HOMENAJE A
LUZMILA BRAVO BARRANTES,
MI MAESTRA
Prof. Luzmila Bravo Barrantes
Allá en la
ciudadcita donde nací, un pueblito andino, San Miguel de Pallaques con su
iglesia y una torre de adobe, un inmenso reloj que marca el tiempo y la vida de
los parroquianos, ahí empecé esta loca carrera por la lectura y la escribidera.
En ese barrio serrano con todos los yanazos aprendí también las más endiabladas
mataperradas. El santo patrono es el arcángel San Miguel aplastando al diablo y
zampándole la espada divina sin piedad y por eso nos llaman Pisadiablos.
La cuestión
es que en esa urbecita había una aldeana maestra llamada Luzmila Bravo
Barrantes, cariñosamente Milita o Luzmilita. La escuelita Nro. 70 empezó a
funcionar, gracias a las gestiones de Luzmilita y de Melva Arias, en un viejo
inmueble con pretensiones de casa con dos pisos y un patio de tierra. Nuestro
salón de clase se ubicada en el segundo piso. Las achacosas escaleras de madera
gemían al paso estrepitoso de los muchachos. Una pizarra pequeña y pintada de
negro carbón, colgada en una de las paredes del aula, era garabateada con la
tiza blanca por las bondadosas manos de la joven maestra de vestidos vaporosos,
zapatos brillantes y tacones discretos.
Con el
encanto de su paciencia nos repasaba la lección una y otra vez para que todos
pudiéramos entender. Con ella aprendimos a leer y escribir, a cantar en coro,
hacer teatro, a declamar poesías de desconocidos poetas en aquel entonces, nos
daba lecciones de moral y de ética, es decir, a ser honestos, veraces y
respetuosos con todos. Fui su alumno engreído porque tenía los mismos gustos
que ella: escribir y contar historias que escuchábamos de nuestros padres. Mi
maestra empezó a gustarme. Comencé a mirarla de otra manera. Me acercaba a ella
para embriagarme con la fragancia de su perfume, podía pasarme el tiempo sin
fin observando alelado su rostro juvenil y hermoso, en su cabello descubrí que
sosegadas dormitaban aquellas palomas que revoloteaban en el patio de su casa;
y sus manos, sus manos benditas, posadas sobre mi cabeza, eran la glorificación
del amor.
Dos años
conviví con mi maestra Milita en esa escuelita fiscal y casi muero de amor
cuando nos separaron para llevarme a otra escuela de niños mayores. En la
clausura del segundo año escolar lloré recitando el último poema. Ella también
lloró por mí, por nosotros, sus primeros alumnitos. Después iba a su casa, con
cualquier pretexto, solo para ver volar sus pasos, escuchar el tintineo de su
risa y su voz diciendo: Pasa, pasa, Waltercito. Pasaron los años, me enamoré de
otra maestra, de otras muchachas, pero ella siempre será el primer y gran amor
de mi vida.
El día de
ayer, 14 de marzo 2020, me enteré del fallecimiento de mi maestra Luzmila Bravo
Barrantes, Milita o Luzmilita, a través de mis paisanos en las redes sociales.
Este breve recordatorio que sirva de sentido homenaje a su gran labor docente,
porque “ser maestro en el Perú es una forma muy peligrosa de vivir y una forma
muy hermosa de morir”, según escribió su colega Ricardo Dolorier.
Descansa en paz, Milita.
Prestigiosas Maestras sanmiguelinas, hermanas: Perpetua Àngela y Luzmila Rosa Bravo Barrantes.
Foto (1) de Juan Paredes Azañedo.
Foto (2) de Audi Torres.
Foto (3) enviada por Bercelia Serrano Barrantes.
Foto (2) de Audi Torres.
Foto (3) enviada por Bercelia Serrano Barrantes.
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