Experta maestra de panadería, administró el horno más grande de San Miguel, curiosamente nombrado “Epifanio”, que estuvo ubicado a media bajada de calle del mercado o jirón Grau, junto a casa de doña Teodolinda y frente a casa de don Rafael Quiroz, donde ahora se levanta un edificio de más de cinco pisos; herencia de nuestros antepasados. Ahí amaneció y anocheció entre bateas, duendes y tendidos; palas, leñas y troneras, aguardando dorar el pan bendito de cada día. Actividad que inmortaliza su nombre la literatura sanmiguelina en los cuentos: “El duende del horno de Ña Encarnita” de la pluma de Wilmer Mendoza Rivasplata, y en “Patito Panadero” del libro “Patito Feliciano, el de los doce oficios” de este escribidor.

Tejedora o mejor “amarradora de paños”, cuya técnica con diferentes tipos de nudos con puntas de los dedos ataban uno a uno los hilos logrando diferentes diseños con figuras de flores, pájaros en vuelo, el sol y la luna, estrellas, escudos de armas u otros mensajes dentro de un hermoso y delicado encaje. Al centro siempre la copla de su invención como la citada al inicio de este breve y sincero homenaje, en letras grandes mayúsculas adornadas los bordes semejantes a las de punto cruz; de atractivos y geniales mensajes de amor, de vida, esperanza y gran afecto por la tierra. Los hilos sueltos del paño pendían sujetos a una madera de 1.20 mts. de largo por 15 cms de ancho, aproximadamente, sostenida por una plancha pequeña de metal; al final y casi de preferencia tenía que llevar el lema o slogan: “¡Viva la República del Ecuador!” con su escudo a ambos lados, finalizando en flecos; porque de cuando en vez aparecía un señor que buscaba a nuestras “mayores” y últimas “amarradoras” de paños sanmiguelinos que ejercieron tan amena labor hasta la década ’70 del pasado siglo, entre ellas: la “Mamita” Úrsula Rojas Becerra, Antonia Reyes Quiroz, Rosa Barrantes Quiroz, Elisa Rojas Caballero, Carmen Goicochea Rojas, Teodomira “Mirita” Campos, Encarnación Reyes Quiroz, entre otras, para adquirir estas obras de arte y llevarlas a vender a muy buenos precios en Estados Unidos y Europa, como productos de su país.

“La cinta morada

la tejen los moros,

y tú la destejes

con tus malos modos”…

Su casa en esquina de jirones Bolívar y Grau, era muy conocida por la chicha que vendía, en especial los domingos cuando llena de nuestra gente del campo, bebían a sus anchas la delicia de los incas. Una amplia tienda albergaba a consumidores. Nosotros, aparentábamos ayudar el negocio, más por juego y travesura, atentos a la orden: “Patrona Encarnita, sírvame seis chichas más”. Entonces, echábamos manos a dos cajones debajo de la mesa a manera de mostrador, escondidos movíamos bien las botellas que al momento de descorchar, salía disparando espumosos chorros de chicha esparciendo todo el ambiente, bañando de cabeza a pies a incautos parroquianos, ensuciando sus prendas domingueras y sombreros nuevos de palma: “¡Qué buena chicha de Ña Encarna…, catay ya lo jadió mi camisa blanca y mi poncho!... ¡Deme otra pareja, patrona! …”.

Esa tienda grande que convertíamos en sala de baile para nuestros cumpleaños con música del inmenso radio Telefunken a batería de papá Oscar; otras ocasiones en teatro o plaza de toros con todos nuestros yanasos, colocando las bancas de barreras; para reunión de zanqueros, carretilleros y tromperos, y hasta de cuartel de niños carnavaleros encabezados por Pichuta y el Chita, empleando hasta sus propias prendas de vestir de la Encarnita para disfrazarse y salir a recorrer calles, entre tantas otras inquietudes infantiles que ella compartía la alegría de sus cholitos,  sin darse cuenta al momento de todo lo usado, hasta ver sus zapatos de taco todo torcidos, sus carteras arrancadas el cinto o sus enaguas desparramadas en el terrado. Ahí mismo, en un rincón amarré un hilo pabilo y colgué algunos comics que tenía y alquilar a real cada una a Mariela, Arlita, Haydèe y Estelita, al chueco Martín, y otros de la vecindad.

