VESTIMENTA TÍPICA DE LA
MUJER SANMIGUELINA CAMPESINA
Cultural Pis@diablo.-
dedica el presente a Diana Vásquez, candidata
a Señorita Integración Cajamarca, 2018, quien tiene el alto honor representar e
imponer la belleza de la mujer sanmiguelina y riqueza natural y cultural de
nuestra provincia San Miguel en el contexto regional. Ella no solamente
encantará, sino resplandecerá por todo lo alto su inmaculada hermosura, luciendo
el arte textil pronto a convertirse en Patrimonio Cultural de la Nación, exhibiendo y revalorando el traje típico
sanmiguelino; augurando alcanzará tan preciada corona el día 06 de febrero, cubriendo de gloria sus sienes por
suficientes virtudes, distinción, gracia y decoro.
Es
muy característica la vestimenta típica de la mujer sanmiguelina campesina,
especialmente el fiestero o “dominguero” que elegantemente engalana con su
presencia nuestro bendito territorio de Pisadiablos y ennoblece nuestra
identidad. Es que los colores y contrastes de sus prendas fueron extraídos de
los más vivos colores de la naturaleza, impar paisaje, flores silvestres,
belleza y bondad natural de la dama que con brillante y coqueta sonrisa está
dispuesta conquistar la amistad, hospitalidad, integración, el universo, y en
especial el corazón de propios y extraños.
La
vestimenta está compuesta siempre de un vestido entero de encendido y brilloso color
y mangas largas o cortas, resaltando los rosados, fucsias, verdes limón, azulinos,
lilas, amarillos, rojos, ciclames o mordorés -como ellas llaman- e incluso
negros; con amplios y redondeados cuellos terminados en aplicaciones de blondas
bordadas anchas de color blanco. Llevan botones o broches en el pecho y en
ambos lados adornos de la misma blonda. A la altura de la cintura continúa a
manera de falda plizada amplia o vueluda hasta las rodillas que le permita
realizar sus diarias y habituales labores e incluso montar a caballo, debajo de
éste puede apreciarse sobresalir la enagua blanca de filos bordados o adornada
de blondas, en símbolo de pureza y castidad; o el “fondo” del diario, tejido
por sus propias manos en lana de ovino teñido con tintes naturales, rematando
ribetes celeste, verde, rojo u otro discordante, cocido en tela playa. Es que
la belleza y atuendo de nuestras paisanas deben divisarse de banda a banda
entre altos cercos de pencas de sinuosos caminos, o dentro de cebadales,
trigales y maizales; relumbrantes, armoniosos, amorosos.
La
indumentaria es complementada con chompa abierta, igualmente de vivos tonos y
contraste con el vestido y sobre ella un chal o pullo a rayas de colores para
protegerse del frío y la lluvia, cargar a sus niños o productos adquiridos.
También una fina y elegante alforja que ella misma ha tejido con heredadas
técnicas ancestrales, constituyendo elemento infaltable de su atuendo. Sobresale
un fino sombrero blanco de palma –símbolo de paz y amistad- confeccionado por
expertos padres, esposos o hijos como en las comunidades de Sayamud y Santa
Rosa, o simplemente de junco para el diario y la lluvia. Luce en su caballera
filas de vistosos ganchos metálicos de fantasía y una gruesa trenza que se
desliza sobre su espalda aparentando la Cordillera de los Andes de su
procedencia –o hasta dos trenzas- amarradas con cintas elásticas, ganchos o una
ancha peineta. También un par de artísticos aretes o colgantes de plata u otro
metal o perlas suspendidos –cuales campanillas- en pabellones de sus orejas
conjugando su sonrisa. Sus pies están cubiertos de delicadas sandalias de jebe
(a manera de llanques) adornadas la parte superior de colorida florcita de
igual material, que antes de ingresar al pueblo, pasan por alguna acequia o
quebrada con la finalidad de mantenerlas siempre limpias y brillantes, incluso
sobarlas con una piedrecilla. A veces luce descalza y algunas ocasiones con
zapatos planos.
La
mujer sanmiguelina es artesana por excelencia, destacada y reconocida por el
arte textil, noble hija o madre, como tal, nunca le faltará su “rueca” atada a
la cintura que descarmenando la lana alegremente en su largo caminar o donde se
encuentre pastando ovejas, cuidando vacas o conversando, irá engordando ovillos
a través del dominio del “huso” para convertirlos luego en finas colchas,
frazadas, manteles, alforjas, chals, servilletas, pashminas y tantos
utilitarios que le han dado renombre a su labor y belleza.
He
aquí, la mujer sanmiguelina desplazándose con garbo y pundonor, acicalada de
rostro sonrosado -criatura de Dios puesta sobre la tierra-, de bellos e indescifrables
ojos, inapagable sonrisa angelical y especial talle escultural, con sus
cadenciosas caderas deslizándose y luciendo su tradicional atuendo al ritmo del
golpetear de las “kallwas”, “putijs” y “cungallpos”
sobre artístico tejido sin horizontes que mañana será porvenir, desarrollo y
grandeza del pueblo y provincia de San Miguel.
¡Así
sea!
Chimbote,
31 enero 2018
pisadiablo100@hotmail.com
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