LOS OJOS TRISTES DE UNA TARDE
Daniel Cubas Romero
Contemplé los ojos tristes de una tarde
y llorando me contó su pena.
Siempre solía esperar bajo el farol
la llegada de sus pasos,
esparciendo la sonrisa larga
de fraganciosos pétalos de azucena.
Ella se sentaba con el cansancio,
con el vestuario de grandes mordidas de sol
y tiernamente a su silencio abrazaba
hasta dejarlo dormido, pintando sus sueños
uno a uno, para luego amorosamente besarlos.
Ella le hablaba del perfume de la begonia
que el amor había entrado por las cornisas
de sus ventanas, por el balcón de las macetas
de los rojos tulipanes y de los geranios blancos.
Entonces la tarde despertó los suspiros
y queriendo abrazar a su sombra
aquella de la sonrisa larga, se lo impidió
diciendo ¡No eres tú a quien amo!
Unas palomas grises que volaban cerca
removieron sus alas al viejo tiempo
y la tarde no pudo más, se puso a llorar
contándome su pena.
Siempre solía esperar bajo el farol
la llegada de sus pasos,
esparciendo la sonrisa larga
de fraganciosos pétalos de azucena.
Ella se sentaba con el cansancio,
con el vestuario de grandes mordidas de sol
y tiernamente a su silencio abrazaba
hasta dejarlo dormido, pintando sus sueños
uno a uno, para luego amorosamente besarlos.
Ella le hablaba del perfume de la begonia
que el amor había entrado por las cornisas
de sus ventanas, por el balcón de las macetas
de los rojos tulipanes y de los geranios blancos.
Entonces la tarde despertó los suspiros
y queriendo abrazar a su sombra
aquella de la sonrisa larga, se lo impidió
diciendo ¡No eres tú a quien amo!
Unas palomas grises que volaban cerca
removieron sus alas al viejo tiempo
y la tarde no pudo más, se puso a llorar
contándome su pena.
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