Católica inconmensurable. Tras la tienda tenía su adoratorio con un dosel lleno de imágenes en bulto: el Cristo crucificado, San Franciscos, San Antonios, Santa Rita, Niño de Atoche y otros; cuadros colgados en la pared: Inmaculada Concepción, San Juan Bautista y Santa Teresa de Jesús. Al centro de la habitación, su reclinatorio donde todos los días oraba, llamándonos a nosotros a rezar junto a ella el santo rosario o hacer oraciones antes de ir a acostarnos. Sobre la cabecera de su catre de cedro –ese que ha heredado la Sarita- el Sagrado Corazón de Jesús, en cuadro gigante. A las siete de la noche cuando las campanas de la iglesia llamaban, ella bajaba del terrado contenta, bien arreglada, cubriendo su cabeza de mantilla negra, rumbo a la iglesia con su andar ligero y tras ella su Antonia, cargando el reclinatorio. En ese mismo ambiente tenía sus muebles de mimbre, máquina de coser marca Singer y sobre ella su paño en proceso, envuelto, esperando continuar su interminable amarrar durante todo el año.

Amante de la lectura, cada vez que iba a Lima a visitar a sus hijos Julio y Olga, traía siempre libros, mayormente novelas clásicas: “María” de Jorge Isaacs, “Corazón” de Edmundo de Amicis, “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique, “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, “Viaje al centro de la tierra” de Julio Verne, “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, “Jugar con fuego”, entre otros; que yo con mi segundo o tercer año de primaria me llevaba a la casa nueva que construía mi padre, sentados bajo el sol de mediodía al centro del patio le leía algunas páginas, deleitándose con las historias, corrigiéndome cada vez que pronunciaba mal alguna palabra; y a cambio, cada domingo me daba una propina de veinte centavos, con la que llenaba mis amplios bolsillos con un real de berenjenas y otro de nísperos, o guabas y shahuindos, acorde a temporada. Además, cada mes le llegaba desde Lima, paquetes de periódicos El Comercio y La Prensa, que apenas podía voltear sus páginas por su gran tamaño, luego de leerlos a ella y enterarme de acontecimientos como la Brea y Pariñas, el viaje a la luna del Apolo XI y otros de la época, compartía con mis maestros de la Escuela Pre Vocacional Nº. 73. Ella se convirtió en una de mis primeras maestras en casa, alimentando mi afición indesligable por las letras y la literatura.

Quedará muy corto este homenaje conocedor que su alma regocija de amor y ternura en profundidad de nuestro ser. Tantos recuerdos, grande ENCARNITA, siempre lates en nuestros corazones, en cada suspiro y paso de nuestras vidas. No hemos dejado de quererte, admirarte y agradecerte; iluminas nuestro ente y sigues siendo luz, lámpara votiva e imagen de nuestro breve existir. Hoy, cuarenta años después: Elina Marcela, Sara Ofelia, Víctor Hugo, Oscar Agustín(+), Álvaro Benjamín, Julio Fidencio, Mario Francisco y descendencias, nos postramos reverentes ante la eterna mansión y altar mayor de tu ejemplo, honor, humildad y dignidad, elevando oraciones de perdurable afecto e infinita gratitud; pidiéndote sigas bendiciéndonos y cubriendo con tu manto consagrado a nuestros queridos padres y familiares que moran el jardín florido de tu bondad, generosidad, sueño y descanso etéreo entre  ángeles y santos de tu predilección y viva devoción.

Nuestro beso inmaculado y eterna gratitud,

¡MAMÁ ENCARNITA!

Octubre, 8 del 202o

Invitaciòn a misa virtual Iglesia San Miguel.
Tumba de Encarnita, Cementerio General de San Miguel
Visita y coronaciòn, recordando 40 años de la partida de Mamà Encarnita. Mis hermanos: Àlvaro, Elina, Sara y Mario.

 

 

 

 

 

No comments: