Memorias del Teatro Sanmiguelino
COMPACTADO CON EL DIABLO
PPgalvez
Chicago Setiembre 2013
Dramaturgo, director teatral y actor sanmiguelino
Fotoarte Pis@diablo
En los años 50's
del Siglo pasado, el pueblo de San Miguel no tenía servicios de agua potable ni
alcantarillado y lo que hacía las veces de estos servicios eran las
"acequias" para el desagüe y las "pilas" para dotar de agua
limpia a sus habitantes.
Las acequias normalmente corrían al centro de la calle entre las
aceras. Y las pilas, se ubicaban en algunas esquinas de los principales jirones
de la ciudad.
Entre las pilas más destacadas se encontraban: El Chorro ,
El Pilancón, la Pila de la Plaza y Luliquis. En todas hubo siempre
agua corriente, en unas más que en otras y si alguna vez faltó agua en ellas,
en la que nunca faltó fue en la de Luliquis.
A estas pilas acudían las personas, por lo general hijos de familia,
de todas las edades, que acarreaban agua en baldes para las labores de la casa,
no faltaban niños que lo hacían en un tarrito y jóvenes que usando un palo de
escoba con unos ganchos de fierro en los extremos, llevaban dos baldes,
haciendo contrapeso sobre sus hombros.
En las casas habían grandes recipientes, en algunos casos, cilindros forrados con
cemento (por dentro) en donde se almacenaba el agua para el día.
Todo esto les cuento para que tengan una idea de cómo era la vida
en aquellos tiempos y como esto, dio lugar a que una vez el Juan Plancho, mandado por su Encarnita
a las once y media de la noche, fuera hasta Luliquis a traer el agua que
no había en El Chorro y él nos contó una noche en la puerta de la Iglesia
diciendo:
"Así fue que estaba en mi tercer viaje, caminando y
todo estaba en silencio..., no había nadie en las calles y solo la penumbra de
una luna en cuarto creciente, hacía que más o menos viera por donde caminaba. Pasé la casa del "Chupe Hermilio", avancé por la vereda de don Moisés Ramírez y
cuando ya iba a cruzar hacia Luliquis, lo veo a uno de los Machitos, que mirando pa' uno y pa' otro lado, caminaba por la
bajadita de Luliquis.
Yo me asusté y me ashuturé,
pensando que con alguien se encontraría o que de repente su estómago ya le
ganaba, así que me quedeé quieto y casi sin respiración y en eso lo veo que se
agacha rapidito como queriendo agarrar algo que se le habría caído; pero agachao como estaba se movía pa’ uno y
pa’ otro lado, como si recogiera algo y, si, ahí que me levanto un
poquito y veo que estaba recogiendo un ovillo de oro, lo metió en su
bolsillo y trató de agarrar otros pero solo pudo agarrar uno más. Y me pregunte,
¿quién tiraba esos ovillos?..., no se veía y mis ojos me ardían de miedo.
Rapidito y con los dos ovillos de oro se puso en la vereda y
caminó ligerito pa’ su casa sin mirar pa' ningun lao.
A mí se me habían adormecido las piernas, las tenía como de corcho
y no podía levantarme hasta que me encontraron, serian como las dos de la mañana,
cuando mi Mercedes me decía: ¡levántate muchacho de miercoles, que te
estamos esperando!... ¿Y el agua?...
Miré para los baldes
y la miré a ella y le conté lo que había visto y ella se echó a reír
diciendo... “Que ovillos de oro ni que Machito,
sonsonazo te has quedao dormido y has
soñado lo que anoche estábamos hablando con las comadres: de los
duendes, de los aparecidos y de los compactados con el diablo... ¡Jajaja!…
se volvió a reír.
Todos estábamos callados, le mirábamos con cara de curiosidad por
saber que más pasaba, hasta que él, muy presuroso nos dijo: "vamos ya pa’
nuestras casas que ahorita sale "el cura sin cabeza" y dicen que
sale por esta puerta derechito, cruza la plaza y al que lo agarra,
se lo lleva hasta el pozo que está puallábajo
por el chalet de los Chilenos...
Juan Mendoza, más conocido como "Juan Plancho", era un
jovencito que tenía mucho interés en la literatura, era un excelente promotor
de un teatro popular, buscaba cualquier pretexto para "poner en
escena" diferentes temas o situaciones y con su entusiasmo convocaba a los
jovencitos y niños para “realizar las Obras” en cualquier patio de cualquier
casa.
Lamentablemente se enfrascó en una idea errónea que lo llevó a
considerarse un desposeído que no tendría oportunidades y por tanto renegaba de
su "infortunio". Sin embargo, manejaba muy bien el idioma y tenía
facilidad para hacer cuentos y poesías y de no ser por la depresión en la
que se había metido, creo que hubiera tenido mejores rumbos su agitada vida.
Años más tarde y cuando visitaba San Miguel, fui a saludar al
aludido en el cuento, le conté
brevemente lo que acabo de relatarles, y él con su sonrisa característica
y tirando la cabeza para atrás me dijo:
"No hijo, esos son cuentos que saca la gente, alguno de
nuestros paisanos por envidiosito y otros por alguna otra razón; le llaman
diablo al trabajo y le tienen miedo; pero si estoy compactado, es con el
trabajo, a mí me gusta lo que hago y trato de hacerlo bien. Por otro lado de
cuando acá se ha visto que el diablo es tan bueno que regala ovillos de oro?
Jajajaja… siguió riendo y seguimos conversando...
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